El párroco de Virgen de Guadalupe se despide de su comunidad y su ausencia se va a notar en la ciudad. Pegado a la realidad y auténtico cura obrero, celebraba la eucaristía como nadie
Cáceres dice adiós a Tino Escribano, párroco de Nuestra Señora de Guadalupe, que regresa a su Burgos natal para estar con los suyos, y la ciudad parece sin duda más triste. Es cierto que esa vuelta a los orígenes se hace con la satisfacción del deber cumplido, pero la ciudad pierde a uno de sus moradores más inquietos y luchadores. Hablo desde la experiencia como vecino de Moctezuma durante años, en los que asistí a sus misas. En ellas reside parte del éxito de este auténtico cura obrero, conectado con la realidad social y pegado al día a día de sus feligreses.
Recuerdo unas misas participativas, amables y agradables, en las que había música, se cantaba y los niños eran protagonistas, pero también en las que se hablaba de los problemas sociales, de la vida, de lo que realmente importa. También recuerdo que los que quisieran podían hacer examen de conciencia en público. Reconocer los pecados ante la asamblea no es moco de pavo y, sin duda, es un ejercicio de valentía reservado a muy pocos.
Tino vivía acorde a su forma de pensar. No lo hacía en el seminario, sino con una familia y su sustento procedía de su actividad docente. Frente a los sacerdotes de sotana y púlpito elevado, él era uno más, que convertía cada domingo en una fiesta de la comunión (de la unión con todos). Era un gran amante del tenis y un domingo aligeró la misa porque había un partido muy importante que quería ver. Él es así, un ser humano, con las inquietudes normales de un ciudadano, pero muy preocupado por los que están cerca de él.
Tino me ha recordado siempre a aquellos curas obreros, como Diamantino, que a partir de los años sesenta se arremangaron para reclamar libertades democráticas frente a un dictador cuya connivencia con las jerarquías católicas era vergonzante y que tuvo un nombre: nacionalcatolicismo. Tino ha hecho realidad aquello de que no basta estar con los necesitados, sino que es necesario compartir su vida con ellos. Sus misas, como las del padre Pío de Pietrelcina, son memorables. Ojalá la iglesia tome nota de esa forma de celebrar la eucaristía. Sin embargo, me temo que no va a hacer.