martes, 29 de diciembre de 2020

La vida es un trampantojo

En esta Navidad de ausencias y síndrome de la silla vacía del que muy pocos han podido escapar, las fiestas tienen ese sabor mineral que no borra el dulzor del mazapán y el turrón.

Con la que tenemos encima, con este mirarnos sin tocarnos, el conjugar la ilusión con la añoranza de los que se han ido es un juego de malabares. Ellos estaban aquí, llenando el espacio con sus palabras, con sus obras y también con sus defectos y miserias. Ahora la Navidad, nos pone cara a cara frente a la pérdida con su ausencia. Están ahí sus pertenencias, su espíritu, pero ellos no, aunque parezca que van a entrar por la puerta de un momento a otro. La vida se convierte es un gran trampantojo, una ilusión óptica por momentos, en la que, cuando cambiamos de ángulo, nos devuelve a un inmenso dolor y conflicto emocional.

Son muchos los extremeños que la semana pasada lucharon en sus casas contra este espejismo hiriente. No conozco año con más pérdidas personales, de familiares y gente cercana, por una u otra causa. El remate fue el día de Nochebuena, cuando me enteré del fallecimiento de Rosario Cordero, presidenta de la Diputación de Cáceres.

Tras tantas entrevistas, aunque no a fondo, pude conocer a la persona que hay tras el personaje público. Al margen de colores políticos, Cordero simboliza la larga lucha del municipalismo extremeño desde la llegada de la democracia y representa esa forma de hacer las cosas en las que el ciudadano estaba el primero. Su pueblo, Romangordo, está ornamentado con trampantojos, trasunto de esa gran ilusión óptica que es la vida y homenaje de los que se fueron. Con sus virtudes y defectos, Charo simboliza la desaparición de muchos extremeños este año, que lucharon hasta el final como decía Ché Guevara: «¡Hasta la victoria, siempre!»

martes, 22 de diciembre de 2020

Fuentes: el caminante impenitente

En literatura, como en periodismo, el autor puede transitar por las adormecedoras autopistas del algoritmo de Google y el testimonio de oídas, o bien dar un volantazo por las incómodas y tortuosas carreteras secundarias y los caminos rurales. Y todos sabemos que la segunda opción es la más honesta con la profesión de narrador.

Es lo que sucede a Eugenio Fuentes en su último trabajo Rutas, Dones, Heridas (Editora Regional) donde el autor montehermoseño bucea en el adn de Extremadura una década después de la primera entrega de Tierras de Fuentes, donde hablaba de Tierras, Frutos y Rostros. A la espera de nuevas aventuras de Ricardo Cupido, este libro se convierte en un excelente aperitivo, a la par que un buen discurso sobre nuestra identidad y las distintas extremaduras que hay en Extremadura.

Y Fuentes se ha calzado las botas y subido a la bicicleta por la dehesa en su periplo recopilatorio de artículos donde, lejos de convertirse en inquisidor con hachón encendido en su mano dispuesto a quemar vivo al hereje, lo hace desde un prisma amable e irónico.

Anécdotas como la de Felipe González e Ibarra por la A-66 o paseos por el megalistismo extremeño y sus piedras en equilibrio inestable, son algunas de sus rutas. Los dones constituyen un homenaje a amigos y experiencias como la del bodegón de Felipe Checa o el hierro de Miguel Sansón. El autor nos pasea por el estudio de Javier Remedios y la magia de la creación artística.

No tiene pudor al hablar de las heridas de nuestra tierra: el desierto demográfico, el drama de los tabaqueros o la seca. Finaliza el libro con una curiosa anécdota sobre el independentismo que personifica en la barretina jacobina y el gorro de Montehermoso, su pueblo. ¡Ojalá fuera Fuentes corresponsal del New York Times! Refrán: A Castilla el suelo. A Extremadura el vuelo. 

martes, 15 de diciembre de 2020

Cierre perimetral del corazón

Hasta que no llegó la pandemia yo creía que el Estado de Alarma y el toque de queda era algo que solo pasaba en las películas de Arnorld Schwarzenegger. Pero vivimos en un presente que nunca imaginamos. Bueno, digo que «vivimos», pero a una parte de la población se la traen al pairo todas las restricciones que pretenden frenar esta sangría de muertes. Esta situación -que se da en todos los grupos sociales- es especialmente flagrante en algunos jóvenes, aunque no todos. Fiestas ilegales, reuniones clandestinas, encuentros de alto riesgo… Yo también he sido joven y me he creído inmortal. Ahora siento una gran preocupación por los nacidos entre 1985 y 1994, atrapados por dos grandes crisis, la económica que comenzó con la caída de Lehman Brothers y la actual, la sanitaria, pero también con efectos devastadores.

Está claro, nuestros hijos no van a vivir mejor que nosotros. Y esa es una gran losa para todos. La ‘generación intercrisis’ vive instalada en la desesperanza del no future. Pero ello no justifica en ningún momento que pongan en peligro sus vidas y las de los demás.

