martes, 17 de diciembre de 2019

Belenes ‘por lo civil’ y musgo

Las Navidades se han vuelto un campo minado. Recuerdo cuando siendo niño salía a buscar musgo para el belén familiar. Ahora, como nos estamos cargando el planeta, resulta que si te cogen arrancándolo te puede caer una multa de 200.000 euros, porque es una pieza clave del ecosistema y una especie protegida. Otro terreno pantanoso es la moda de los belenes laicos, que me parece que es una elucubración del tipo «hacer la comunión por lo civil».

Un belén laico es una de las grandes contradicciones a las que nos aboca este mundo en el que la espiritualidad se quiere hacer desaparecer. Los llaman ‘pesebres alternativos’, pero a mí me parecen una burla a la inteligencia. El belén trata de recordar el nacimiento de Jesús, que -para quien no quiera saber nada de su papel espiritual- hay que recordar que fue una figura histórica que marcó el devenir de los seres humanos para siempre y cuya existencia está documentada. A mí esos belenes que parecen un hospital robado me dan mucha pena, porque sus impulsores hablan de que quieren transmitir una idea, un concepto, una crítica al consumismo y cosas así, pero... ¿Hay algo más disruptivo que una familia de refugiados que tienen un hijo en un establo entre animales? ¿Hay un símbolo más vigente de la realidad diaria de muchos seres humanos del planeta dos mil años después del nacimiento de Cristo? Pues nada, que para algunos progres de salón hay que prescindir de mulas, niños, reyes y a veces hasta del pesebre, para mandar el mensaje universal del amor fraterno. Lo siento. Yo seguiré poniendo el belén napolitano que mi padre me regaló, con todos esas figuras históricas que a las nuevas generaciones de políticos les parece que sobran y les dan como repelús. Lo haré con inmenso amor y respeto. También saldré a coger musgo a riesgo de una multa millonaria. A lo mejor soy antiguo, carca, retrógrado y esas cosas, pero siempre se me encogerá el corazón al poner el belén y tendré presente a mis seres queridos, los que se fueron y los que están. Refrán: A burro viejo no se le cambia el pesebre.

martes, 10 de diciembre de 2019

Citas mortales

Marta Calvo, la joven que desapareció el pasado 7 de noviembre, había quedado por internet con su presunto verdugo. Y no es la única, ni la primera mujer que sucumbe en manos de un hombre por este motivo. Por supuesto, el único responsable de estos hechos luctuosos y machistas es el asesino. No voy a demonizar las relaciones sexuales ni las páginas webs que -no lo olvidemos- hacen negocio con estas citas más o menos clandestinas. Pero al igual que hay que tener protección o prevención frente a enfermedades, o evitar situaciones de riesgo en la vida, creo que hay que poner la lupa sobre estas nuevas formas de relacionarse, que son una puerta abierta hacia lo ignoto. Porque no hay que olvidar que el sida y las enfermedades de transmisión sexual se han disparado con la efervescencia de estas aplicaciones de sexo rápido. El mundo se ha vuelto cada vez más urgente. En el sexo también.
Las asesinadas eran mujeres bellas e inteligentes que buscaban -como podemos desear todos- evasión o simplemente placer. Y cayeron como las polillas en la luz en manos de unos desalmados. Yo recuerdo -y entro en modo ‘abuelo cebolleta’- cuando para ligar lo que había que hacer es ir a la discoteca, piropear a las chavalas, ser galante (no tanto como Plácido Domingo) y un poco pillo. Ligabas con compañeras de clase, con amigas del barrio o con desconocidas, pero tras un intenso periodo de coqueteo y conocimiento mutuo. El sexo en la primera cita era algo excepcional.
Insisto en que no quiero satanizar ni el sexo, ni los cauces para conseguirlo. Los únicos culpables son los maltratadores hasta la muerte, pero quiero alertar de que en este mundo cada vez con más prisa, el ir despacio nos asegura el placer de desvelar el misterio del amor, el más excitante de todos los enigmas mundanos. Y puede evitarnos muchas sorpresas desagradables. Refrán: Uno no puede hablar acerca del misterio, uno debe ser cautivado por él. (René Magritte).

martes, 12 de noviembre de 2019

El Círculo se cierra


En este país, últimamente solo pendiente de la astracanada política, el cierre del Círculo de Lectores -por burofax, como se hacen estas cosas- ha pasado casi desapercibido. Tras 57 años de vida, la maravillosa idea de un club de lectura a domicilio ha acabado fagocitada por la omnipotente Amazon. Pero que no me cuenten milongas de nuevos paradigmas digitales. Se lee mucho menos. Y esa es la cruda razón del cerrojazo, entre otras.

El Círculo de Lectores trae a mi memoria recuerdos de la infancia, de comerciales a los que el portero sí abría la puerta, de vendedores que se convertían en amigos, porque traían la cultura cada mes a su casa y se les invitaba a un café o a vino de la tierra. Te regalaban ese catálogo maravilloso, a color, lleno de propuestas, de historias por vivir en tu imaginación. Con Círculo de Lectores comencé a disfrutar lo que entonces se llamaba un best-seller.

Esta red literaria se convirtió para muchos en la puerta de acceso a una distinción social. Algunos en mi barrio se hicieron del Círculo de Lectores porque ‘vestía mucho’, aunque los libros quedaran en ocasiones apilados y sin abrirse. Y recuerdo las amonestaciones de mi madre porque aún no me había terminado el libro del mes anterior y por el portafono se oía la voz del comercial diciendo: «¡Círculo de Lectores!». Eran tres palabras que abrían las puertas de las casas y el alma a aventuras de todo tipo.

Ahora el negocio editorial está más desalmado que nunca y a ningún directivo parece darles pena de la hecatombe. Y no hay alternativas, pues el ebook aún no se ha convertido en un artículo de consumo generalizado.

Lo cierto es que a mí me gusta tocar, palpar el libro, su olor a papel, escribir alguna frase en él, subrayarlo, aunque a algunos pueda parecerles eso una herejía. Réquiem por el Círculo de Lectores. Desde hace una semana todos somos aún más analfabetos. Refrán: Un buen libro de las penas es alivio.

martes, 5 de noviembre de 2019

Los últimos de la alhacena

Estaban ahí, agazapados en la alhacena, con ese silencio característico de las victorias trabajadas en la oscuridad. Aquellas cajas de turrón duro, de mantecados La Estepeña y de Nevaditos Reglero habían aguantado estoicamente un año en el armario de la cocina junto con un hueso de jamón rebañado hasta lo imposible y unas peladillas que habían perdido su característico fulgor blanco y su sabor edulcorado. Cuando he descubierto esta callada familia me he llenado de alegría. Primero por ellos, porque sobrevivieron a un año entero sin ser deglutidos y después por mí, por no haber sucumbido a su canto de sirenas, ese que cada noche me decía: «Cómeme… cómeme…». Son los héroes de 2019, los últimos dulces navideños que aún resisten incólumes en la alhacena.

Las fiestas se acercan y ahora me debato entre el indulto o la definitiva aniquilación de estas delicatesen. Y me pregunto: ¿Estarán buenas después de un año? Las fechas de caducidad me indican que sí, pero no creo que mantengan el sabor primigenio. La pata de jamón va directa a convertirse en caldos este invierno, pero… ¿Tendré dientes para partir el turrón duro? ¿Podrán mis ácidos gástricos con semejante pedrusco en mis entrañas? De momento, he cogido una bandeja plateada y he hecho un mix con los Nevaditos, los mantecados y las peladillas. Total, el papel está un poco arrugado, pero no creo que se note. Los he llevado al salón para agasajar a las visitas. Como quedaba aún algo de espumillón les he hecho un lecho perfecto y muy atractivo.

Los primeros amigos en desearnos parabienes para el 2020 se acercan. Pronto llegarán al salón de mi casa. Y yo tendré una embelesante bandeja de productos navideños lista para ellos. Con mucha suerte no notarán nada.

Y la llamada magia de la Navidad habrá hecho su efecto. Pero no le digan nada a nadie. Es un secreto entre ustedes, mis lectores, y yo. Refrán: A bebedor fino, después del dulce ofrécele vino.

martes, 29 de octubre de 2019

Albalá, la esencia ganadera

Cuando hablamos de ferias ganaderas extremeñas siempre se nos vienen a la cabeza las grandes citas de la Feria Internacional Ganadera de Zafra (FIG) y la Agrogadera de Trujillo. Sin duda esos certámenes son referentes de excelencia y fechas marcadas en rojo para los profesionales del campo, pero me gustaría reivindicar hoy el papel de las pequeñas ferias rurales, con cifras menos espectaculares pero igualmente exitosas, como la que el pasado fin de semana tuvo lugar en Albalá.

Con solo quince años de trayectoria y una gran tradición, me ha sorprendido gratamente ver las naves llenas de buen ganado y ambiente exclusivamente vaquero. Era la primera vez que iba, pero creo se ha hecho un gran trabajo. Porque eso es lo que está acabando por ejemplo con Zafra, que la fiesta y la política están ocultando lo más importante: los animales. Hace ya años que la FIG se ha convertido en espectáculo para público no especializado y ha dejado arrinconado el ganado. Sí, un millón de personas visita Zafra, pero, ¿cuántas van a hacer tratos o a comprar un semental?

Las subastas tradicionales han acabado como algo pintoresco y casi romántico. Lo cierto es que el papeleo para llevar un ejemplar a una feria es tan grande que muchos ganaderos desisten. El número de ganaderías participantes se está reduciendo y da la impresión de que son siempre los mismos los que compiten entre sí, más por una cuestión de costumbre atávica que por mejorar la raza.

