martes, 28 de enero de 2020

Insensibles al sufrimiento ajeno

En Otra mujer (1988), película de Woody Allen, una profesora de filosofía que está escribiendo un libro escucha por casualidad las sesiones de psicoterapia de una paciente en una consulta contigua a su lugar de trabajo. Poco a poco empieza a tomar conciencia de sus propios problemas y carencias emocionales a través de la ‘otra mujer’. Muchas veces pienso en esta película y veo a diario ejemplos, incluso en carne propia, de nuestra falta de empatía con los demás. «El infierno son los otros», decía Sarte, pero creo que en muchas ocasiones el verdadero problema está en nosotros, que no sabemos ponernos en el lugar de nuestros semejantes. ¿Cuántas tragedias están sucediendo en estos momentos muy cerca nuestra y nos ‘lavamos las manos’ como Pilatos? Hemos perdido el contacto con nuestros vecinos. Recuerdo en mi infancia lo importante que era llevarse bien con ellos y ayudarles. Esa inquietud se ha perdido entre las prisas de la mañana, la indiferencia y el egoísmo reinantes.

Hemos desterrado de nuestra vida el ponerse en el lugar de los demás. No sé si el culpable es el algoritmo de Google, pero creo que es mucho más enriquecedor pedir el azúcar y la sal al del piso de al lado que pedirlo por una aplicación de móvil. Nos estamos embruteciendo, cuando no insensibilizándonos ante la desgracia ajena. A lo mejor, los demás solo necesitan un buen consejo o ser escuchados para sentirse mejor. Pero no somos capaces –tan atrapados por nuestras pantallas digitales y nuestras suscripciones a televisiones de pago- de dedicarles cinco minutos de nuestro tiempo. Otro día podemos ser nosotros los que necesitemos saber que muy cerca hay quien que te puede echar una mano. Pero ya será tarde y estaremos sumidos en la desesperación de nuestros problemas, insensibles a los demás, ahogados en la amargura, sin saber que tras el tabique de la pared hay alguien que, como mínimo, puede darte el consuelo que necesitas. Refrán: Con ayuda de un vecino, mató mi padre un cochino

martes, 14 de enero de 2020

José Vicente Moreno, cerebro en la sombra

A veces, tras los éxitos en cualquier orden de la vida está el trabajo de alguien que realiza su labor en la sombra y no suele aparecer en la foto o los titulares. Es el caso de José Vicente Moreno Arenas, coordinador de proyectos de la Red Extremeña de Desarrollo Rural (Redex), que nos dejó por sorpresa la semana pasada. Desde hacía diecisiete años se ocupaba de que en el difícil mundo del desarrollo rural hubiese la coherencia necesaria para que no se superpusieran actividades y que ningún dinero público se esgrimiese en vano.

Yo contaba con verle en próximas fechas con motivo de la Feria Internacional del Turismo. Ahora saber que no está me llena de hondo pesar, porque era el contacto de Redex con los medios de comunicación y quien me avisaba de cuándo estaban listos todos los miembros de la red para hacer la habitual foto de familia. No soy amigo de panegíricos ni obituarios, pero José Vicente representa una forma de trabajar que me gusta, porque huye del relumbrón y se centra en el trabajo y la amabilidad. Su preocupación por los demás le llevó a ser socio fundador del Instituto Extremeño para la Responsabilidad Social. Le conocí cuando trabajaba en la Mancomunidad de Lacimurga y le había saludado recientemente paseando por Cáceres. Ahora lamento que mi prisa me llevara a no pararme un rato para charlar con él. La próxima Fitur ya no será la misma sin José Antonio, el muñidor de muchos logros en los pueblos extremeños, que se ha ido tan discretamente como vivió.

También nos ha dejado hace escasas fechas, pero en este caso tras una vida muy fecunda, el escritor, cronista, profesor y colaborador en tiempos pretéritos de El Periódico Extremadura, Francisco Croche de Acuña (91 años), en Zafra. Lo conocí junto a nuestro añorado corresponsal Antonio Osuna durante una feria ganadera y aprecié que era un verdadero pozo de generosidad y sabiduría infinitas. Otro crack discreto que nos deja. Refrán: La muerte es tan cierta como la hora incierta.

martes, 7 de enero de 2020

Ilusión, el día después

Hoy es el día del regreso a la realidad, del café caliente apurado deprisa, de llevar a los niños corriendo al colegio entre el tráfico y la bruma, del sentir de nuevo que faltan horas al reloj. Las fiestas navideñas, que en España se alargan hasta el infinito, han terminado. En muchas personas existe un sentimiento de alivio, porque hasta lo bueno cansa, y porque muchas veces en el interior del corazón hay heridas que se agigantan cuando afuera todo es alegría, aunque esta en muchos casos sea fingida o forzada.

A pesar de todo, me gustaría que la ilusión de los días pasados se conservara para siempre, que nos empeñemos en ser inocentes como niños, aunque la realidad nos golpee con la fuerza de un garrotazo. Recuerdo con emoción, los Días de Reyes de mi infancia y esos regalos que anhelaba y que llegaron, más tarde o más temprano.

Un ‘Autocross’ y un microscopio me hicieron en aquella época muy feliz y jugué con ellos hasta destrozarlos. Antes, los juguetes se cuidaban muchísimo y pasaban de unos hermanos a otros. Hoy todo es más tecnológico y pasajero, y me temo que muchos juguetes solo sirven para que los niños los contemplen, sin interactuar con ellos. A veces pienso que los niños de hoy -agasajados en demasía por padres que sufrieron muchas privaciones- se ven desbordados. Y tanto estímulo, tanto videojuego, de alguna manera los convierte en zombis.

Insisto en conservar la ilusión, a pesar de todo. Aunque el día a día esté lleno de angustias y amargores. Prefiero pensar que todo va a ir a mejor, que mañana nos irá bien, aunque incluso nuestros representantes discutan a cara de perro y con argumentos y modales rudos. Comenzamos nueva etapa. Espero, sinceramente, que el futuro que nos espera sea para crecer. Yo les he pedido a los Reyes Magos un tren digno para todos… Será cuestión de tener ilusión. Refrán: Cuando seas joven, de ilusiones. Cuando seas viejo, de recuerdos.