Entiendo el estrés pandémico. Estamos hartos. Lo que me da más pena es que quienes han tenido fallecimientos cercanos escondan su dolor bajo la mascarilla ante la chanza de algunos irresponsables. Es lo que yo llamo ‘cierre perimetral del corazón’. No les duelen los muertos, ni la enfermedad, ni el dolor ajeno, sumidos en un eterno egoísmo, en ese perpetuo carpe diem en el que hemos animado a vivir a la juventud. Cuando las aguas vuelvan a su cauce, unos estarán inmersos en el dolor de la muerte de seres queridos y otros, los no afectados, con un corazón cerrado, harán de su capa un sayo y volverán a las terrazas a tomar cervezas, si es que un día dejaron de hacerlo.

martes, 8 de diciembre de 2020

Belén, el milagro familiar anual

Las figuras del Belén, del Nacimiento de toda la vida, son, por derecho propio, parte del patrimonio sentimental de una familia. Hoy mismo he montado mi misterio en mi apartamento del populoso barrio de Nuevo Cáceres y quisiera reivindicar su alto valor educativo, especialmente en estos difíciles tiempos.

El Belén de mi familia en Sevilla está compuesto por piezas que han crecido a lo largo de generaciones.

Las hay adquiridas por mis abuelos, por mis padres cuando eran niños y por mis tíos, que ya no pueden contemplarlo. En la base de algunas se lee ‘25 pesetas’ escrito a tinta. Y ya se asoman alambres donde en tiempos hubo barro, en la pierna de algún pastor, hay herrumbre en la fragua, y algún camello, como en el gran poema de Gloria Fuertes, está cojo. Cuando lo contemplo veo el gran regalo de Reyes que los que ya no están nos hacen todos los años. Este 2020, con más sillas vacías en Nochebuena que nunca, el Belén hará el milagro de que los ausentes estén presentes. Sé que mi padre y hermanos lo contemplarán un año más y aunque yo no pueda estar allí con ellos por razones conocidas por todos, de alguna manera lo estaré en algunas de esas piezas.

Y también este Belén es un trasunto de lo que está sucediendo muy cerca, con los más humildes sufriendo, con el panadero pasándolo mal, con el ganadero asfixiado por la economía, con el albañil con la paleta reseca, con la pastora lavando en su río de papel de plata pensando en el futuro que se nos escapa como el agua.

¡Cuántos autónomos, empresarios y trabajadores pasando fatiguitas! Ese es el Belén que nos han montado a nuestro pesar . Todos a la espera de un milagro que esperemos venga en forma de vacuna. Así que cuando alguien denoste el Belén recuérdenle que está cometiendo un gravísimo error. Refrán: La Navidad, mejor en casa y cerca de la brasa.

martes, 1 de diciembre de 2020

Iniesta, otro grande que se va

Siento profundamente que esta columna se haya convertido de un tiempo a esta parte en una sección de necrológicas. El mismo día que nos dejaba el genio del fútbol Maradona también lo hacía un empresario extremeño que tuvo que regatear lo suyo para sacar adelante su holding de hoteles y sus dos ganaderías: José Luis Iniesta. Debo confesar que hacía muchos años que no hablaba con él y esta radiografía no la hago desde el conocimiento íntimo. Recibió el Premio Empresario del Año de este periódico en 2003. Por entonces preparaba la puesta en marcha del Casino de Badajoz. Supe así de su carácter afable, cordial, pero también percibí en él ese brillo en los ojos que caracteriza a los emprendedores de cualquier edad. Sobre todo, me acuerdo de él como parte habitual del paisaje del pabellón extremeño en Fitur.

Iniesta era sevillano (1942), circunstancialmente, pero –como yo- su corazón y sus afanes estaban en Extremadura desde tiempos pretéritos. Es curioso cómo en esta época de redes sociales el impacto de una pérdida se traduce en miles de mensajes de recuerdo y condolencia. En este caso, José Luis Iniesta era valorado no por sus cualidades como hombre de negocios, sino como amigo. En estos momentos aciagos en los que la camaradería se valora por encima de todo, que tus compañeros te califiquen de «amigo» es toda una proeza. También resaltan su amor por la tauromaquia, pasión que profesaba, pero que no imponía ni defendía con alharacas ni vehemencias descontroladas. Yo destacaría su tranquilidad por encima de todos los chaparrones que tuvo que aguantar. La pandemia se está llevando una generación de empresarios extremeños única y creo que insustituible. Vendrán otros, serán quizá mejores, pero nunca serán como José Luis Iniesta. Refrán: A la muerte ni temerla ni buscarla, hay que esperarla.

martes, 24 de noviembre de 2020

Heraclio, el 'virrey' de la dehesa

Conocí a Heraclio Narváez prácticamente recién llegado a El Periódico Extremadura. La Denominación de Origen del jamón ibérico daba sus primeros pasos hace treinta años y como presidente del marchamo de calidad tenía por delante un gigantesco trabajo: convertir al entonces desconocido jamón extremeño en el ‘buque insignia’ de nuestros productos. Cuando el covid-19 nos lo arranca prematuramente su labor se pone negro sobre blanco.