Las instalaciones de Albalá, aunque mejorables, están bien equipadas. Falta un rodeo para los concursos morfológicos. Pero la variedad de ganaderías y la calidad no tenían nada que envidiar a otras ferias. Eso sí, la muestra comercial es mínima y la jornada técnica escasa. Pero al final, lo que importa es que los profesionales, los ganaderos, estén contentos, pues son los protagonistas, y a muchos eso se les olvida. Refrán: Beba mi ganado en el Tajo, aunque lama guijarros.

martes, 22 de octubre de 2019

Las ‘zapatillas de Jesús’

La delgada línea que separa la obra de arte de la horterada es cada vez más fina. Hace escasas fechas saltaba a los teletipos la última locura del mundo del diseño de zapatillas, las ‘Jesus Shoes’. En un mundo cada vez menos creyente, menos espiritual y más incrédulo, los diseñadores de zapatillas esgrimen como argumento de ventas algo tan surrealista como la fe en Jesucristo, figura que ha quedado arrinconada, especialmente entre la juventud, que ya no tiene más referentes que los personajes que pululan y copulan por Gran Hermano VIP.
    Sin embargo, las zapatillas de Jesús se llaman así porque tienen agua bendita del río Jordán en sus suelas. Además, entre sus cordones asoma un crucifijo dorado. También lucen unas plantillas rojas, un sello de inspiración vaticana. En el costado del calzado se hace referencia a la escena bíblica de Cristo caminando sobre las aguas. También hay una gota de sangre en la lengüeta. Han sido diseñadas por un estudio de Nueva York y puestas a la venta por miles de dólares.
   Pues han durado menos que un caramelo en la puerta de un colegio: minutos. Y no solo eso, sino que el comprador las ha revendido a su vez por 3.621 euros. El estudio MSCHF, con sede en Brooklyn, compró un par de zapatillas deportivas del modelo Nike Air Max 97 a precio de mercado, es decir, 160 dólares, y las tuneó. Et voilà! Revalorizó el producto a precios astronómicos. ¿Quién puede desear unas deportivas así? ¿Un marchante de arte? ¿Un deportista ultracatólico? ¿Un macarra del Bronx? Me parece una banalización mercantil, que conecta directamente con todo el tramado actual de ‘influencers’. Es lo absurdo de esta cultura de la colaboración, que deriva hacia el mal gusto, al considerar a Jesucristo como figura para reforzar los valores de una firma.
   La escena bíblica echando a los mercaderes del templo, convertido en «cueva de ladrones» viene que ni pintada. Me gustaría que todos los que comercializan con un material tan sensible se dieran cuenta de que están revendiendo su alma al diablo. Refrán: Más vale un pan con Dios que dos con el Diablo.

martes, 15 de octubre de 2019

El 'Veroño'

Ha nacido una nueva estación climatológica: el ‘veroño’. Fruto quizá del cambio climático, tiene su origen en una distorsión cognitiva. Nuestros recuerdos de la infancia en septiembre y octubre están repletos de lluvia, de abrigos, de nubes amenazantes que descargan su ira en el campo. Ahora ya no sucede eso.

¿Cuándo morirá este verano? El otoño parece que no quiere llegar y los ‘veranillos del membrillo’ se multiplican. Lleno de contradicciones, el ‘veroño’ prolonga las temperaturas del estío mezclándolas con la caída de las hojas. La lluvia es un anhelo generalizado y las noches invitan a recorrer la ciudad antigua, con solo una manga, con las estrellas de fondo como testigos mudos de la hazaña. Y las estimaciones de los meteorólogos indican que hay ‘veroño’ para rato.

Los grillos siguen cantando en la ciudad a pesar de estar ya a mediados de octubre. Si os dais un paseo nocturno por los barrios de Nuevo Cáceres o Casa Plata los oiréis. Son los últimos resistentes, gracias al ‘veroño’.

Recuerdo que cuando empecé a ir a la Feria de Zafra, eso era sinónimo de lluvias, de grandes aguaceros que contentaban a los ganaderos. Ahora, se desarrolla siempre en un ‘miniverano’, malo para los profesionales y bueno para los feriantes del mercadillo y para los fiesteros nocturnos.

Este pasado fin de semana la ciudad monumental cacereña era un ir y venir de turistas. Las terrazas estaban llenas y se respiraba esa alegría que solo pueden inyectar el sol y la luz. Cánovas era un ‘sindios’ de hojarasca caída de los árboles y calor, en una especie de eterno retorno, un bucle que nos impedía salir de allí, siempre saludando a diestra y siniestra a las mismas personas.

Y es que el ‘veroño’ ha venido para quedarse. Llegará el invierno y no habrá otoño. He tirado toda mi ropa de ‘entretiempo’, ya no existe. Hemos arruinado el planeta y acabado con las estaciones. Estamos a un paso de que la Tierra sea solo un infierno. Refrán: En octubre, caída de hojas y lumbre.

martes, 8 de octubre de 2019

Lapsus, confusión y promesas

Por un instante, el presidente en funciones levantó su cabeza de la lectura del discurso que le habían escrito. Llegó el momento, de la anécdota, de improvisar. Y mira por dónde, hablando de la China, confunde el ibérico de bellota, único en el mundo, con el jamón serrano, de cerdo blanco. Pero no voy a hacer leña del árbol caído.

El problema del estruendo montado ha sido el auditorio, el escenario donde se produce el lapsus y ante quién: los principales profesionales del ibérico en la Feria Internacional Ganadera de Zafra. A ellos no se les podía engañar como al chino de la historia. Parece mentira que después de tanta reunión de la Norma de Calidad del Ibérico, después de tanto sello de ‘Raza 100% autóctona’ todavía haya quien no sepa lo que es el jamón ibérico. Pero lo imperdonable es que el que está en la inopia es el presidente del Gobierno, aunque esté en funciones.

Hay errores y errores. Por ejemplo, en el poema Se equivocó la paloma de Rafael Alberti, la paloma confunde el mar con el cielo. Eso es comprensible. Lo que no es entendible es que confunda la noche con la mañana. Pues con el jamón sucede lo mismo, el ibérico es una cosa y el serrano otra, diametralmente opuesta. Negro frente a blanco. Pedro Sánchez se salió de la linde marcada del texto de sus asesores y nos dejó ojipláticos con su metedura de pata. Aún así, creo que uno de los derechos fundamentales del ser humano debe ser el derecho a equivocarse. Pero no dejo de preguntarme si hay que fiarse de quien va a una feria como quien acude a un caladero de votos y si se puede confiar en sus promesas. Por cierto, que el año pasado una pareja prometió casarse si su toro ganaba el concurso morfológico de charolés. Este año ambos ya lucían su anillo de casados. Y es que hay para quienes una promesa de palabra tiene el mismo valor que un contrato ante notario. Espero que los políticos sigan su ejemplo. Refrán: Cuando el pobre come jamón, uno de los dos está malo.

martes, 1 de octubre de 2019

Unamuno y Milán Astray, lucha de gigantes

La exhibición de la última película de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra vuelve a traer a la mesa del debate el enfrentamiento entre Unamuno y Milán Astray, entre el filósofo y el militar fundador de la Legión.

Fue la contraposición de dos ideologías y de dos personalidades históricas muy marcadas, con una estética muy definida: el viejo profesor de barba cana frente al sublevado fascista con parche en el ojo y «cara de malo», como diría Sabina. Lo cierto es que aquella confrontación no fue una simple «bronca de café» y hay que tomarla como contraposición histórica de dos ideologías documentada el 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.

Siempre se ha dicho que el catedrático les dijo a los sublevados la frase «Venceréis, pero no convenceréis». Al parecer, los hispanistas franceses Jean Claude y Colette Rabaté creen que más ajustada a la realidad, según un documento del pensador fechado ese día, es «vencer no es convencer», frase que aparece reiteradamente en su abundante epistolario.

Aquel combate dialéctico por la razón y la paz parece que dejó a Unamuno tocado, consciente de que su pluma y sus conocimientos eran inútiles para poder parar una barbarie que cambió el destino del país. Curiosamente, el mayor intelectual del primer tercio del siglo XX estaba desencantado con la Segunda República, y en unos primeros momentos se sintió próximo a los rebeldes, pero el curso que fueron tomando los acontecimientos le llevó a cambiar de opinión, afirmando que un bando era tan cruel como el otro.

Lo cierto es que la película de Amenábar, con las licencias lógicas de una ficción cinematográfica, es una excelente oportunidad de revisar un hecho histórico que curiosamente tiene muchas conexiones con la situación actual Unamuno ya hablaba del problema catalán y el vasco. Refrán: Ceder es a veces la mejor manera de vencer.

martes, 24 de septiembre de 2019

Un triste récord electoral

Aún recuerdo cuando a todos nos alegraba ir a votar. Es más, tras el largo invierno democrático que nos impuso la dictadura de Franco, votar significaba sin lugar a dudas que todo iba a ir a mejor. El panorama ha mutado en apenas medio siglo. De no producirse un cambio drástico en el rumbo de los acontecimientos, el próximo día 10 de noviembre los españoles iremos a las cuartas elecciones generales en cuatro años. Un ominoso récord para el país y una vergüenza para sus líderes y dirigentes.

En un panorama en el que se barrunta una crisis económica esta incertidumbre es como echar gasolina al fuego para que vivamos en un callejón sin salida. Un gobierno en funciones hasta 2020 dará la puntilla a muchas empresas y autónomos. La crisis catalana lo ha convertido todo en un campo minado: la tormenta perfecta para que ninguna solución contente a casi nadie. Y no olvidemos un Brexit que puede hacer saltar las relaciones económicas europeas por los aires. Pero en España parece que nos hemos acostumbrado a vivir en la cuerda floja. Gracias a ese caldo de cultivo, los ciudadanos actuamos más movidos por el temor que por la razón. Así, hemos consentido que se aprueben leyes mordaza y reformas laborales que nos retrotraen a los derechos de vasallaje de la edad media.

