martes, 25 de febrero de 2020

Carnavales de campo y de ciudad

Hoy, los trajes, los confetis y las tramoyas del Carnaval llegan a su fin. Y mañana, Miércoles de Ceniza, el hombre recordará que viene del polvo y que acabará irremediablemente convertido en él. Memento homo. Tengo que reconocer que mantengo con la fiesta que hoy acaba una relación de amor-odio. Me gustan las mascaradas. Tener la oportunidad de ser por unos días lo que se anhela es una propuesta muy seductora. Todos representamos de alguna manera un papel en nuestro día a día y esa máscara a veces pesa demasiado. El intercambio de roles es una práctica más que recomendable. Ponerse en la piel del otro nos lleva a empatizar con él. Sin embargo, hay una parte de exceso en el Carnaval, que no me seduce, esa que tiene que ver con el ‘todo vale’ y el alcohol.

He visto una gran evolución en el Carnaval desde que llegué a Extremadura. En los años noventa Cáceres era una fiesta absoluta, como en casi todas las ciudades. Sin embargo, solo en aquellas en las que había una tradición previa el Carnaval volvió, tras la dictadura, para quedarse.

Ahora se hacen grandes esfuerzos por mantener la fiesta en algunas urbes, en las que el Carnaval ha quedado como una celebración pensada sobre todo para padres con niños pequeños. Navalmoral, Montánchez, Badajoz y otras ciudades, donde sí había un poso previo, continúan fuertes en la senda carnavalera. Caso aparte es el carnaval rural, que tiene su particular liturgia. Recuerdo un Sábado Gordo de Entruejo en Ladrillar donde la fiesta era un caos organizado y tenía ese sabor añejo que solo se encuentra en lo auténtico.

El domingo en Casar de Cáceres asistí a la Boda de los Bujacos, unos peleles locales hechos de bálago y ropas viejas con los que se traen bastante cachondeo. Lo que pasa es que las fiestas de los pueblos tienen códigos que solo entienden los que viven en los pueblos y es difícil conectar con una forma de mirar al mundo tan ligera de equipaje. El año que viene iré a la vaca de Torreorgaz. Larga vida al Carnaval. Refrán: Alegrías, antruejo, que mañana será ceniza

martes, 18 de febrero de 2020

Los Secretos, la cara B que es un éxito

Los Secretos han cantado como nadie a la cara B de la vida. Los milenials no lo saben, pero cuando los discos se hacían en vinilo, en la cara A había un tema por el que apostaba la discográfica y se pinchaba en las radios, y en la B otro quizá menos movido y atractivo. La vida tiene una cara B, de tristeza y oficina, de bocadillo envuelto en papel de plata y servicio de guardia a la que Los Secretos han sabido poner banda sonora con maestría. Incluso podría decirse que la trayectoria del grupo es también heredera de esa atmósfera looser que destilan sus canciones, con pérdidas irreparables en su formación y distintos temporales en su historia.

La actuación el pasado viernes, día de esa especie al borde de la extinción que son los enamorados, Los Secretos presentaban un nuevo trabajo que nada tiene que envidiar a aquellos discos de los ochenta. Quizá todo más medido y formal, pero con un sonido impecable, difícil de encontrar en las bandas de pop actuales, si es que existen. ¡Qué ir y venir de guitarras sobre el escenario! Las cambiaban en cada canción.

Ahora cantan a un paraíso al que quieren llegar por la puerta de atrás. El problema de ser una banda sólida y con tanta trayectoria es que los himnos pesan más que las canciones últimas y el auditorio las espera como si esas bocanadas de nostalgia ochentera dieran la vida. ¿Quién no se ha sentido alguna vez perdedor en el amor? Ellos han puesto letra y música a la derrota que todos hemos experimentado alguna vez. Y lo han hecho sin artificios, con virtuosismo a la guitarra, que derrocharon en el escenario de Cáceres. Además, el público les quiere. Lo demostró con creces bailando sus canciones, jaleándolos, y recordando la nacencia garrovillana de su teclista desde el anfiteatro. Si una cosa quedó clara es que Los Secretos tienen cuerda para rato, mientras sigamos escribiendo los nombres de nuestro desamor sobre vidrios mojados y buscando los paraísos perdidos de la adolescencia. Refrán: A hombre hablador e indiscreto no confíes tu secreto.