Ahora ya todo el mundo conoce las excelencias del jamón ibérico extremeño con DOP y las distingue de productos como el serrano. Bueno, todos menos el presidente del gobierno, según quedó patente en la última Feria de Zafra. Y este mérito, en una gran parte, se debe a Heraclio Narváez. La dehesa, de la que fue virrey, era el paraíso de este industrial de Jerez de los Caballeros y emprendedor nato.

Últimamente estaba más volcado en sus proyectos locales de restauración. Desde hacía unos años mantenía un perfil bajo en sus apariciones públicas. Sabía delegar. Siempre defendió con pasión ‘lo suyo’, que por ende era lo nuestro. Quienes lo conocieron más a fondo hablan de una capacidad innata y natural para encontrar soluciones a los problemas más complejos. A lo largo de tantos años de entrevistas descubrí que tras el ademán repeinado -y cierto aire de señorito en una primera instancia- había un hombre afable que tendió miles de puentes desde la dehesa extremeña al mundo.

Con Heraclio se dignificó la producción porcina, pues desde muy joven estuvo vinculado a ella. Recuerdo con una sonrisa su eterna desconfianza de la prensa, que siempre lo trató con cariño y lo puso en palmitas. Es una pena que la buena labor de alguien aflore cuando éste desaparece. No sabemos valorar lo que tenemos hasta que lo perdemos. Refrán: Tinto con jamón es buena inyección.

martes, 17 de noviembre de 2020

Tragaderas

Para los tiempos que corren es importante tener unas buenas tragaderas. Nos la están colando, nos la colaron y nos la colarán sin duda en el futuro con leyes mordaza. En la era de las fake news, donde un tuit falso se hace viral en segundos, es cuando más pensamiento crítico se necesita. Los españoles tenemos tendencia a callar ante atropellos e ignominias contra nuestra propia esencia. Parece que en la segunda ola covid en breve muchos niños no se formarán con el español como lengua vehicular gracias a otra ley educativa metida de rondón. España sin español. ¿Cómo se come eso? ¿Cómo le explicamos a un argentino que en España no se estudia la lengua que ellos tan bien usan y conservan? Qué locura.

Hay que tener muchas tragaderas para que no nos rebelemos contra los cambios de criterios constantes en materia de mascarillas: que si no son útiles, que si ahora sí valen, que si no se les puede eliminar el IVA, que ahora sí… La sensación que tengo es que estamos en una Tercera Guerra Mundial en la que luchamos contra un enemigo invisible, sin infraestructuras destruidas, pero sí con la economía derruida a la par que nuestro ánimo, ya por los suelos. Porque en las futuras fiestas vamos a tragar mucha saliva ante nuestras mesas de Navidad, sin seres queridos porque se los ha llevado el virus o porque el confinamiento no lo ha permitido.

Pero no solo hay tragaderas patrias. También allende los mares. En EEUU Trump ha hecho durante su delirante mandato lo que ha querido. Nos obligó a comulgar con ruedas de molino, con aranceles a nuestros productos. Y en esta desesperanza ya no sé a qué santo rogarle. He ido a rezarle a la Virgen de la Montaña y también le pediré el fin de la pandemia a la estatua del Buda Mahar Karuna, esculpida en jade blanco birmano. Pasaba todos los días ante ella en el Auditorio. Ahora tengo pendiente visitarla en el Museo Guayasamín.

martes, 10 de noviembre de 2020

Estado de Cabreo

Ni de alarma, ni de excepción, ni de alerta. Lo que sentimos muchos ciudadanos es un Estado de Cabreo que comenzó en marzo y que todavía no se nos ha quitado de la cabeza, como un mal dolor. Creo que no soy el único que, desde que vio la primera ola, ya avisó de que la segunda se nos venía encima irremediablemente en medio de este ‘sindios’ que se ha convertido nuestra realidad cotidiana. Y lo peor es que esta sensación de ingobernabilidad se extiende por toda la geografía española con la patata caliente de la gestión de la pandemia en manos de 17 directores de orquesta que no saben por dónde meter mano a la cuestión.

Sí, cabreo. Esa es la palabra. Indignación adobada por el dolor de las pérdidas de seres queridos o de amigos o conocidos. Desengáñense: no habrá nadie cuando todo esto acabe que no haya sufrido la mordida del virus en algún miembro de su familia más o menos cercano. Y lo peor es que el Estado de Cabreo se agiganta ante los palos de ciego y las incalificables actitudes de pillaje que se han producido a raíz del descontento general. Nada justifica ponerse un pasamontañas e ir a asaltar el Decathlón de Logroño. Porque están robando no a los capitalistas, sino a otros pobres de solemnidad. Algunos lectores me argumentan que no sólo España está mal y que la anomia se extiende por Europa y el mundo entero. No es consuelo. La sólida democracia norteamericana se ha convertido estos días en una payasada propia de la Italia berlusconiana. Perderle el respeto a la ‘sacra’ urna es una osadía solo propia de locos o visionarios. Vienen malos tiempos, no digo para la lírica, que nunca lo fueron, sino para la cordura más elemental. O llega pronto un remedio para el covid-19 o me temo que del Estado de Cabreo vamos a evolucionar hacia estados alterados en los que el comportamiento irracional de las masas abrirá la puerta a territorio ignoto. Peligro.