Nuestros delegados, los políticos, a quien entregamos el poder que emana de nuestra voluntad, parecen más preocupados por ver quién la tiene más grande o por echarse en cara quién atesora más trapos sucios en el juzgado. A mí me gustaría proponer que los políticos no cobraran si no hacen su trabajo: a saber, si no llegan a acuerdos beneficiosos para el país o que por lo menos nos saquen de esta anomia en la que nos han instalado y que solo les beneficia a ellos, a todos los políticos sin excepción, por muy progresistas que se digan. Sí: ni un duro, ni una dieta, ni una comisión… hasta que no se pongan de acuerdo. O dimitan todos. No es tan raro. Al fin y al cabo solo se trata de que, por fin, hagan bien su trabajo. Refrán: Quien puede mandar y manda, en ruegos no se anda.

martes, 17 de septiembre de 2019

El último verano del amor

Hace exactamente 50 años que el mundo perdió la inocencia. El sueño jipi de paz y amor se convirtió en pesadilla de la mano de un iluminado. Charles Manson y las chicas de su secta, La Familia, asesinaban a la actriz Sharon Tate, que esperaba un hijo, y a otras cuatro personas en una auténtica orgía de sangre.

Al día siguiente, hacían lo mismo con el matrimonio LaBianca. Todo ello a base de cuchilladas y hasta bayonetazos en medio de las súplicas de las víctimas. «Soy el diablo y vengo a hacer el negocio del diablo», dijo. Dejaron pintadas realizadas con sangre en las paredes con títulos de canciones de los Beatles, en las que veían mensajes ocultos. Su objetivo era prender la mecha de una guerra racial entre blancos y negros.

Atrás había quedado Woodstock, el gran festival de música que marcó el culmen de la cultura del flower power. Pero la bonhomía de la era de Acuario se truncaba por la ciega fe de las chicas con las que Manson vivía en una comuna en California.

No era poliamor, sino un sometimiento y fascinación por un personaje camaleónico que se comportaba en función de quien estaba delante y se los ganaba para su causa. Incluso expertos productores vieron en él talento musical. Las chicas con las que convivía Manson en su rancho le reconocían como Jesucristo y como tal lo veneraban.

Los crímenes de Manson han calado hondo en el imaginario popular, especialmente en el mundo de la música. De hecho, el cantante Marilyn Manson toma de él su nombre, al que se le atribuye cierta pátina satánica. El líder de La Familia fue detenido y condenado. Estuvo toda su vida entre rejas y murió en 2017.

Manson enviaba a sus fans restos de sus uñas por carta y solo concedió una entrevista en su vida, a la revista Rolling Stone. Ahora la película de Tarantino Érase una vez en Holywood nos recuerda aquel verano en el que el ser humano fue verdaderamente inocente por última vez. Refrán: Amor y muerte, nada más fuerte.




martes, 10 de septiembre de 2019

Armas de adicción masiva

Hace unos días, mientras disfrutaba de las vacaciones, escuché una conversación que me dejó perplejo. Una muchacha que nos acompañaba en una excursión aseguraba estar on fire porque su último selfi acaparaba ya los 300 likes en solo un día. De entrada, los anglicismos y los latiguillos en espanglish me repelen. Pero lo que más me preocupaba es esa dependencia casi enfermiza de la aprobación de los semejantes. Y el problema no es la tendencia a la ‘vedetización’ o al narcisismo, sino la imposibilidad de ser feliz sin consultar móviles, tabletas u ordenadores. Todo ello ha desembocado en una nueva patología psicológica: la nomofobia. Estamos siendo bombardeados por armas de adicción masiva.

Es verdad, si alguna vez salgo de casa sin el teléfono me siento desnudo, desamparado y desasistido. Incluso he llegado a darme la vuelta a por el terminal aunque no estuviera esperando una llamada urgente. La adicción al móvil se extiende. Hemos perdido el gusto por la tertulia, por mirarse cara a cara, por la conversación enriquecedora y pausada. Cuando tenemos más posibilidades para comunicarnos es cuando más incomunicados estamos.

Algunos expertos explican que la dependencia de un entorno virtual irrumpe cuando el real, generalmente el afectivo o el familiar, es deficitario. La adicción a la pantalla es tal que muchos han perdido su trabajo. El abuso es nefasto, aunque peor es el mal uso por parte de los adolescentes y niños, que tienen en los móviles unas puertas abiertas a todo lo bueno y todo lo malo del mundo. Muchos patrones del heteropatriarcado se difunden como la pólvora en sus redes sociales, cuando no la violencia o el maltrato. El móvil se ha convertido en el ‘opio del pueblo’ en su más puro sentido marxista. Narcotizados por los colores de la pantalla táctil nos sumimos en ella y buscamos el escorzo más arriesgado. Nos subimos a la cima del campanario y dejamos nuestra vida a merced de un ‘me gusta’ definitivo que puede llevarnos a la tumba. Refrán: Dos ladrones tienes en casa tú, el teléfono y la luz.

martes, 3 de septiembre de 2019

Aviador Dro, el punk a rajatabla

Otras de mis lecturas veraniegas, que recomiendo, ha sido Aviador Dro. Anarquía Científica. Es la historia, narrada de forma coral pero al detalle, de los 40 años en los escenarios del que es actualmente el único grupo de la movida madrileña que aún se mantiene en activo, aunque algo diezmados, eso sí, están ya sus Obreros Especializados. Aviador Dro es una formación de tecno que siguió los mandamientos del punk a rajatabla: provocación e independencia. Todo se lo guisaban y comían ellos mismos.

Rechazaban el pasado y miraban al futuro con ojos muy diferentes a los de la progresía reinante entonces. Su primer gran éxito fue: ¡Nuclear sí! Lo nuclear despertaba sus más profundos anhelos de que el ser humano mutara para crear un mundo frío, eficiente y automatizado. Ese postureo de superhéroe de la Marvel continúa en la actualidad. Siguen dando conciertos a los que asisten fans incondicionales.

Todo nació en 1979, cuando un grupo de adolescentes en el barrio de Prosperidad de Madrid, a los que les gustaban los videojuegos y el rol, coinciden para jugar. El líder era un muchacho llamado Servando Carballar, pero que en su universo propio era Biovac N. Es el único de los 18 componentes que siempre se mantuvo. Crearon un sello independiente: Discos Radioactivos Organizados (DRO). Pero la discográfica creció desmesuradamente y pronto llegó un cisma que acabó con Servando y su pareja fundando otro sello y una cadena de tiendas llamada Generación X. La crisis de la movida y la baja rentabilidad del indie acabó con ese sello escindido y lograron subsistir gracias a las tiendas de cómics.

Con una discografía irregular, aunque con temas memorables, Aviador Dro y sus Obreros Especializados siguen construyendo un futuro imaginario donde la radioactividad nos ha cambiado para mejor. Su ahora obeso líder sigue poniendo en pie al público mientras entona La televisión es nutritiva. Que sigan en pie tras cuatro décadas es para quitarse el sombrero (o la escafandra). Refrán: Ella es de plexiglás y por eso me gusta más.

martes, 27 de agosto de 2019

‘Hamparte’ en Malpartida

Entre mis lecturas veraniegas quisiera destacar un libro que me ha sorprendido gratamente. Se trata de El arte de no tener talento. Revolución Hamparte, de Antonio García Villarán, un profesor de pintura y escultura, doctorado en Bellas Artes, que destripa los entresijos de cierta clase de arte moderno. Este sevillano denuncia la existencia del ‘hamparte’, término que procede de ‘hampa’ y ‘arte’. Con él designa esa producción artística sin valor, hecha sin talento, pero sobrevalorada por la crítica y los marchantes del ‘mundillo’.

El profesor destripa en el libro distintas épocas y autores que a su juicio se aprovechan de la ingenuidad y prudencia del público. Es algo así como el cuento de El traje nuevo del emperador. Todos lo ven desnudo, pero nadie se atreve a decirlo y le aplauden a su paso. Pues bien. Eso sucede con autores como Picasso, Keith Haring, Basquiat, Miró, Tapies, Lucio Fontana o Bansky. Aunque la que se lleva el premio de honor como ‘hampartista’ es Yoko Ono, según García Villarán. La viuda de John Lennon se limita a dar berridos en una sala de exposiciones o poner una manzana en un pedestal. Y la ‘pandillita’ del arte contemporáneo le aplaude y presiona para que eso tenga un valor exorbitado. No puedo dejar de acordarme de su obra Painting to Hammer a Nail in Cross Version, en el Museo Vostell Malpartida: tres cruces con un cubo de agua a los pies. Ahí es ‘ná’. Y ni siquiera Yoko Ono las hizo, sino un carpintero del pueblo.

Villarán desmitifica todo lo relacionado con exposiciones y concursos. Estos se aprovechan de la candidez y la ilusión de jóvenes artistas con ganas de hacerse un nombre. Y tienen que pasar por el aro económico, cuando no el de los deseos libidinosos de quienes manejan el cotarro. Muy bien por este ‘youtuber ‘y artista que no tiene pelos en la lengua. Más de medio millón de personas siguen sus vídeos de clases de pintura y análisis. Hay que tener muchos redaños para decir que el emperador está desnudo. Necesitamos más como él. Refrán: En materia de color, el que a cada uno le gusta es el mejor.

martes, 9 de julio de 2019

Orgullo

Detrás de la carroza, detrás de los plumeros, detrás de los zapatos imposibles hay algo mucho más serio y trascendente de lo que nos quieren hacer ver. Durante décadas muchos ciudadanos tuvieron que irse de sus ciudades y pueblos por ser personas transexuales, gais o lesbianas. Para muchos intransigentes eran ‘reglones torcidos de Dios’ que había que enderezar con palo largo y mano dura. Sin embargo, ellos resistieron, se manifestaron y fueron encarcelados por vivir acorde con su pensamiento, algo que incluso hoy en día es raro y digno de quitarse el sombrero. Fueron activistas en una época gris, más gris que ahora que solo hay nubarrones, aunque amenazantes. Y eso les llevó a la cárcel, al desprecio, al abandono, a la muerte social y en ocasiones al suicidio. Algunos nombres como Jordi Petit, Carla Antonelli, Federico Armenteros o Kim Joaquina son los abanderados de esta lucha histórica. Las pasaron canutas para salir del armario como aspirantes perennes a ser uno mismo. Y darse a conocer les costó en ocasiones el repudio familiar por considerarlos depravados.

