martes, 30 de junio de 2020

El gancho del boxeador con mascarilla

En torno al ciudadano el espectáculo es actualmente desolador. A pesar de lo mucho que se quiere suavizar la realidad, todo sobre lo que se asentaba nuestra vida se ha derrumbado como un castillo de naipes. Nuestro sistema de salud, que creíamos una maravilla, no era tal. Los profesionales, que se han jugado la vida, han sido desamparados entre aplausos y vítores, a veces hipócritas. El ciudadano español está cada vez más cerca de las colas del hambre, que creíamos que eran cosa del pasado. Los famosos ertes se han prorrogado. Y digo yo que si lo han hecho es que no se ha vuelto a ninguna normalidad y se tiene miedo a otro nuevo terremoto sanitario.

Y lo peor es que, salvo alguna rara avis, la gran mayoría de la clase política nos ha mentido, o tenemos la sospecha de que lo ha hecho, a uno y otro lado del arco parlamentario. Los problemas pequeños, sobre los que antes nunca reparábamos, ahora nos pueden costar la vida.

La realidad ha sido como un gancho de boxeador que nos ha dejado noqueados y con una mascarilla en la cara. Algunos privilegiados ya se han tomado una cerveza en una terraza y creen que todo fue una pesadilla puntual, pero la mascarilla sigue sobre nuestra faz. Por algo será. ¿No creen?

Desde el Gobierno y los medios de comunicación adeptos se esfuerzan en que nos olvidemos y reactivemos la economía. Muy bien. Pero no hay que olvidar que un ser invisible ha puesto en jaque a todo el planeta Tierra, algo que no debería haber pasado. No hay que dejarse anestesiar. El sistema, que creíamos que nos protegía, ha fracasado por completo. Y no hay que tomárselo a broma, porque el anciano de la residencia, abandonado a su suerte, lo podemos ser todos más tarde o más temprano. Y no podemos repetir los errores de estos meses. La nueva normalidad no es normal y la anterior al 13 de marzo, tampoco lo era. Refrán: Tantas veces fue el burro al molino que se olvidó el camino.

martes, 23 de junio de 2020

‘Isla del Rey’, novela ejemplar

Quisiera, ahora que estamos saliendo del confinamiento, comentarles una de las pocas cosas buenas que ha traído consigo: tiempo para la lectura. A mis manos llegó en enero un libro que me ha sorprendido en estos días por la sutileza con la que aborda un tema espinoso. Escribir en los tiempos que corren es una locura, pero escribir literatura juvenil es digno de elogio. Isla del Rey (Editorial Premium) se llama esta novela de Remedios Solano, periodista gaditana y profesora de español en Alemania. La acción se sitúa en el río Rin. Como eje de la narración se encuentra una misteriosa isla, la Isla del Rey, que acaba convirtiéndose en un personaje más de la historia. Como Gustave Flaubert, la autora se ha documentado a fondo sobre todas las circunstancias que rodean la acción, que transcurre en un club de remo. Ella misma se ha convertido en una experta en este deporte para contar el devenir de unos adolescentes bien dibujados, creíbles, con sus anhelos, sus defectos y su particular búsqueda de la identidad.

El entorno es idílico, pero encierra un cruel misterio que se desgrana en cada página. A esa escuela de remo veraniega llega la embelesante Masha, enigmático personaje central sobre el que pivotan otros adolescentes y adultos que se ven envueltos en un episodio que desvela un pasado de abusos y malos tratos. Destaco del texto su pulso narrativo y su valentía por hablar a los adolescentes de temas complejos. La selección del lenguaje es muy acertada y desvela un profundo conocimiento del entorno y del mundo náutico. Es una pena que en estos días de encierro una gran parte (no toda) de los adolescentes se haya sumergido en las pantallas de sus móviles y tabletas. Existe literatura expresamente escrita para ellos que les habla como adultos de asuntos importantes, sobre los que no conviene correr ningún tupido velo ni utilizar eufemismos. Lo dicho. Leer es un placer asequible y al alcance de todos. Libros como éste te recuerdan que no todo está perdido y te hacen desconectar de estos días terribles que vivimos. Refrán: Libros y años hacen al hombre sabio.

martes, 16 de junio de 2020

Cuestión de tiempo

Las palabras ya no lo curan todo. Quizás antes, cuando era joven y la muerte rondaba lejos, calmaban el dolor y la pena de las ausencias. Ahora, en medio de este absurdo baile de muertos, no. Se van amigos, conocidos, parientes... y su partida deja en el alma un poso extraño, de despedida inconclusa, de amargores macerados con el paso de los años. No me consuela nada que no sea el reencuentro y las sonoras risas de aquellos que se fueron. La vida es una fiesta y nos han invitado a ella, pero ahora las luces indican que el baile se acaba.