martes, 3 de noviembre de 2020

Un siglo de Miguel Delibes


Delibes extrajo del periodismo la urdimbre con la que se forjó como un escritor universal

 A pesar de la que tenemos encima, siempre es buen momento para recordar a nuestros grandes literatos y periodistas. Este año el covid-19 ha arramplado con muchas cosas, pero no ha podido con la conmemoración del siglo del nacimiento de Miguel Delibes (17 de octubre, 1920), escritor y periodista, o ambas cosas en una simbiosis única. Los actos han sido de relumbrón (como la exposición en la Biblioteca Nacional) y humildes, en pequeñas librerías, pero no se han detenido a lo largo de este convulso 2020. Además, como Acontecimiento de Excepcional Interés Público podrán extenderse durante el incierto 2021 que ya otea en el horizonte.

No se sabe qué era antes el autor vallisoletano, si novelista o periodista. Lo cierto es que extrajo del periodista la urdimbre con la que se forjó el escritor. Gracias a ella valoró en su justa medida acontecimientos humanos y aprendió a sintetizarlos en sus obras literarias. Miguel Delibes es un novelista que se apoya en su condición de reportero para contar la realidad, especialmente la rural, con una maestría inusitada.

Muchas reminiscencias del periodismo hay en su obra. Cinco horas con Mario arranca con una esquela de un diario. Aprovechó materiales de sus crónicas viajeras para muchos de sus libros. Además, su experiencia no se limitó a escribir, pues ocupó cargos directivos y tuvo que enfrentarse a las complejas decisiones editoriales que conllevan ese puesto. No fue un mero escritor de oficio que escribía en periódicos. Comenzó a los 20 años en un periódico y lo hizo como dibujante. Otra faceta a destacar es que puso blanco sobre negro las miserias del régimen franquista sin ataques furibundos, con elegancia y humor. Era respetuoso con todas las opiniones y empático en sus análisis. Necesitamos más españoles como él. Y ahora más que nunca. La frase: Contar y andar es la función del periodista (Manuel Chaves Nogales).

martes, 27 de octubre de 2020

Un año sin jarramplas y carantoñas

Para Javier Prieto y su colega Benito Arias estoy seguro que ha sido una de las decisiones más dolorosas de su trayectoria como alcaldes. La supresión del Jarramplas y de las Carantoñas, en Piornal y Acehúche respectivamente, es un síntoma de la tragedia que estamos transitando, aún con más sombras que certezas. Conozco bien ambas Fiestas de Interés Turístico Nacional y puedo atestiguar que son un poso de auténtica tradición. Las dos están cubiertas por la pátina del misterio y se celebran en honor a san Sebastián. He entrevistado a los jarramplas de los últimos 25 años y tengo que confesar que sus testimonios me han emocionado. Cada año hay un motivo profundo que esconde la penitencia de ser sepultado por 25.000 kilos de nabos. Con las carantoñas pasa igual: hay que visitar el pueblo ese día para comprender su significado. Por eso la supresión a causa de la dichosa pandemia sobrepasa la mera renuncia a una fiesta. Un virus nos ha puesto en jaque y tenemos que prescindir de hasta de la entraña más intocable de nuestra identidad. Es tiempo de renuncias: se trata de decir que no a algo que nos gusta, que hacíamos habitualmente y que ahora pone en riesgo nuestras vidas y las de los demás. ¿Estaremos a la altura de este reto?

Muchas veces pienso en nuestros bisabuelos, que vivieron guerras mundiales, crash económicos, una guerra civil y la cruel dictadura. Y ahí los tenemos: olvidados en residencias de ancianos que son una trampa y en las que en algunos casos sus cuidadores se han convertido en carceleros. La exigencia no es mucha: quedarse en casa. Sé que para algunos se hace un mundo. Pero tenemos libros, cine a la carta, internet y música al alcance de todos. Un confinamiento en el siglo XXI no es como el del siglo XIX. El objetivo es salvar las vidas de todos. Creo que no es una meta tan difícil. Refrán: Un pueblo sin tradición es un pueblo sin porvenir. 

martes, 20 de octubre de 2020

Guerrero: adiós al tunante cortés

La semana pasada falleció Francisco Javier Guerrero (63 años), el tunante cortés y simpaticón, principal condenado por el caso de los ERE en Andalucía. Lo conocí en persona en mis veraneos en El Pedroso, pues mi padre y el suyo cultivaron una larga amistad. No se me escapa que por culpa del exdirector general de trabajo el dinero de los parados andaluces acabó dilapidado y en manos de quien no debía, en el caso de corrupción más vergonzante de la reciente democracia. Pero no por ello deja de rondarme la cabeza que sobre él recayó todo el peso de la justicia, mientras que quienes estaban por encima, sus jefes, se fueron ‘de rositas’ o con penas de inhabilitación y la simple condena mediática.