Tras la muerte del dictador Franco las organizaciones de gais y lesbianas se legalizaron en los años ochenta, pero aquella alegría duró muy poco. Llegó el sida, el ‘virus rosa’ que llenó de pánico el colectivo y no solo eso, los señaló como apestados, como enfermos de algo contagioso e invisible.

Hoy la realidad ha cambiado. Se ha legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo, al menos en España. Ahora hay un enaltecimiento del colectivo LGTBIQ+, lo que se llama ‘orgullo’ y que se celebró la semana pasada. Sin duda es merecido, pero creo que con tanto rimmel, con tanta plataforma, serpentina y pandereta se está ahogando intencionadamente la trascendencia de su gran gesta y banalizando una conquista social que está cambiando el devenir de los siglos. El Orgullo es mucho más que una simple y colorida fiesta. Refrán: Confesión con vergüenza, cerca está de la inocencia.H

martes, 2 de julio de 2019

Fin de curso en Robledillo de la Vera

Para Mateo, Irene, Álvaro y Aitana este ha sido un fin de curso especial. Con ellos, aunque no lo sepan, se cierra una página de la historia en Robledillo de la Vera. Su ‘cole’ echa el cerrojazo por falta de alumnos. Cerrar un colegio es fácil, aunque doloroso. Abrirlo es mucho más complicado. ¿Cómo van a conseguir la decena larga de niños que obliga a una apertura cuando el último nacimiento fue hace dos años?

En Extremadura se habla mucho de despoblamiento rural e incluso se refieren a él constantemente los discursos institucionales. Todas esas palabras son fuegos artificiales. Mucho pronto Extremadura formará parte de la ‘España vaciada’ y no se habrá hecho nada en firme por evitarlo.

El sábado pasado escritores, periodistas, poetas y vecinos nos reunimos en Robledillo de la Vera para hablar de esa enfermedad silenciosa que está matando nuestros pueblos. Los escritores Pilar Galán y Marino González Montero han sacado tiempo de donde no lo había y han organizado un encuentro con el nombre de Futuro ayer. Y lo han hecho sin más ayuda que su esfuerzo personal.

Me sorprendió ver toda la casa de cultura de Robledillo llena, aún más que los vecinos y participantes nos asaetearan a preguntas y comentarios.

Sobre la mesa se pusieron cuestiones como el relevo generacional en la agricultura, la ultraprotección a la fauna y flora, la ausencia de un modelo industrial para Extremadura, la excesiva burocracia, el peso de la España subsidiada, y la falta de alicientes para quedarse en los pueblos extremeños.

Hubo tiempo también para que los escritores y poetas leyeran sus textos sobre esta muerte anunciada que pesa como la espada de Damocles sobre nuestros municipios pequeños. Eso sí eché de menos a los políticos.

En septiembre ya no habrá en Robledillo juegos, risas, ni cuadernos, ni niños. La esperanza habrá pasado de largo sobre el pueblo, cuyos habitantes se estarán preguntado aún el porqué de su desgracia. Refrán: Clamor del pueblo sube al cielo.

martes, 25 de junio de 2019

Albañiles

He escuchado muchas veces la palabra ‘albañil’ utilizada en tono despectivo. Mi abuelo materno lo era y mi suegro, ya jubilado, fue encofrador. Siento un profundo respeto por esa profesión, sentimiento que se ha agigantado este fin de semana tras asistir al Festival Chinato de Albañilería.

Allí bajo los rigores de este verano que apunta maneras, veinticuatro cuadrillas se las tuvieron que ingeniar para hacer una bóveda de cañón cruzada con un hiperboloide. Casi nada. El planteamiento del ejercicio propuesto era de tal dificultad que algunos no pudieron poner un ladrillo siquiera. Solo tres completaron el problema y, según el jurado, ninguno lo hizo bien. Yo creo que no hubiera sabido ni poner una cuerda de las 16 que hacían falta para simplemente plantear el ejercicio.
Allí, en el parque municipal de Malpartida de Plasencia, esperando la entrega de galardones, estaban los profesionales de la paleta tomando un tentempié después de la prueba. Me ofrecieron una cerveza y un ‘pinchino’ de lo que llevaban encima y me invitaron al almuerzo de hermandad que después se celebraría.
En él me senté con cuadrillas de Trujillanos, la Nava de Santiago y de Riolobos. Me lo pasé estupendamente con sus gajes del oficio. Me enseñaron las fotos de su familia, de sus hijos, y de los concursos de albañilería en los que participaban. A la mesa incluso se acercó un compañero mayor y les explicó los secretos del ejercicio. Parece que eso de los concursos de albañilería es toda una religión. Los hay cada uno con sus dificultades y con sus particularidades, según me contaron. En las fotos de sus móviles estaban ellos, orgullosos, ante monumentos de ladrillo y cemento que hacían imposibles espirales hacia el cielo. Los albañiles han sido los ‘paganinis’ de la crisis inmobiliaria y ahora la profesión parece que vive horas bajas. Espero que eso nunca suceda, porque gracias a ellos tenemos un lugar donde vivir. Otra cosa es lo que se especula con los pisos. De eso ellos no tienen la culpa. Refrán: No le pongas mesa al albañil hasta que le veas venir.

martes, 18 de junio de 2019

Nos vigilan: confirmado

Llevo un tiempo acariciando una sospecha: nos vigilan. Cuando lo comento con mis amigos todos me dicen que esa impresión es fruto de mi carácter ‘conspiranoico’. Pero me están sucediendo cosas que me confirman esta creencia.
Nuestros terminales móviles se han convertido en auténticos chivatos de todo cuanto hacemos. Están en constante alerta, escuchando nuestras conversaciones, nuestras opiniones y nuestras preferencias como consumidores.
Antes incluso de hacer una búsqueda en internet ya me aparecen en los espacios dedicados a la publicidad el coche que querría tener, la guitarra que me gustaría tocar y dónde quiero ir de vacaciones. Yo no sé si tendrá algo que ver en que mi teléfono sea de esa marca a la que EEUU ha vetado, pero algo debe haber.
Ahora no podemos vivir sin el móvil, que es poco más o menos que como tener un terrateniente o un señorito cortijero en el bolsillo. Te desea un buen día, te piropea, te recuerda que no has andado lo suficiente, o te dice -como es mi caso- constantemente el nombre de mi suegra. Y lo peor es el lugar de privilegio que le hemos dado en nuestra vida. Incluso lo colocamos amorosamente en nuestra mesita de noche, junto al vaso de agua y al santo de nuestra particular devoción.
A veces estoy tentado de mentirle, de hacerle creer que no soy quien soy, pero es imposible. Quienes nos vigilan saben perfectamente nuestras apetencias y condición social, y no les vamos a hacer cambiar de opinión.
Parece que en esto del big data cuenta todo: la hamburguesa que se come un texano a la pizza que pide un cacereño a miles de kilómetros. Todo se almacena, se contabiliza. De hecho, ya ha habido una condena a la LaLiga de fútbol por escuchar el móvil de 50.000 españoles y averiguar a qué bares iban a ver el partido de fútbol. Ya no hay vuelta atrás. Esto es imparable. Saben a dónde vas a ver el partido y el teléfono de tu suegra. El paso siguiente no lo quiero ni imaginar, pero no va a tardar en llegar como no nos rebelemos pronto.

martes, 11 de junio de 2019

La gran noticia de ‘Extremadura’, vigente

El auto del Tribunal Supremo sobre la paralización de la exhumación de Francisco Franco ha dejado a todo el mundo atónito, al dar por bueno que el dictador llegó al poder a los tres meses de estallar la guerra civil. Al margen de disquisiciones sobre cuándo tienen validez jurídica los actos de un ejército rebelde, que hay recordar que esas fechas tienen su explicación en un hecho histórico no muy conocido y que tiene como protagonista a este periódico y a su por entonces redactor jefe, Juan Milán Cebrián.
El 28 de septiembre de 1936 el diario ‘Extremadura’ publicó en primicia la proclamación del general rebelde Francisco Franco como «único caudillo de España, jefe del Estado y Generalísimo de los tres Ejércitos de Tierra, Mar y Aire». La noticia, que marcó el devenir de la guerra civil y del régimen totalitario que rigió España durante los cuarenta años posteriores, colocó a Extremadura y a este humilde diario en el mapa internacional.
El 27 de 1936 era domingo y su cumpleaños. Pero Juan Milán Cebrián corría una y otra vez desde el palacio de La Generala al de los Golfines de Arriba en busca de novedades sobre la toma del alcázar de Toledo. La noticia de la victoria se extendió por toda la ciudad y los cacereños se congregaron en las inmediaciones de los Golfines de Arriba y la plaza Mayor en una manifestación que fue, de facto, la proclamación por aclamación, de Francisco Franco como jefe de Estado. Así lo anuncian Yagüe y Millán Astray desde el balcón del palacio. La oficial, la formal, fue en Burgos al día siguiente, y consta en el Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional (decreto 138). Por eso el Tribunal Supremo entiende que el Franco fue jefe de Estado a partir del 1 de octubre de 1936, al día siguiente de su publicación.

