martes, 31 de marzo de 2020

El mundo que viene, sin nuestros mayores

El mundo que viene, cuando la pandemia haya pasado, será probablemente muy distinto al de hace apenas un mes. Ojalá me equivoque, pero todo apunta a que será muy restrictivo en cuanto a la libre circulación de personas. Muchos de los derechos sociales, por los que nuestros abuelos y padres lucharon, se van a convertir en papel mojado.

El big data va a ser empleado a fondo y, de hecho, el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital que dirige Nadia Calviño, va a implementar el modelo de uso de datos móviles puesto en marcha recientemente por la Generalitat Valenciana para controlar los flujos humanos.

‘Control’ va a ser una palabra muy utilizada en los próximos años y ese control se justificará en aras de la salud pública. Y también quizá desaparezca el dinero físico porque se considere que éste es transmisor de enfermedades. El teléfono móvil se va a convertir, como lo es ya en China, en un salvoconducto que habrá que presentar para viajar o acceder a actos públicos.

Sobre todo, el mundo que viene va a tener una gran deuda con los mayores que se llevó la enfermedad. Sin su sabiduría, sin su experiencia de la vida estamos huérfanos. Un ejemplo de ellos es Julio Saavedra, garrovillano emblemático, que el covid-19 nos ha arrebatado antes de tiempo. Él era una figura muy ligada al folclore extremeño, un pensador libre, un amante de la fotografía, un conversador impenitente, escritor y mentor de jóvenes periodistas. No puedo decir que conversara habitualmente con él, pero sí que las veces que lo hice me pareció de esas personas que siempre tienen forjada opinión de todas las cosas y pueden orientarnos sobre muchos temas clave.

Sé que no es el primero y no será el último, pero simboliza la pérdida de aquellos que lucharon por conseguir la libertad y los derechos sociales que ahora tienen visos de perderse para siempre. Refrán: Abriga bien el pellejo, si quieres llegar a viejo.



martes, 24 de marzo de 2020

Gusanos de seda en primavera

El gusano de seda es la única especie que necesita de otra, el ser humano, para sobrevivir. Si no fuera por el hombre no sería capaz de acceder a la comida. Los huevos de aquellos gusanos de los que les hablaba el año pasado ya han nacido, al abrigo de esta primavera que no acaba de llegar para nadie, en un planeta Tierra que, en unos días, ha cambiado de repente y para siempre.

Ahora la especie pretendidamente superior que lo alimentaba está en jaque y por un organismo (algunos dudan de que sea una forma de vida) que ni si quiera se puede ver más que al microscopio electrónico de millones de aumentos.

Estamos hechos de fragilidad, por dentro y por fuera. Somos vulnerables, necesitamos de otros seres para vivir, empezando por las propias bacterias intestinales, sin contar con los que nos sirven de alimento. Pero hay otra fragilidad de la que no nos habíamos percatado: necesitamos el contacto diario con nuestros semejantes. Necesitamos hablar, besar, palpar, e incluso enfadarnos con los demás para sentirnos vivos.

De pronto, muchas cosas han empezado a tener sentido, solo porque nos faltan. Nunca pensé que limpiar el salón iba a ser un oasis, que iba a desear con todas mis fuerzas visitar a mis suegros, que la voz de mi padre y hermanos por el teléfono me iba a tranquilizar tanto. Nunca pensé que bajar a por el pan -de lo que me escaqueaba cuando podía- se convertiría en una gran excursión o que un vecino canturreando en el balcón iba a llenarme de tanta alegría.