Guerrero fue, además, un ingenuo en sus declaraciones. Se refirió a él mismo como el repartidor de un ‘fondo de reptiles’ en relación a una partida de libre disposición con la que se tapaban bocas y compraban voluntades, cuando podía haberla citado por su nombre técnico: 31-L. Su retrato político y moral se dibuja desde entonces con un trazo grueso marcado por la barra del bar donde se tomaba sus famosos gintonics y recibía a todo el que iba a pedirle una subvención. Él las otorgaba («por mis cojones») sin hacer la más mínima comprobación, por sentirse benefactor y no por un mero afán personal de lucro. Era un ‘conseguidor’ y se sentía orgulloso de ello. Pero también fue un político hábil, muy cercano al ciudadano, y un auténtico ‘desactivador de bombas’ para la institución a la que servía. Y solo recibió el abandono y el desprecio de ésta. Por cierto, que fue traicionado por su chófer, correligionario de juergas, beneficiario de millones de euros sin merecerlo. Javier Guerrero fue el ejecutor de una forma de hacer política execrable, pero creo que los verdaderos responsables no han saldado con la sociedad andaluza la gran deuda que tienen con ella. Refrán: Necio aquel que padece por culpa que otro merece. 

martes, 13 de octubre de 2020

Inés del alma mía, la serie

 No suelo comentar el panorama catódico. Se explica por sí solo. La televisión convencional empieza a hacer aguas ante la oferta digital de pago y el maremágnum de YouTube. Programas que triunfan como la Isla de las Tentaciones no merecen la más mínima reflexión y ni aguantan ninguna justificación más que el famoseo por la vía genital. A veces pienso en que los concursantes tendrán madres y padres que estarán sufriendo mucho viéndolos ante toda España en ese resort que no es más que una gran casa de lenocinio con cámaras.

Afortunadamente, de cuando en cuando, aparecen pequeñas joyas audiovisuales, elaboradas con mimo. La última de ellas, que recomiendo con fruición, es la serie Inés del alma mía, que ahora emite TVE 1. Cuenta la historia de una paisana, de una placentina concretamente, y eso añade más interés a una historia bien contada, llena de emoción, de aventuras y que refleja con bastante fidelidad lo que nosotros denominamos ‘Descubrimiento’ y que parece ser que fue un sumidero de ambiciones y codicia en aras a esquilmar los recursos naturales de todo un continente. En la serie aparece el debate de si los indígenas tenían alma y podían ser considerados como personas. También se abordan las luchas intestinas entre los propios conquistadores. Es una coproducción española y chilena, y se nota el exquisito trato de los personajes que la escritora Isabel Allende creó en 2006. Además, me gusta porque es la epopeya de una mujer, Inés de Suárez, y su relación con otro extremeño, Pedro de Valdivia, éste con luces y sombras en distinta proporción en su biografía. Tanto Elena Rivera como Eduardo Noriega están creíbles en sus roles. El rodaje en los escenarios originales, especialmente en la selva, aporta bastante realismo y los ocho capítulos se pasan volando.  Cáceres aparece en los primeros y sin duda es otro aliciente para ver la serie. Ya saben, la televisión no me seduce, pero Inés del alma mía vale un potosí. Palabra. Refrán: La mujer es más lista que el hombre que la conquista.

martes, 6 de octubre de 2020

Hidroalcohólicos anónimos

Acabo de incorporarme al creciente grupo de los hidroalcohólicos anónimos. Sigo todas las directrices de higiene que nos marcan para evitar el contagio del covid, pero con la llegada de la segunda ola se ha apoderado de mí una angustia existencial que me lleva a extremarlas hasta la obsesión. Creo que me doy gel hidroalcohólico cada vez que me levanto de la mesa y me lavo las manos con agua y jabón frotando hasta producirme leves lesiones.

La preocupación por no contagiarme se ha apoderado de mí. Me tomo la temperatura constantemente y vigilo mis constantes vitales para ver si tengo síntomas. Como Woody Allen en cualquiera de sus primeras películas, en cuanto noto cierta destemplanza me pongo sudoroso y ya creo que cumplo por completo el cuadro clínico de la pandemia. No quiero ni pensar qué sucederá cuando pille el primer catarro del año.

A veces siento como mareos, me falta el aire y repaso mentalmente mis contactos sociales o les llamo para preguntar sibilinamente cómo se encuentran de salud. Busco a cada rato en internet noticias sobre las vacunas, que veo como algo muy lejano e incierto. Y mi preocupación aumenta, como imagino que la de todo el mundo. Ni que decir tiene que no es lo correcto ni lo recomendable, pero instintivamente lo hago.

Solo me conforta esa sensación pegajosa del hidroalcohol sobre la piel, con ese extraño olor a orujo caducado. En mi mesa de trabajo tengo un bote que gasto por arrobas. Esa tranquilidad momentánea es un espejismo y en cuanto cruzo la puerta de la calle me asaltan pensamientos funestos y compulsivos. Esperemos que esta pesadilla tenga pronto un fin. Lo necesitamos. Refrán: Hasta que el hombre muere, de su salud no desespere.


martes, 29 de septiembre de 2020

Tras el cristal: tan lejos, tan cerca

La escena se repite en muchas residencias de ancianos. Yo he podido contemplarla en Cánovas, frente al hogar de las Hermanitas de los Pobres. Unos familiares se tratan de comunicar con sus mayores, que gesticulan tras los cristales, en medio de grandes aspavientos. Al final, optan por llamarse por teléfono y la escena me recuerda al Expreso de Medianoche de Alan Parker. Es el ‘sindios’ al que nos tiene acostumbrado la pandemia. Tras el ventanal está la generación generosa que puso fin al conflicto entre españoles, la que hizo posible transición y democracia, la que luchó por esos derechos sociales que ahora se caen como un castillo de naipes.