Lo cierto es que este periódico dio ya en 1936 un ejemplo de periodismo moderno. A unos años de ser centenario, sus redactores prometen seguir cumpliendo –ahora con renovadas fuerzas y con la misma abnegación-- sus deberes con los lectores cada día. Refrán: El arte de vencer se aprende en la derrota (Simón Bolivar).

martes, 4 de junio de 2019

Medio siglo de una encamada por la Paz

La semana pasada se cumplió el primer medio siglo de una encamada histórica. Desgraciadamente, los motivos que la originaron siguen vigentes. Desde entonces el ser humano no ha aprendido nada, o muy poco. Me refiero a aquel mítico Give Peace a Chance de John Lennon y Yoko Ono en un hotel de Montreal (Canadá) que sirvió para grabar una canción homónima e himno pacifista por antonomasia.
Creo que merece la pena recordar las circunstancias que rodearon a la grabación de este tema en el hotel Queen Elizabeth. John Lennon y Yoko Ono protagonizaban ruedas de prensa que eran auténticas performances. En Ámsterdam ya habían convocado a los periodistas para hablar del «amor en la cama». Fue en el Hilton y los que creían que iban a asistir a un hecho obsceno se encontraron a una pareja que hablaba de lo hermoso que era el amor y lo hacía tumbada en una cama. Nada más. Pero la de Canadá fue una acción más ambiciosa, días después.
En una modesta suite llena de hare krishna, curiosos y periodistas, se grabó con medios rudimentarios una canción de denuncia contra el imperialismo, contra los poderosos, contracultural y, sobre todo, pacifista. Las condiciones fueron tan precarias que hubo que añadir coros en la mezcla definitiva que salió en disco. El movimiento por la paz mundial tenía por fin su himno. Lennon y Yoko aparecen en unas fotos de leyenda, en la cama, con unos pijamas blancos. Es curioso que una canción con solo dos acordes haya tenido tanto recorrido.
En la actualidad, el hotel Queen Elizabeth ofrece la mítica suite 1742 por unos 2.000 euros la noche, y una réplica del manuscrito original.
El mundo 50 años después sigue girando, y la canción sigue inspirándonos a todos. Lástima que nos sigan separando la avaricia, la soberbia, la política y la mentira a los seres humanos. Refrán: Todo lo que decimos es démosle una oportunidad a la paz (John Lennon).

martes, 28 de mayo de 2019

Ceremonias de graduación, una horterada

A veces me siento la única persona del mundo a la que le parecen una horterada las ceremonias de graduación, tan en boga ahora. Recuerdo que en mis tiempos -que creo que no son tan lejanos- cuando superábamos un ciclo formativo o nos daban un título simplemente recogíamos las notas y a lo sumo nos tomábamos unas cañas en la cafetería.

Pero ahora nos ha invadido la Prom Night, sin duda influidos por el cine norteamericano. Sí, es esa fiesta a la que hay que ir siempre con pareja y en ella se decide toda tu vida (con quien te vas a casar, la universidad donde estudiarás, tus amigos...). Según el séptimo arte yanqui esa noche bendita tienes que alquilar un horrible esmoquin, una camisa de chorreras e ir a recoger a tu pareja a su casa con un ramo de flores.

En España todavía no estamos llegando a esos niveles de mal gusto pero estamos ya trabajando en ello. Las fiestas de graduación son simplemente una excusa más para sablear los bolsillos de los abnegados padres y una razón más para la ingesta masiva de alcohol en los abrevaderos habituales.

Los niveles llevan incluso a alquilar el Palacio de Concresos. En sus puertas veo desfilar a jóvenes y padres ataviados con las famosas bandas cruzadas de colores que lucen en los trajes largos. También veo a gaznápiros con pajarita, en muchos casos repetidores contumaces que han logrado superar el ciclo formativo de marras más por cagalástimas que por otra cosa. Y lo que más me sorprende es que luzcan el birrete universitario quienes no lo son siquiera.

En mi caso, superar cualquier escollo docente no era premiado ni reconocido, simplemente era mi deber. No se premiaba con coches o con un implante de pechos. Y es que eso de regalar y agasajar por cumplir con tus obligaciones como hijo o como estudiante lleva con el tiempo a minusvalorar el esfuerzo y a banalizar la realidad. Refrán: Hay alguien tan inteligente que aprende de la experiencia de los demás (Voltaire)

martes, 21 de mayo de 2019

Familia interespecie

Cuando llego del periódico a casa, nada más dar una primera vuelta a la llave, Dalí ya está saltando al otro lado de la puerta. Gala, siempre algo más apática, se despereza en el sofá. Dalí casi me derriba frotándose contumazmente sobre mis pies, haciendo ochos y dejándome el pantalón lleno de pelos. Lo primero que hago es darles de comer por riguroso orden jerárquico. Dalí comerá en la salita de la música su pienso especial contra los eczemas y tendré que cerrar la puerta para que no salga corriendo a la terraza, donde Gala ya está afilándose las garras y maullando sin parar pidiendo alimento para gatas castradas de atún y pollo. Una vez repuestos sus cuencos ya no les importaré nada.

Entonces será el momento de dirigirse al acuario. Todos los días tengo que limpiar las algas del cristal y controlar la temperatura, dureza y ph del agua. Si no hay que hacer ninguna corrección simplemente les daré de comer a los peces. Por la mañana, escamas; por la tarde, pellets; por la noche, larva de gusano rojo del Amazonas y si es festivo artemia salina (un microcrustáceo) congelada o viva.

Aún no me he puesto el delantal para meterme en la cocina a preparar la cena y me dirijo al gambario. Allí en apenas 20 litros mis gambas neocaridinas se alimentan de espirulina y pastan tranquilas en el verde musgo de java. Tienen regulada la temperatura por calentador y compruebo la conductividad del agua. Perfecto. Algunas están ya ovadas y pronto habrá nuevos habitantes en el gambario. ¡Qué alegría!

He dejado a los gusanos de seda para después de cenar. En su caja de zapatos llena de agujeros, dan cuenta cada día de cinco o seis hojas de morera. Elimino las viejas, les tiro las cacas e inspecciono por si alguno hubiera hecho el capullo. Nada. Habrá que esperar. Finalmente limpio el hormiguero que tengo en el cajón de la entrada. Tengo una hormiga reina desde septiembre y el otro día puso huevos que no prosperaron. Le dejo un poco de aguamiel en el tubo. Me tiro en el sofá, suspiro y pienso. ¿Pero quién es la mascota de quién

martes, 14 de mayo de 2019

El laberinto ‘buñuelesco’ de Fermín Solís

Buñuel en el laberinto de las tortugas de Salvador Simó es en la animación extremeña como el Akira de Katsuhiro Otomo para el cine japonés. Habrá un antes y un después de esta película en la que el talento extremeño rezuma por cada fotograma.

He de confesar que ya sentía admiración por la novela gráfica del cacereño Fermín Solís. La traslación al cine y al color de su universo se ha hecho de forma coherente y hace disfrutar al espectador desde el primer minuto del filme. Y no era nada fácil la historia, ni el tema: El universo de Luis Buñuel y su no siempre bien comprendida mirada a la comarca de las Hurdes plasmada en la película Tierra sin pan. Cine dentro del cine.

La acción comienza en París, donde las vanguardias artísticas bullían en torno a un surrealismo que Dalí lideraba. Buñuel aparece como el ‘niño malo’ de este movimiento envuelto en la incomprensión.

La cinta de animación redescubre la figura un amigo de Buñuel, el escultor y pintor Ramón Acín, quien tras ganar un premio en la lotería decide financiar un trabajo complejo en el lugar más inhóspito del continente europeo. Por cierto que Acín desaparecería y volvería a aparecer de los créditos de la cinta tras ser fusilado por anarquista.

Muy interesante es la recuperación del Buñuel niño, su tormentosa relación con su padre y las ensoñaciones surrealistas que trufan esta joya de los dibujos animados.

Otro acierto del filme es que incluye algunos fotogramas de la película original, aunque sin ‘destriparla’, lo que sin duda aumenta el interés de los aficionados al séptimo arte. Además la banda sonora de Arturo Cardelús es una delicia que apuntala la epopeya narrativa.

No soy experto en cine, pero auguro un gran futuro para Buñuel, en el laberinto de las tortugas. Lo que siento es que haya sido la presión popular la que haya obligado a su proyección en salas convencionales. Algo va muy mal en este país cuando esta maravilla queda vedada tan solo a unos pocos ojos privilegiados. Refrán: Una película de éxito es aquella que consigue llevar a cabo una idea original. (Woody Allen)

martes, 7 de mayo de 2019

Nostalgias de los gusanos de seda

En mis tiempos mozos -hoy me toca el rol de abuelo Cebolleta- no había móviles, ni tabletas, ni consolas, ni nada que se le pareciera. La calle era nuestro escenario natural y en ella se desarrollaba, para bien o para mal, nuestro mundo. En casa me esperaban la merienda, los deberes y los payasos de la tele, pero muy dosificados. Todavía recuerdo con emoción cuando vi -con los catorce años correspondientes- mi primera película con un rombo.

Lo cierto es que de ese mundo de limitaciones no he salido con ningún trauma aparente y con espíritu crítico sobre la realidad. Todo eran privaciones entonces. Todo lo más que nos dejaban era tener gusanos de seda.

Cuando era niño, ser poseedor de una caja de zapatos con su par de decenas de gusanos era todo un privilegio y un orgullo. Me pasaba las horas viéndolos comer, limpiándoles amorosamente las hojas y -todo sea dicho- haciéndoles alguna ‘perrería’. Los gusanos enseñaban el proceso de la metamorfosis de algunos animales y tenía algo de magia esperar a que saliera la mariposa del capullo. Y eso eran nuestros ‘ordenadores’, lo que nos fascinaba entonces.

Estos días he vuelto a ver por los árboles de la ciudad de Cáceres una hoja de papel fotocopiado anunciando que se vendían gusanos de seda y un teléfono de contacto. Me ha alegrado tanto que he quedado con los vendedores (por wasap, eso sí) para comprarles 5 euros de gusanos con su correspondientes moreras.

Ahora tendré que variar mis rutas del colesterol hacia los parajes donde hay moreras para recolectarlas pacientemente y sin hacer ningún deterioro. Suelo aprovechar las hojas que el viento ha tirado al suelo para no tener que arrancarlas.

Durante unos días volveré a ser el niño de hace cuarenta años y seré feliz sin necesidad de estar atado a una máquina, de ser esclavo de aventuras virtuales. La diversión la tengo encerrada toda en una caja de zapatos. Refrán: Lo que se han de comer los gusanos, que lo disfruten los humanos

martes, 30 de abril de 2019

Las ‘Piedras negras’ de Eugenio Fuentes

Cada Día del Libro me impongo un nuevo reto como lector. Me esfuerzo por iniciarme en algún género literario desconocido para mí o sumergirme en alguna obra que sea distinta a las que habitualmente consumo. Tengo que confesar que soy un lector muy básico, de bestsellers, y por lo general, de textos que no requieren de un excesivo esfuerzo comprensivo.