martes, 11 de febrero de 2020

El perdón caducado

Hace más de tres décadas discutí por un asunto sin importancia con un amigo. Él es una persona con un gran prestigio intelectual, que desea estar en el anonimato. Una frase estúpida y peor interpretada dio al traste con una amistad que parecía indestructible. Eran aquellos benditos tiempos en los que se escribían cartas. Desde entonces, con el paso de los años, esa herida invisible se ha ido agigantando y se convirtió en un abismo al que no quiero asomarme. Fue un cuento, ahora difuminado de mi mente, el que acabó con todo. Él se vio reflejado en el texto y creyó ver traicionada nuestra cordial relación. Pensó que era el protagonista y que yo había aireado sus trapos sucios para avergonzarle.

Como castigo construyó un muro de desdén que continúa in aeternum. Por un simple afán de reconocimiento literario -un texto de apenas unos folios que ganó un miserable premio en unos juegos florales de provincias- se destruyó una relación forjada a fuego. Es increíble que una acción aparentemente inocua como escribir un cuento pueda ocasionar una tragedia emocional y que una amistad verdadera se trunque por una nimiedad.

¿O no era tal? Una bagatela para mí se transformó en casus belli para otro ser humano. Desde entonces, en mis sueños, trato de acercarme a él, pedirle perdón, excusarme de mi comportamiento inapropiado… Al despertar, mi ego y mi vanidad son más fuertes que el deseo de pedirle disculpas o de viajar al país donde vive. Miro el teléfono, hago el ademán de buscar su número, pero desisto, con gran vergüenza y desazón.

Ahora, tras treinta años de ostracismo -tengo la cabeza ya muy cana- me gustaría decirle a mi amigo: «ven, vamos otra vez a cantar juntos, a tomarnos unas tapas en el bar de la esquina, a reír como entonces». Pero, con el alma rota, me doy cuenta de que ahora no es entonces, y de que el tiempo del perdón ha caducado. Es demasiado tarde para cualquier cosa. Y siento la guadaña de la muerte rozando con su afilado y frío acero mi gaznate. Refrán: Consejo es de sabios perdonar injurias y olvidar agravios.

martes, 4 de febrero de 2020

La trampa de las imágenes

La escena de los espejos de La Dama de Shanghai (Orson Welles, 1948) nos impide ver con claridad quién va a morir al final de la película. Algo parecido sucede en este mundo hiperconectado en el que las redes sociales son una especie de sumidero de informaciones y datos que llegan al receptor sin el filtro de los profesionales. Ahí reside el valor y el peligro de estas pseudonoticias de usar y tirar. La semana pasada fui testigo de la ‘toma’ de Feval por parte de agricultores que protestaban por la ruina que es el campo actualmente, al pairo de los aranceles de Trump y asfixiado por producciones bajo coste. Sin duda una protesta de sobra justificada.

Muchos ciudadanos se han escandalizado de la contundencia policial contra los que pedían simplemente vivir del campo con dignidad. En sus móviles veían el tuit de la carga y esgrimían esa afirmación cuñada de que «aquí se nos machaca y en Cataluña tratan a los ‘indepes’ con guante blanco», por ejemplo. Se han viralizado vídeos cortos en los que las fuerzas de seguridad se empleaban a fondo. Y ahí está la trampa. Internet no refleja las horas de provocación continua y de destrozos vandálicos de quienes acudieron a Feval solamente a montar el taco.

Un grupo de alborotadores estaba conjurado para liarla parda y se diferenciaba bien de quienes acudieron solamente a protestar, como es su derecho. No me gusta la violencia de la policía ni de nadie, pero no sería justo si no dijera que yo vi ganas de salir en el telediario a cualquier precio. Y seguro que pagó algún justo por pecador y se llevó un palo algún manifestante pacífico.

Creo que con respecto al campo hay mucha política del avestruz. Y mucho intermediario apoltronado en despachos. Hay que sentarse a dialogar para que nuestros agricultores tengan salarios dignos. En eso envidio mucho a los americanos, para los que los profesionales del campo son auténticos héroes. Para mí también lo son y no tienen nada que ver con la marginal kale borroka de la semana pasada. Refrán: La violencia es el último recurso del incompetente. (Isaac Asimov).