La situación del país es la de la tormenta perfecta: crisis sanitaria, crisis económica y crisis política. ¿Cómo le explicamos a ese abuelo o abuela que gran parte de lo que sucede es porque no se ponen de acuerdo sus representantes? Me da mucha pena lo que veo en los parlamentos de nuestro país: políticos enzarzados en grandes broncas solo para conseguir gestos de cara a su parroquia o a la galería, profesionales del acuerdo, incapaces de llegar a ninguno enfrascados en el «y tú más». Y lo peor: nuestras instituciones vapuleadas y arrastradas por los lodos más ignominiosos, con eméritos a la fuga. Nuestros mayores no se merecen esto, después de una posguerra cruel y una lucha social interminable.

Ahora están tras el cristal, incomunicados, abocados a una muerte en soledad, dentro de esas residencias que se han convertido en focos de infección. Mientras tanto, los políticos solo buscan un pobre rédito electoral para seguir manteniéndose en poltronas y comisiones. Este país va a la deriva, en medio de la tormenta perfecta. Como a Miguel de Unamuno, «me duele España», pero como esto siga así nos va a doler algo más que el alma. Desconfía del tigre más que del león, y de un burro tonto más que del tigre. (Proverbio Chino).


martes, 22 de septiembre de 2020

25 años de Premios Empresario

Pasado mañana se entregarán los Premios Empresario Extremeño del Año en su vigésimo quinta edición. Los periodistas tenemos mucha manía con las fechas y nos gusta todo lo que sea una efeméride. En este caso, se trata de una alegría doble, pues que el galardón económico más antiguo de la región celebre sus bodas de plata es todo un acontecimiento, y que sea El Periódico Extremadura el que lo convoque nos llena de satisfacción a todos los que lo hacemos posible cada día. Todavía recuerdo cómo se gestó aquella primera edición en la sede de Camino Llano y las ilusiones que despertó en los trabajadores de la casa. Fuimos los primeros en crear premios de este tipo y quien da primero golpea dos veces. Después han venido imitadores, sucedáneos y otras zarandajas. Pero los fetén son los nuestros, de eso no hay duda.

Al margen de cómo soplaran los vientos económicos, El Periódico Extremadura y sus galardones han estado ahí, impulsando la creación de riqueza, animando a quienes crean empleo. Este año no podía ser menos. Incluso creo que se hacen más necesarios que nunca. El empresariado, ya machacado por crisis y burocracias, se ve ahora zarandeado por la zozobra de la ‘pandemia económica’. Los amargores de los hombres y mujeres de negocios son enormes estos días. Si les reconocemos el trabajo sin duda redundará en renovar ilusiones y ganas de superar una situación que nos desborda a todos.

Me parece mentira que ya hayan pasado 25 años de aquella primera velada. Anécdotas ha habido muchas en esa gala de las empresas. Este jueves El Periódico Extremadura vuelve a sacar músculo y a mostrar su poder de convocatoria con el mundo empresarial. Lo seguiremos haciendo, palabra. Refrán: Perseverancia todo lo alcanza. 

martes, 15 de septiembre de 2020

Diego, el guerrero del charolés

La próxima Feria de Zafra será muy distinta, y no solo porque se celebrará de forma virtual, sino porque un bastión de la ganadería regional se jubila, tras más de cuarenta años al frente de la secretaría ejecutiva de la Asociación Nacional de Ganado Vacuno Charolés de España. Diego Guerrero ha trabajado como un campeón para mejorar esta raza vacuna y merece también que se le galardone con una gran escarapela multicolor por toda su vida. Comenzó hace 40 años cuando el charolés tenía el sambenito de dar problemas en el parto. Desde entonces se ha mejorado mucho, tanto en morfología del animal como en sus aptitudes cárnicas.

Un secretario técnico tiene que lidiar con un montón de problemas en un escenario complejo como es el de una feria ganadera: problemas de traslado de animales, medidas sanitarias, subastas y concursos morfológicos. Guerrero sentía los colores de la raza charolesa y lo transmitía como speaker con los animales en pista ante el jurado. Su vozarrón era inconfundible también cuando ejercía de subastero y procuraba sacar el máximo rendimiento económico de cada ejemplar. Siempre luchó por su asociación y tuvo que vivir una escisión muy traumática que casi todos los ganaderos desean que acabe lo más pronto posible.

Este ganadero de Moraleja ha visto también cómo ha cambiado el mundo de las ferias, que en la actualidad se ha quedado para unos pocos ganaderos nostálgicos que compiten entre ellos, a pesar de que acudir a una de ellas da más quebraderos de cabeza que otra cosa. Guerrero lo sabía y por eso los mimó siempre. Con su jubilación las ferias ganaderas extremeñas no serán las mismas. Ahora empiezan una etapa virtual, esperemos que sea para bien y no pierdan su esencia. Refrán: El que está cerca de la vaca, algo mama. 