Este año el desafío ha sido Piedras negras, del extremeño Eugenio Fuentes. La novela negra es un género que siempre me ha asustado por dos motivos: no me gustan ni la violencia ni las tramas complejas. Y afortunadamente este trabajo se aleja totalmente de esos dos escollos.

Elogiar a estas alturas la obra de Eugenio Fuentes es casi caer en el tópico o ser redundante, pero tengo que decir que Piedras negras es un trabajo digno de un orfebre del lenguaje, absolutamente recomendable y que te mantiene intrigado de principio a fin. Otro descubrimiento ha sido el de Ricardo Cupido, un personaje detectivesco cuya trayectoria ha sido esculpida en otras novelas y del que siempre quieres saber más sobre su intrigante vida y su forma de proceder ante cada caso.

No voy a desvelar mucho de la trama. El autor sabe llevar muy bien los tempos narrativos y no se hace difícil de seguir. Durante la investigación sobre un niño robado en la guerra civil, Ricardo Cupido se encuentra con un crimen con la especulación inmobiliaria de telón de fondo. Otra curiosidad es que la ciudad de Toledo, descrita de forma fantasmagórica, se convierte en un personaje más de la novela, y que los grandes poderes, el eclesiástico y el económico, revolotean por una historia con muchos tintes cinematográficos.

En resumen, he descubierto un autor y un personaje que me han seducido, quizá para siempre. Muy recomendables. Y encima son del terruño. Refrán: El arte de escribir consiste en el arte de interesar. (Jacques Delille).

miércoles, 24 de abril de 2019

Vivir a Cristo a través del teléfono móvil

Para que una liturgia cambie tiene que convocarse un Concilio Vaticano. Para que lo haga la experiencia humana ante manifestaciones divinas no tanto, pero sí es preciso una mutación del paradigma tecnológico como la que ha sucedido.

Comencé a darme cuenta de que esto era así tras la muerte de Juan Pablo II, el 2 de abril de 2005. Las portadas de los periódicos se llenaron al día siguiente de una imagen inusual: el cuerpo de Karol Józef Wojty?a era presentado ante los fieles, que inmortalizaban su último viaje con sus teléfonos móviles. Aquel grito de ¡Santo súbito! fue amplificado por las miles de imágenes que se difundieron como la pólvora por todo el mundo casi al instante. Facebook había nacido un año antes y aún no tenía la fuerza actual, pero ya se barruntaba que algo estaba cambiando para siempre.

Hoy en día no existe procesión que no sea acribillada a fotografías y vídeos. Todos llevamos dentro cierta alma de director de cine y queremos atrapar la belleza de los instantes que se viven en Semana Santa y guardarlas en nuestro bolsillo eternamente.

Yo me pregunto si de alguna manera al estar pendiente de la tecnología abandonamos el verdadero significado que tienen las imágenes y pasos de Semana Santa. Nos afanamos en enviar a Twitter nuestra foto y comentario y dejamos de lado el profundo mensaje de amor y entrega que se nos está regalando a pie de calle.

He visto devotos más pendientes del selfi (que es legítimo y hasta comprensible) que de otra cosa. Y eso puede desvirtuar esa línea directa con lo trascendente que se establece con los fieles que asisten a una procesión. Y después me pregunto qué se hace con tanto material. Clasificarlo, editarlo, montarlo, comentarlo... todo ello requiere después muchísimo tiempo, del que desgraciadamente no todos disponemos.

Parece mentira que busquemos una experiencia de Cristo vicaria, cuando la tenemos ante nuestros ojos y no necesitamos de ningún teléfono para recibir este mensaje de amor. Refrán: La Semana Santa por abril hace el año gentil

martes, 16 de abril de 2019

El milagro de Extregusta

Extregusta es un acontecimiento gastronómico, pero, visto lo visto este fin de semana, creo que sobrepasa esta dimensión para convertirse en toda una experiencia social y hasta política. El Viernes de Dolores, por ejemplo, se podrían haber celebrado en la feria consejos de administración, plenos consistoriales, comités ejecutivos y, si me apuran, hasta concilios religiosos. Toda la ciudad estaba allí.

No sé qué factor de atracción tienen las casetas de feria para los cacereños. Es ponerlas en Cánovas, o en cualquier sitio, y ya tienes el éxito asegurado. Los habitantes de la ciudad vamos a ellas como las polillas a la luz, independientemente de lo que se despache en ellas. Si además el tiempo acompaña y se sirven tapas de calidad, como es el caso, el éxito está asegurado.

Cánovas se ha convertido este fin de semana en la dramatización de esa canción de los payasos de la tele que rezaba: «Hola don Pepito, hola don José». Todo el mundo se saludaba sonriendo, levantando ligeramente el brazo, asintiendo con la cabeza y preguntándose por los parientes, que es lo educado y formal en esta época primaveral que despunta. Y es que cuando por fin se celebra Extregusta, tras sus pertinentes aplazamientos por las inclemencias meteorológicas, es una bendición para todos los sentidos humanos conocidos.

Los cacereños nos ponemos nuestras mejores galas para asistir a esa liturgia de encontrarse con los amigos y parientes. Todo fue luz y bonanza en un paseo de Cánovas hasta los topes, en el que era difícil encontrar un hueco donde poner la tapa y la bebida, donde los bancos se han utilizado como improvisadas mesas de restaurante. Las incomodidades --los cubiertos y vasos de plástico y las apretura-- se pasan por alto cuando nos ponen por delante una buena tosta y vino de la tierra.

A mí me ha sobrado una de esas monedas acuñadas para pagar las viandas en Extregusta. La guardaré con fruición, deseando que el año que viene este milagro culinario y vital se vuelva a repetir. Refrán: Pan, vino y carne… crían buena sangre

martes, 9 de abril de 2019

El arte de lo (im)posible

Leí hace mucho tiempo que la política es el arte de lo posible. Esta frase está atribuida a diferentes pensadores, como Maquiavelo, o Bismarck. Como el primero del que se dice que la dijo es Aristóteles quiero creer que fue él el que tuvo esta primera visión, tan llena de ingenuidad y esperanza a la vez.

Con el tiempo me he dado cuenta de que, en realidad, la política es el arte de lo imposible. Con la cercanía de las citas electorales ya estamos viendo que nos enfrentamos a nuevos tiempos, llenos de cambios, con nuevos actores y estrategias bizarras.

A mí me preocupa la política local, la pegada a ras de suelo, la del día a día de nuestros pequeños municipios. En ella alcaldes y concejales lo son full time, 24 horas al día y padecen en carne propia las demandas ciudadanas, que a veces no responden a necesidades reales sino a estrategias de desgaste o inquinas personales. Cualquier político local, de cualquier signo, me merece un gran respeto. Su servicio al ciudadano le hace estar siempre disponible y expuesto a la queja y pocas veces al elogio.

Por eso voy a sentir que Isabel Molano y Pedro Solana, alcaldesa y primer teniente de alcalde de Arroyo de la Luz, no concurran, por distintos motivos, a las próximas elecciones municipales. Al margen de partidismos, me temo que la política en general se está despojando de gente honesta --que es la que realmente hace falta-- y engordándose con ciudadanos que ingresan a ella como forma de vida, o para servirse de ella y no para servir a los demás, como creo que ha sido el caso de ambos. Es un sentimiento generalizado que percibo en todo el espectro político, sin excepciones. Los buenos se van, cansados o por aquello del que «se mueve no sale en la foto». Esperemos que las próximas elecciones traigan aires nuevos y responsables ciudadanos cuyo objetivo sea construir futuro a los demás y no garantizarse la mamandurria propia. Refrán: El respeto a la ley, comience por el Rey.

martes, 2 de abril de 2019

Las víctimas culpables

El mundo entero se ha estremecido con el documental en el que Wade Robson y James Safechuck, dos presuntas víctimas de los abusos sexuales de Michael Jackson narran la catarata de delitos que el ‘rey del pop’ cometió con ellos. Es lo que tiene el mundo globalizado y la nueva forma de ver televisión: nos sirve la verdad en plato frío a la hora que queramos en cualquier parte del mundo.
Pero lo que más me ha sorprendido de todo es esa extraña reacción que puede observarse en los casos de delitos sexuales: el intento de convertir a las víctimas en culpables de las andanzas de los depredadores.
Es lo que le ha pasado a Barbra Streisand, quien en un primer momento quitó hierro a la violación durante años a los menores y dijo que actualmente se le veía bien y casados, sin traumas. «Se puede decir que fueron niños abusados, pero esos niños, como les he oído decir, estaban encantados de estar allí», dijo la gran intérprete. Después ha pedido perdón por este patinazo.
Es curioso como ante un delito sexual se tiende a diluir la culpa inyectándola de alguna manera a las víctimas. Recuerdo las manifestaciones del obispo de Tenerife Bernardo Álvarez: «Puede haber menores que sí lo consientan -referiéndose a los abusos- y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan». Un sindios.

Debemos desterrar por completo esta manera de pensar. Las víctimas son víctimas. Vestir provocativo no es abrir una puerta a la violación, ni desearla, ni la justifica. Siento una gran pena por los miles de padres que viven cada fin de semana un calvario insomne porque sus hijos e hijas vuelven de madrugada los fines de semana. El fenómeno de las violaciones en grupo no parece que sea algo aislado ni excepcional. Y no podemos dar ni un solo argumento a las manadas para que sigan cometiendo atropellos. Refrán: El ausente siempre es el culpable.

martes, 26 de marzo de 2019

El guardián de la cueva

Carlos tiene unos fulgurantes ojos azules, el pelo rojizo y la piel tostada por el sol. Esos ojos mesméricos y grandes fueron los primeros en ver el interior de las cuevas halladas junto a la Ex-206. Seguro que, al igual que el egiptólogo británico Howard Carter cuando descubrió la tumba de Tutankamón, se quedó extasiado viendo las «cosas maravillosas» que había allí dentro.

