martes, 23 de mayo de 2017

Curas de barrio, héroes cotidianos

Últimamente los sacerdotes de la Iglesia Católica acaparan los titulares de prensa. Y no por buenas noticias: Pederastia, abusos, condenas, problemas con la Justicia… No es de extrañar por tanto que una gran parte de la sociedad no quiera saber nada, ni de la institución eclesial, ni de quienes la representan con más o menos acierto a pie de calle.

Sin embargo, quisiera acordarme de aquellos sacerdotes de barrio que sí viven de acuerdo con el Evangelio y que no aparecen en los medios de comunicación, realizando una labor callada, pero útil y cercana con la sociedad.

Ha fallecido ‘don Andrés’, el que fuera cura de mi parroquia en Sevilla. Es curioso como aunque ya el ‘don’ ha caído en desuso sí se le sigue aplicando a aquellos sacerdotes que tienen para la comunidad donde trabajan un significado especial. ‘Don Andrés’ no tenía posesiones. Vivía en la pobreza franciscana más absoluta. Llevaba gruesas gafas de pasta negra, el pelo alborotado y lleno de caracoles. Comía en los bares. Fumaba como un cosaco ruso. Estaba en contacto con la gente y sus problemas en un barrio donde campa la droga y la miseria y, si podía, les auxiliaba.

Todas las navidades me regalaba un ejemplar del Evangelio Comentado con una dedicatoria garrapateada e ininteligible. Ayudó a mi madre a morir en paz. La labor de estos sacerdotes pasa desapercibida y me parece muy injusto que así sea.


Parece que en El Salvador se quiere reabrir el caso del asesinato impune de monseñor Óscar Arnulfo Romero, ahora beato de la Iglesia Católica. Lo asesinaron paramilitares (o sin el para) el 24 de marzo de 1980 en la capilla del hospital para cancerosos La Divina Providencia, mientras celebraba la eucaristía, por incitar a la rebeldía de los campesinos contra la explotación y la pobreza. Este año se celebra el centenario de su nacimiento. Sería estupendo que la efeméride coincidiera con que se haga justicia con él. Refrán: Cura de aldea mucho canta y poco medra.

martes, 9 de mayo de 2017

Lágrimas de madre

Hay lágrimas de rabia, de dolor, de ira, de pena, pero hay otras, las que más me interesan: las de amor. Son las más difíciles de ver y suelen ser las madres quienes las lloren. Este domingo ha sido el Día de la Madre y conviene siempre recordarlas.

Es lo que sucedió la semana pasada en la entrega de los II Premios Turismo de el Periódico Extremadura. El mago extremeño de los fogones en Reino Unido José Pizarro fue reconocido con el premio a la Gastronomía. El chef trabaja a destajo en sus numerosos establecimientos en el extranjero y le era imposible venir a recoger el galardón, una hermosa y por cierto pesada estatuilla transparente. Por eso envió un vídeo desde sus cocinas londinenses para agradecer el reconocimiento. Su madre, Isabel Cerro Flores, recogió el premio en su nombre, mientras se le saltaban las lágrimas y enviaba besos con la mano a su hijo en la diáspora. Todo ello sucedía en el interior de la iglesia de la Preciosa Sangre ante la mirada de los invitados. Esos son los besos que realmente no se olvidan, los que traspasan el espacio y el tiempo para llegar a sus destinatarios como el suave vuelo de una paloma.

A mí casi se me saltaron también las lágrimas con la interpretación de Gene García de Bye, bye, Blackbird, un tema de Ray Henderson con letra de Mort Dixon. Al piano, Pedro Calero derrochó su virtuosismo y maestría a partes iguales.

Recuerdo una canción de Luis Pastor llamada Mar de lágrimas, en la que explica los diferentes tipos de lágrimas que existen: desamor, desconsuelo, de cocodrilo, de sueño…

Fue una noche llena de encanto y el mundo del turismo de calidad ya tiene en sus agendas marcadas en rojo para no faltar a esta cita anual. La noche --con una temperatura ideal-- fue propicia en todos los sentidos, porque en el gastronómico el Jardín de Ulloa dejó saciado al personal. Refrán: Puedes olvidar / con quien has reído / pero nunca olvidarás /con quien has llorado (Luis Pastor).

martes, 2 de mayo de 2017

Distintas percepciones de la realidad


Es curioso como ante un mismo hecho cada ser humano tiene una experiencia diferente. Un ejemplo es el reciente caso de la chica del tranvía de Murcia.

La ciudad del Segura amaneció empapelada hace unas semanas con la emocionante carta de un muchacho de 23 años que buscaba a una chica de la que se había enamorado una noche volviendo de fiesta en el tranvía.

Los medios de comunicación regionales quisieron ver una historia romántica y todos deseaban un final feliz, un reencuentro entre los dos muchachos. Las palabras con las que él describía la escena estaban llenas de pasión y, lo que es más inquietante, de detalles. Nada más lejos de la realidad de ella. En este caso verdad ha estropeado los titulares.

La percepción de la muchacha -que ha distribuido también pasquines con su airada respuesta- era radicalmente distinta.

Se sintió acosada y detalla que ojalá nunca se hubiera subido a aquel transporte, que le hizo al chico gestos ostensibles de hostilidad, que a pesar del rechazo el joven le hizo gestos para que se bajara con ella en una parada, que llamó a sus amigas para tranquilizarlas porque habían pensado que estaba en peligro…

No deja de sorprenderme cómo alguien que piensa que está poseído por el sentimiento más noble y elevado del ser humano, en realidad lo que esté es a punto de cometer un delito. Los resabios machistas no desaparecen a pesar de tanta campaña. Él -que dejó su número de teléfono en los pasquines- no deja de recibir ahora amenazas.