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Los ‘influencers’ son los padres

En medio de este crecimiento exponencial de los contagios por covid-19, el epidemiólogo Fernando Simón pide ayuda a los influencers. La ocurrencia es un acto de desesperación ante una situación incontrolable, pero encierra un mensaje que se me antoja muy peligroso: la educación de los jóvenes ya ha dejado de ser definitivamente territorio de los progenitores para convertirse en un espacio propio de adictos al like sin más garantías que el cuestionado algoritmo de YouTube.

Quizá el hecho de que mi madre fuera maestra nacional hace que recuerde claramente la educación que me dio y las explicaciones de asuntos clave en eso que se llamaba urbanidad. Mis padres me educaron. La formación y los conocimientos vinieron después por la escuela, el instituto y la universidad, pero el saber desenvolverme en el mundo con corrección y respeto a los demás correspondió a ellos. Y recuerdo perfectamente cuando mi madre me habló de la importancia de lavarse las manos o de ser educado en la mesa. Mis padres fueron los mejores influencers que pude tener, pues me explicaron estas cosas sin más interés que el cariño y mi porvenir. En cambio, un influencer de internet está ahí porque quiere venderte algo en la mayoría de los casos o necesita del respaldo de un público muy numeroso para monetizar sus intervenciones. Detrás de ellos hay grandes operaciones de marketing y sospecho que sus mensajes, lejos de ser inocentes, tienen siempre una vertiente crematística más o menos oculta. Y eso no quita para que haya excelentes prescriptores, muy bien documentados, pero que no pueden equipararse nunca a la formación universitaria, ni a los consejos independientes que pueden dar los padres.

Sí, los verdaderos influencers son los padres, pero nos hemos olvidado del papel que juegan en la sociedad. Si Fernando Simón hubiera pedido ayuda a todos los padres de España seguro que hubiera tenido más éxito. Desgraciadamente hemos abandonado la educación, los cimientos de la existencia, a un puñado adolescentes con las hormonas revolucionadas que no hilvanan más de tres frases incoherentes en el mejor de los casos, o quieren venderte ropa o cremas faciales. La frase: Quien poco piensa mucho yerra. (Leonardo Da Vinci).

martes, 25 de agosto de 2020

Peñas rotas por el covid-19


En este verano extraño en todos los sentidos echo de menos las fiestas de los pueblos. La semana pasada Garrovillas de Alconétar no ha celebrado, como merece, a san Roque , su patrón. Eso me deja una enorme inquietud, aunque pueda parecer algo pasado de moda.

Y nombro ese pueblo como podría citar a otros muchos que durante estos días, de no estar rondando el covid-19, estarían sumergidos en la agradable liturgia que impone la fiesta. No soy muy de toros, pero este año sin ellos en la plaza Porticada es como si me arrancaran algo profundo del alma. Porque no se trata de morlacos, de verbenas o de comidas de hermandad. El meollo de la cuestión es que la pandemia se ha llevado por delante la ilusión de muchas peñas festivas, de grupos de amigos que atravesaban la Península y hacían miles de kilómetros para estar juntos durante una semana llena de abrazos, convivencia y armonía, aunque fuera efímera y a veces fingida, aquí, en el terruño extremeño. Después, acababan los fastos y cada uno volvía a sus grandes ciudades con el corazón repuesto de emociones rurales.

No me gusta especialmente el alcohol, pero ese vinillo fresquito entre peñistas, haciendo balance del año, ante buenas viandas, es uno de esos placeres ocultos que los urbanitas desconocen. Veo con tristeza nuestros pueblos, que reciben estos días a sus emigrantes, pero no tienen la alegría de la antigua normalidad. Por las noches, sus calles parecen un trasunto grotesco del invierno. La hostelería languidece en medio de este estío extraño en el que el miedo obliga a pequeñas reuniones casi clandestinas en huertos y chalés. Es tiempo de encuentros con mascarilla y asepsia, de pocas personas, muy lejos de esos bailes sudorosos al ritmo de Paquito el Chocolatero , interpretado por la orquesta local. Son días sin alma, en los que no hay abrazos, solo una mascarada bizarra y gel hidroalcohólico a raudales. Es la nueva normalidad, que cada vez me gusta menos, aunque la antigua tampoco era para tirar cohetes. Refrán: A la dama más honesta, también le gusta la fiesta. 