Ahora se encarga de que el poder atractor de las mismas no se convierta en una trampa para los cacereños que se acercan. Es sábado y el tímido sol primaveral aprieta durante una tarde llena de tábanos y pasto seco. Él está allí, impertérrito y enjuto, con su chaleco amarillo encima del chándal haciendo su trabajo a la perfección. Con amabilidad invita al goteo de personas que se acercan a hacer la ruta del colesterol por otro camino. No suelta ni ‘mu’ cuando se le preguntan dónde están las entradas, aunque se ven al fondo unos montículos de piedra muy sospechosos. La cueva la descubrió un maquinista trabajando en las obras, pero fue él el primero que bajó con una escalera a ver qué era aquello. Ahora, gracias a ese honor, le corresponde el de ser el garante de sus maravillas. Son las seis de la tarde y Carlos está indicando a unos jubilados amablemente que tuerzan su camino. Todo el mundo se hace el encontradizo… Pero no nos engañemos. Todos vamos a ver si nos topamos con la cueva. Así somos los cacereños. Nos ilusionamos con poco. Soñamos con que el Calerizo sea una gran oquedad llena de tesoros prehistóricos, pinturas y estalactitas. Y hacemos el cuento de la lechera pensando en un Altamira cacereño que unir al Patrimonio Unesco.

Pero ahora queda un gran trecho por andar. Los arqueólogos tienen que hacer sus estudios y comenzarán los dimes y diretes sobre la continuidad de la obra de la ronda este. A lo mejor todo queda sepultado por el olvido y esas «cosas maravillosas» quedarán para siempre en la retina de Carlos. Yo me quedo con ese sueño y me pido ser el que venda las entradas para los futuros visitantes de nuestra ‘gruta de las maravillas’. Refrán: Cae en la cueva el que a otro lleva a ella.

martes, 19 de marzo de 2019

Los otros santos inocentes

Los medios de comunicación se llenan de tragedias en las que los niños son asesinados, golpeados, maltratados y mutilados por sus propios padres en lo que es un total ‘sindios’.

El caso de las dos criaturas de Godella (Valencia) me pone los pelos de punta como ciudadano y me hace reflexionar sobre la dura situación de miles de infantes atrapados en familias desestructuradas, por ponerles un adjetivo suave.

No se exige un carné para ser padre. No hay cursillos, formación o garantías para que un padre o una madre se porten como es debido. Parece que dejamos todo eso a la naturaleza. Siempre he oído que la paternidad y la maternidad cambian la vida y que a partir de ahí los egoísmos se quedan al margen y uno solo piensa en dar a sus hijos lo mejor.

¿Qué tiene que suceder en la mente de una persona para que asesine a sus pequeños indefensos? ¿Qué ocurre para que las sospechas de maltrato hagan saltar las alarmas de forma regular en los hospitales? No puedo imaginar nada más alejado de la naturaleza humana que una madre matando a sus hijos, pero desgraciadamente así ha sucedido.

Parece que el caso de Godella tiene que ver con la enfermedad mental pero hay otros muchos que no tienen explicación. Creo que hemos puesto la violencia en nuestro día a día y la hemos asumido como normal. Expresamos nuestras ideas con violencia y las queremos imponer a los demás. La crispación se nos antoja ya como algo natural. Hemos desterrado la educación y el respeto al otro de nuestro día a día. El cine es una exaltación de la brutalidad con películas en la que la venganza es el verdadero leit motiv.

Sin olvidar a las parejas se separan y utilizan a los hijos como arma arrojadiza, viviendo estos un verdadero infierno, como verdaderos santos inocentes de un mundo que nosotros mismos estamos convirtiendo en imposible de vivir. Refrán: ¿Dónde tiene mi niño lo feo? ¡Qué no lo veo!

martes, 5 de marzo de 2019

La autenticidad de José Pinto

En este mundo cuya realidad es un territorio abonado para la frase hecha y el discurso aprendido, cuando encontramos a alguien auténtico siempre nos fascina. Es el caso del ganadero y concursante de televisión José Pinto, fallecido la semana pasada de forma inesperada.

Pinto iba a pronunciar el pregón de los carnavales taurinos de Ciudad Rodrigo (Salamanca). El día antes un infarto le sobrevino en casa. Amargo desenlace para quien se había retirado hacía muy poco de los focos mediáticos al objeto de disfrutar de sus vacas y los sustanciosos premios merecidamente ganados por sus conocimientos. Demostró con su sabiduría que la gente de pueblo no es, ni mucho menos, inculta.

Conocí a José Pinto en la última Feria Internacional del Queso de Trujillo. Lo había invitado el maestro de la industria láctea Isidro Fernández, de Lactocyex -otra gran persona- para dar un aliciente a su estand. Más allá del selfi y de la foto de recuerdo que muchos se hicieron con él, me pareció que era de una autenticidad que traspasaba sus poros. Nadie le escribía un guión y hablaba con una naturalidad que te dejaba noqueado. José Pinto, un hombre que vivía entre vacas, era insustituible y será irrepetible.

¡Qué agradable es charlar con una persona culta y respetuosa! José Pinto lo era. Y su repentino fallecimiento me hace reflexionar sobre lo injusto de esta vida en la que no pudo disfrutar de la jubilación que merecía.

Y es que la televisión -que no es una caja tan tonta como nos quieren hacer ver- nos sienta en el salón de casa a personajes de muy distinto calibre, pero solo de unos pocos realmente nos encariñamos. Esos son los auténticos.

Lo mismo ha sucedido con el también fallecido este fin de semana señor Galindo, del mítico programa Crónicas Marcianas. Aunque no estaba presente ya en nuestras vidas, su defunción nos avisa de que nadie es inmortal, aunque esté agazapado para siempre en un rincón de nuestro cerebro. Refrán: Cobra buena fama, y échate a dormir, cóbrala mala, y échate a morir.

martes, 19 de febrero de 2019

Nico Jiménez, el showman del ibérico

La desaparición de Nico Jiménez el pasado sábado ha causado una conmoción en la hostelería y el turismo de Extremadura. Se ha ido alguien que supo hacer del corte de jamón un espectáculo. Quizá por eso los puristas de este arte a veces lo denostaban. Pero, muy por encima de esto nos deja alguien muy joven, que se enfrentaba cada día al reto de darle a los productos extremeños la dimensión y el reconocimiento que merecen.
Nico, de hecho, era tratado como un auténtico maestro cuando enseñaba este noble arte de lonchear jamón en países asiáticos, donde fue embajador de las delicias de nuestra dehesa.
Entre otros muchos premios, Nico tenía el Cuchillo de Oro o la Medalla de Oro a la Mejor Trayectoria Profesional, así como varios récords Guinnes por la loncha de jamón más larga del mundo. Entre todos ellos, tenía especial cariño al que le entregó El Periódico Extremadura a la Promoción de Extremadura en el año 2015.
Pero lo más interesante es que Nico había hecho de sí mismo una marca publicitaria con la que viajaba por todo el mundo para enseñar cómo se corta un jamón ibérico y, por ende, cómo se disfruta de él en plenitud. Fue de los primeros en iniciar una conquista que se me antoja clave en la apertura de nuevos mercados.
Las redes sociales se convertían el sábado en un hervidero de condolencias, porque, además, Nico Jiménez, era un personaje muy querido allá donde iba y un profesional hostelero apreciado en Mérida, con dos establecimientos abiertos.
Le recuerdo en el Salón del Jamón de Jerez y en una Feria Ibérica de la Alimentación en Don Benito, donde nos contaba sus sueños, sus ganas de hacer cosas... Es una pena que tan joven se nos haya ido alguien que puso los focos sobre lo más nuestro y que tuvo que explicar en los aeropuertos de medio mundo que los cuchillos que llevaba eran para dar clases de cocina. Se nos ha ido un grande. Hacen falta más valientes como Nico Jiménez. Refrán: Buen amor y buena muerte, no hay mejor suerte.

martes, 12 de febrero de 2019

Salvador Távora lanza su último ‘quejío’

Salvador Távora se nos ha ido y la palabra ‘honradez’ para definir su trayectoria se queda chica. El teatro está huérfano de uno de sus más fecundos creadores. Pero no podemos olvidar que el corazón del director de La Cuadra ha pasado sus últimos años angustiado por las deudas contraídas por su pasión por el teatro... ¡Qué ironía! Insuficiencia cardíaca para un corazón en el que cabía toda Andalucía y su honda queja.

Su silla de enea verde, desde donde dirigía, está más sola que nunca, allí, en ese teatro que levantó en 2007 en El Cerro del Águila, en la antigua Hytasa, donde trabajó como soldador, y que ha acabado enterrándolo. Porque Távora, de sonoro apellido como una castañuela, era un obrero. También fue torero y cantaor. Quizá por eso su teatro está al margen de todos los tópicos que han lastrado Andalucía y han hecho de ella la caricatura que ha permitido a los señoritos y a los políticos vivir como viven de ella, a golpe de topicazo.

Me río yo de la cuarta pared y del método stanislavski. Távora metía en el escenario un caballo y aquello te dejaba totalmente boquiabierto. Y encima tenía sentido. Lidiaba un toro en medio de Carmen y se quedaba tan pancho. Comprendía la alta carga teatral que lleva implícita el toreo. Por cierto, que la Generalitat de Cataluña prohibió que se representara en su territorio en dos ocasiones. Sí, esos que van ahora de ultratolerantes. Távora era la queja flamenca hecha compromiso social. Golpeaba las conciencias con la fuerza de un puñetazo, pero solo empleaba imágenes y palabras. Se ha ido un insustituible. Ahora, los que le negaron la ayuda cuando se arruinó con su teatro saldrán en la foto de pésames y condolencias. ¡Qué vergüenza!