Y otra vez mi corazón vaga desconsolado parloteando por casas deshabitadas, abriendo las ventanas de habitaciones ventiladas. Aún tendrá que resucitar mi voz y templarse la guitarra. Será cuestión de tiempo. Porque mi soledad se ha quedado huérfana, en medio de una primavera extraña en blanco y negro. Y cuando pasen los años y vuelva a leer estas palabras, aún habrá una brasa encendida en mis labios, ese último hálito con el que pronunciaré el nombre de quien me amó verdaderamente. Si me piden cuentas, llegado el momento, podré ofrecer el tesoro de esas tardes de verano en la que mi piel se fundió con otra. Vivir valió la pena solo por tantos besos infinitos, por esos espejos en los que nos miramos cada día sin sentir vergüenza. Estos días todo se va aligerando. No podemos comprar, el viento, el sol, la lluvia, la alegría, la dignidad o el trabajo que costó sacar adelante esta tierra. Será cuestión de tiempo el entenderlo. Ese tiempo que a veces perdemos en pos de inmensas tonterías.

Tengo sed, a la vez, de llanto y de ternura. Porque las palabras, como antes, ya no me curan de este dolor profundo que es la vida. Siento como si, de golpe, ya fuera viejo, en medio de tanta desmesura, de tanta mentira cocinada y de tanto odio sembrado entre seres humanos. Será cuestión de tiempo, pero ahora mismo no puedo sino hablar por los pasillos, sintiendo las ausencias, sin saber muy bien qué hacer con tanta nada entre las manos. Será, como todo, cuestión de siglos enteros poder comprenderlo.

martes, 9 de junio de 2020

Visita al santuario

El pasado viernes decidí subir a visitar a la Virgen de la Montaña. No soy persona de devociones folclóricas, ni me gustan especialmente romerías y procesiones. Pienso que en muchos casos muestran una religión de cara a la galería. Cuando se acaban los fastos seguimos arrastrando nuestras debilidades humanas. Sin embargo, soy creyente, y recordé que en estos meses la patrona de Cáceres debería haber bajado a la ciudad. Sentí que, ahora que se puede, debía rezarle un Ave María en persona, allí en la Montaña.

En el santuario nada más entrar me encontré con Juan Carlos Fernández Rincón, mayordomo de la cofradía, quien también es cabeza visible del Banco de Alimentos de Cáceres. Alimento para el alma y el cuerpo. Esas dos cosas se necesitan más que nunca ahora y es muy significativo que una persona reúna esas dos vocaciones.

Creo que cuando alguien le reza a una Virgen, en realidad, se está dirigiendo a todas las advocaciones marianas del mundo. Me sobrecogí, otra vez, ante el retablo churrigueresco y me llamó la atención, de nuevo, el reló de pared que hay a la izquierda. Los fieles estaban separados uno a uno en cada banco. No fui original en mi petición. Le rogué a la patrona que pare este reguero de dolor, enfermedad y muerte a nuestro alrededor. No solo hay muertes por el covid-19, también hay muchas enfermedades que no se han tratado o que han empeorado en el confinamiento, especialmente en nuestros mayores. Le pedí que parara la sangría económica que ya está llevando a muchos ciudadanos a comedores sociales. Le pedí que la nueva normalidad no sea el disparate que me imagino: una oportunidad para que los poderosos sometan al ser humano aún más en aras de un distanciamiento social que está deshumanizándonos. Le pedí que esta locura pase lo más pronto posible. No soy de liturgias ni manifestaciones públicas de fe, pero lo supliqué en silencio con todas mis fuerzas. Refrán: Para la Virgen de agosto, recoge la cosecha y prepara el mosto.