Mientras dure esta cuarentena miraré los gusanos de seda, ajenos a todo este trajín a su alrededor, en el que las familias permanecen enjauladas, volviendo sus ojos a los libros, a la música, a la conversación perdida, vulnerables y frágiles, con un futuro incierto, más incierto que el de ellos que, como el virus, llegaron desde oriente. Refrán: La pera no espera, el gusano se le apodera.

martes, 10 de marzo de 2020

Conexión extremeña de Ernesto Cardenal

Ernesto Cardenal nos ha dicho adiós la semana pasada y parece que con él se va una forma de entender la vida, la religión y la existencia humana. El sacerdote impulsor de la Teología de la Liberación protagonizó una de las imágenes más icónicas de los años ochenta, cuando al arrodillarse ante Juan Pablo II para recibirle en el aeropuerto de Managua, recibía una reprimenda histórica -con dedo inquisitorial incluido- que marcaba su camino fuera del sacerdocio. Afortunadamente, el sacramento del perdón ha sido ejercido con sabiduría por el papa Francisco, quien hace menos de un año lo rehabilitaba, a sus 95, en el ejercicio del presbiterado. La monumental bronca de Juan Pablo II fue porque Cardenal formó parte del Gobierno sandinista como ministro de Cultura (1979-1987) tras colaborar con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza.

Y aunque no lo crean, existe una conexión de Ernesto Cardenal con Extremadura. Dos de sus profesores, que le marcaron en su devenir revolucionario, fueron los extremeños Tomás Calvo Buezas, natural de Tornavacas, y Enrique Sánchez de Valadés, de Don Benito, que le dieron clase en el Seminario Internacional de Vocaciones Tardías de la Ceja, de Medellín (Antioquia).

No han gustado a la Iglesia los sacerdotes que alzan la voz contra los poderosos, aunque en Latinoamérica la situación sociopolítica empujara a ello. Tampoco creo que le gusten los curas poetas como Cardenal, que en varias ocasiones estuvo propuesto al premio Nobel. Famoso es su poema epitafio a Marilyn Monroe en el que denunciaba a todos los que la llevaron a su suicidio. Fiel a sus ideales libertarios, en sus últimos años se dedicó a denunciar los desmanes de Daniel Ortega, a quien señaló como dictador. Cardenal merece un hueco en la historia de la Literatura. Al menos, el poeta de la Teología de la Liberación ha muerto reconciliado con la Iglesia. Refrán: Humano es el errar y divino el perdonar.

martes, 3 de marzo de 2020

Extremadura en ‘Un país para escucharlo’

Hace exactamente una semana que Ariel Rot en su periplo musical y emocional por España hizo parada y fonda en Extremadura. ‘Un país para escucharlo’, que quedará en los anales de la televisión de calidad, se emitía, como siempre, a un horario intempestivo, con los músicos extremeños como protagonistas. La televisión pública, ahora tocada y hundida por los canales de pago online, también tiene momentos de gloria como éste, aunque ya sabemos que son el canto del cisne de una forma de comunicar que piensa primero en la cultura y no en los réditos de la audiencia.

Con Nacho Campillo como cicerone, el conductor del programa muestra su talento acompañando a la guitarra con un virtuosismo inusitado a Susan Santos, Gecko Turner y Duende Josele. Lo que quedó claro es que en la región se hace música de calidad y que muchos de estos valientes son más apreciados fuera de nuestras fronteras que dentro. Gene cantando en la muralla pacense con la torre de Espantaperros al fondo y acompañado solo de un contrabajo es impagable. Porque no solo hubo acierto en los músicos elegidos –aunque también hubo ausencias notables- sino también en los escenarios en los que derrocharon arte. Pablo Guerrero, en el Museo Vostell, entonando su himno ‘A cantaros’, mientras apura el hilillo de voz que le queda junto a Luis Mendo, tiene tintes de epopeya. Acetre, frente al puente Ajuda, en medio de la dehesa rayana, roza lo mítico.

Aplaudo este programa que es un oasis en un panorama catódico dominado por las proezas sexuales de los protagonistas de los realitys shows y las tertulias de comadres donde se airean las adicciones del famoseo cañí. Mi aplauso para La 2 de RTVE. Hacen faltan más programas como éste. El esfuerzo de producirlos es titánico y el beneficio económico cero. El gran talento musical extremeño quedó palmario. Refrán: El que tenga oídos que oiga. (Mateo 13:9-15).