Hacen falta muchos Távoras para que llegue el cambio que todos estamos deseando. Él ha lanzado su último ‘quejío’. En nosotros está hacer de su obra una reivindicación eterna. Refrán: A la aceituna y al gitano no los busques en verano.

martes, 5 de febrero de 2019

Medio siglo de un concierto mítico

El pasado 30 de enero se cumplió el primer medio siglo del concierto de despedida de The Beatles en la azotea del número 3 de Savile Row, sede de Apple Corps.

Yo aún no había nacido pero me gustaría haber sido uno de los transeúntes que alzaban su mirada maravillados por el canto del cisne de la banda musical más icónica de todos los tiempos. La escena ha sido imitada hasta la saciedad, convirtiéndose en un icono de la música moderna.

Todo era naufragio por entonces en la banda. Mientras Lennon estaba fascinado a la vez por Yoko Ono y las drogas, Paul McCartney trataba de llevar el timón de una nave a la deriva con su mítico bajo Höfner. Ringo Star movía sus baquetas como insólito espectador de una debacle humana, mientras George Harrison veía que su talento estaba reconocido más fuera del grupo que dentro de él y era ninguneado por el binomio de amor-odio Lennon-McCartney.

El tema Get Back! quería ser una vuelta a lo esencial, al rock sin adornos de los orígenes de la banda. Fue el primero que se interpretó. No había mucho ensayo previo. Hasta Lennon tuvo que ser asistido por personal de los estudios para leer la letra. Algunos temas se interpretaron varias veces y como no se sabían los versos hay versiones distintas en cada toma.

Y en medio de esa improvisación el teclista Billy Preston interpreta uno de los solos de piano eléctrico más recordados de la historia. El concierto era un reto en todos los sentidos. Primero técnico, pues además de ser grabado en cine, tenía que subirse toda la ingeniería de los estudios a un tejado. El siguiente de los retos era musical: cuatro músicos que se clavaban cuchillos al bajar de los escenarios tenían que tocar acordados. Y, por último, el reto de la seguridad pública, ya que la policía acabó con 40 minutos gloriosos desenchufando los amplificadores del grupo. ¿El resultado? El mejor concierto de la historia. Refrán: A la ira y el enfado, darles vado.

martes, 29 de enero de 2019

Fitur, transporte y legitimidad

Nunca había tenido una sensación tan extraña como la experimentada el miércoles pasado entrando a Ifema para hacer la cobertura informativa de Fitur. A las puertas del metro miles de taxistas en pie de guerra se enfrentaban a la policía y gritaban consignas nada agradables. Sentí que mi libertad estaba secuestrada y algo de miedo. Mis familiares me llamaron por teléfono para saber si estaba bien, ya que aquel conflicto se estaba retransmitiendo por la televisión en directo.

La elección de esa manifestación no ha sido al azar. Pretendía ser una andanada en la línea de flotación a la ciudad de Madrid: colapso de las vías de comunicación y mala imagen a medio mundo de una gran feria internacional con 250.000 participantes. Solo periodistas acreditados en Fitur había cerca de 7.500, que han trasladado a sus lugares de origen una pésima radiografía de nuestro país, con el consiguiente impacto en nuestros flujos turísticos.

Siempre he creído en el derecho de huelga como un derecho inalienable, pero creo que deben existir unos límites. Creo que si te manifiestas pero conculcas los derechos de los demás --vaya, que los fastidias o empleas violencia-- las protestas quedan desautorizadas ipso facto.

El conflicto del taxi es consecuencia de un cambio de paradigma. Los taxistas de toda la vida han pagado una fuerte suma por sus licencias y ahora la llegada de las nuevas plataformas les hace pupa. Pues que se pongan las pilas y mejoren sus servicios. En muchas ocasiones hay taxistas con varias licencias que pasan de padres a hijos y eso se parece mucho a obsoletos derechos medievales. El mundo cambia. Y ahora le ha tocado al taxi.

Otra cosa es la igualdad de condiciones en una situación de libre competencia. Uber y Cabify tienen derecho a operar, pero no en un marco donde todo vale. Hay que sentarse y dialogar, pero, de momento, lo único que he visto es mucha rabia y mala baba a raudales. Refrán: Los amigos son como los taxis, cuando hay mal tiempo escasean.

martes, 22 de enero de 2019

Plataformas

Somos la tierra de las plataformas. Y sé que soy políticamente muy incorrecto poniendo la lupa sobre ellas. Pero lo cierto es que cada vez que aflora un proyecto, de cualquier tipo, aparece un conjunto de ciudadanos que se opone. Siempre hay algo que salvar, algo que se extingue, algo que proteger… Gracias a las plataformas ciudadanas se evitan los desmanes de los poderosos o de los políticos, y se preserva el medio ambiente. Pero muchas veces me pregunto sobre la representatividad de ellas, de cuántas personas están detrás y de qué intereses son los que realmente mueven a esos probos ciudadanos en sus demandas.
No nos engañemos. Tras muchas de esas agrupaciones ciudadanas suelen estar las intenciones más o menos veladas de los partidos políticos y otros grupos de presión. Una plataforma puede estar formada por un par de ciudadanos avezados en la relación con los medios de comunicación, que en muchas ocasiones nos convertimos en altavoces involuntarios –o no-- de intereses partidistas o particulares. Creo que es necesario un equilibrio al respecto y ser muy cautos a la hora de dar bombo a unas o a otras. Si los intereses de las plataformas triunfaran siempre no evolucionaríamos. Nos habríamos quedado en la puerta de la cueva ancestral, viviendo felices, en un medio ambiente perfectamente conservado y tapándonos con pieles… Uy, pieles no, que hay que proteger la fauna… Bueno, pues con lino… Uy, no, lino no, que las fábricas textiles contaminan… Pues con plástico, uf, no que el plástico es canceroso… Y así hasta el infinito.

En conclusión, las plataformas son necesarias y cumplen una función. Pero creo que no todas tienen el mismo peso y que si las tenemos siempre en cuenta Extremadura se quedará excluida de cualquier tipo de progreso económico, como la gran olvidada que es en la actualidad. Refrán: Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos. (Ortega y Gasset).

martes, 15 de enero de 2019

Las pulseras de actividad

Los Reyes Magos de Oriente, de los que se decía que eran santos, a veces traen presentes envenenados. Este año me las prometía felices con mi flamante ‘pulsera de actividad’, una especie de reloj que no solo marca las horas, sino que se convierte en una verdadera señorita Rottenmeier de tu vida. Como todas las cosas que carga el diablo esconde -detrás de una buena intención como es potenciar tu actividad física- un control absoluto, casi como estar siempre a las órdenes de un señorito cortijero con muy mala baba.
Lo primero que hace el aparato es conectarse a tu móvil, con lo que la confabulación de ambos artilugios es letal. Sobre todo porque se convierten en un auténtico chivato de todo lo que haces: que si has andado mucho, poco, con qué ritmo… El móvil empieza a marcarte objetivos y te premia o te regaña si no llegas. Cada kilómetro que haces se hace un comentario sobre tu ‘velocidad de crucero’ y cuando acabas tu caminata te envía un plano con todo lo andado, las calorías quemadas y con la posibilidad de enviarlo a tus redes sociales. ¿Y yo para qué quiero que mis amigos sepan que la ruta anticolesterol que hago a diario pasa por Casa Plata o por Moctezuma? Pues nada, parece que se trata del último grito. Después de llevar la pulsera unos días te sorprendes a ti mismo midiéndote el ritmo cardíaco cada diez minutos, preso de una hipocondría mayúscula.

Pero eso no es lo peor. Lo más curioso es cuando te mide la calidad de tu sueño. A mí empezó a decirme que apenas dormía, y no solo eso, sino que comparaba mi sueño con el de otros usuarios colocándome en un ranking diabólico, en los últimos puestos. Como todo buen tirano la pulserita de marras ya se ha convertido en un juguete para adultos indispensable para la vida. Pero prometo que en cuanto me ponga en forma me desharé de ella… Aunque lo mismo dije del móvil. Refrán: No creo en el destino porque odio pensar que no soy yo quien controla mi vida.

martes, 8 de enero de 2019

Como si no hubiera un mañana

Han pasado estos días festivos y nos encontramos ya en el nuevo año. Y en estos estertores finales de 2018 me he dado cuenta de lo irracional que nos hemos vuelto todos, especialmente con aquello relacionado con la comida y la adquisición de cosas, regalos y agasajos que van a parar a la papelera, olvidados en un rincón de un armario o ‘subregalados’ a otras personas, a veces con el mismo papel de envolver con el que nos lo dieron.

Durante estos días, a veces luminosos, a veces envueltos en la niebla, estamos agitados, convulsos, confundidos y erráticos. Vamos a los centros comerciales y supermercados como si no hubiera un mañana, como si se acabara el mundo el 26 de diciembre, el 1 de enero, o el pasado 6 de enero, tras la visita de los Reyes Magos. No me cuesta entender entonces la frustración de quienes pasadas estas fechas, vuelven a la rutina del tráfico, del atasco, de la prisa de los niños a la entrada del colegio, de los plazos que nos ahogan en las exigencias de los trabajos… He visto supermercados donde se agotaban alimentos, con estanterías vacías, con carros de la compra desbordantes que son un insulto en este mundo de desigualdades. ¿Nos hemos parado a pensar hacia dónde vamos? Algunos me dicen que este ‘chute’ de consumo a final de año es bueno para la economía. Me pregunto que para la economía de quién. Hay mucha hipocresía reinando en todas estas afirmaciones.

De todo esto, me quedo con la imagen clásica del Belén: una familia de refugiados, de exiliados, de perseguidos que no tienen nada. Un niño ha nacido en un pesebre porque le hemos negado la posada y se calienta con el aliento de las bestias que allí moran. Aún así, esa familia será ejemplo para mundo en los siguientes dos mil años. No tenían nada y lo tenían todo. No necesitaban más. Ojalá que en este año 2019 todos aprendamos a ser como esa familia. Refrán: Al hogar, como a la nave, le conviene la mar suave.