martes, 18 de agosto de 2020

Neowise, el rey de la dehesa

Los grandes acontecimientos de la historia del mundo siempre han ido acompañados de la aparición de un cometa a simple vista. El propio nacimiento de Jesucristo fue anunciado por la famosa estrella de Belén que guió a los Reyes Magos. Las grandes pestes que han asolado nuestro planeta se han visto relacionadas con el paso de cometas, eclipses y bizarras conjunciones cósmicas. La pandemia que vivimos no podía ser menos. Su cometa tiene de nombre C/2020 F3 Neowise y es uno de esos espectáculos maravillosos y gratuitos que nos ofrece el universo. No han hecho falta grandes telescopios para verlo. Extremadura es uno de esos espacios en los que la contaminación lumínica es tan reducida que propicia el avistamiento al neófito gracias a un cielo cristalino. Solo he necesitado de una de las muchas aplicaciones móviles gratuitas para identificar constelaciones. En algún caso tuve que tirar de prismáticos porque parecía una estrella borrosa, como difuminada, de color verde. Pero ahí estaba. Después llegó el momento de fotografiarlo. En YouTube hay miles de expertos que te enseñan a configurar la cámara. Eso es un poco complejo, pues hay que manejar conceptos como tiempo de exposición, apertura de diafragma y sensibilidad, además de tirar de trípode e intervalómetro. Y al final, tras varios intentos, me llevo el recuerdo de noches llenas de emoción y unas fotografías históricas. Este fin de semana le tocó el turno a las Perseidas, las estrellas fugaces que pueden disfrutarse hasta el próximo 24 de agosto. Me fui a los Barruecos y allí, me recosté sobre una gran lancha granítica, para ver las lágrimas de San Lorenzo. Pensé en el incierto futuro que se nos dibuja y deseé con todas mis fuerzas que esta pesadilla acabe cuanto antes. Refrán: Cuanto más fuerte sopla el viento, más alta vuela la cometa.

martes, 14 de julio de 2020

Un año sin Feria de Zafra

Solo he faltado una vez en los últimos 30 años a la Feria de Zafra: cuando me casé. Por eso que la pandemia haya obligado a suspenderla me llena de una desolación inusitada. Siempre se ha dicho –erróneamente- que Zafra era el ‘termómetro’ del agro regional. Ahora no celebrar la feria es como si el enfermo ya estuviera muerto.

De hecho, mi vida la divido en dos partes: el tiempo que desconocía lo que era la Feria de Zafra y desde que la descubrí. Allí he vivido momentos periodísticos inolvidables, visitas reales, los grandes fastos del 92, exclusivas informativas, y hasta hice información rosa, más propia del couché que del papel prensa. Los días en la Feria de Zafra están siempre repletos de emoción. Es como si la ciudad tuviera dentro de ella otra, bulliciosa y cosmopolita, más activa y luminosa.

En Zafra vi por vez primera un billete de quinientos euros en la compraventa de una cochina. He conocido ganaderos muy singulares. Sí, esos de sombrero de ala ancha, gafas de sol, diemte de oro y una cadena al cuello que les pesa más que todo el cuerpo. Los he visto pujar en la nave de subastas con un fajo de billetes abultándoles el bolsillo.

He vivido tardes de emoción en el coso taurino y el triunfo de los matadores en el Hotel Huerta Honda. Allí, con Noni de anfitrión, se cocía la intrahistoria de la FIG y se hacían negocios de sumas millonarias. De noche, en el ferial, las casetas son un hervidero de cuerpos que se amalgaman bailando, de deseo carnal en estado puro. Y al día siguiente vuelve a girar la rueda.

Un año sin Zafra es como si se cercenara parte de mi vida. Y no solo de la mía, sino la de miles de profesionales cuyo año depende en buena parte de cómo les vaya en la feria. Este virus nos está quitando mucho más de lo que parece: no solo vidas humanas, sino una forma de vivir. Me temo, en el futuro, una Feria de Zafra virtual con animales apareciendo en pantallas digitales y ganaderos tecleando en ordenadores portátiles. Ya no será la Feria de Zafra, sino otra cosa. Refrán: En esta feria has de ser o mercancía o mercader.

martes, 7 de julio de 2020

Reencuentros

Son días de reencuentros. La diáspora a la que nos había obligado el confinamiento ha terminado para muchos. Amigos, familiares y conocidos se vuelven a ver las caras en un ejercicio que combina la emoción y la desolación a partes iguales. Los encuentros –que antes eran algo natural- son ahora una representación bizarra de la amistad, llena de abrazos inconclusos, de ademanes de caricias. Todo ello en un escenario dominado por las mascarillas y el gel hidroalcohólico. ¿Es ese el futuro aséptico que nos espera?

Estos días me he reencontrado con familiares y amigos, que verbalizaban su dolor. Porque en todos los lados ha habido alguna cicatriz, directa o indirectamente relacionada con el virus. ¿Ha existido alguna vez una época con tanto fallecimiento de gente mayor? El reguero de muertos es apabullante. No nos vendan otra realidad maquillada o edulcorada, por favor.

En esa reunión contabilizábamos los fallecimientos que habíamos sufrido en el grupo. Todo era una balsa de dolor acendrado que se extendía en una primera conversación tras tres meses de separación. Los profesionales de la sanidad relataban cómo se habían hecho mascarillas con calzas para los pies en los primeros estadios de la ‘guerra’, pues consideraban que la medicina que habían aplicado era la propia de esa situación límite. Otros mostraban su sorpresa por haber visto la M-30 sin coches en un escenario apocalíptico. Incluso hubo quien refirió la impresión que les había causado escuchar rezar a varios vecinos desde los balcones, en una letanía forzada por el miedo y la desesperación.

Así que ahora, en estos momentos en los que hay que aplicar más que nunca distancia social y mascarillas quiero pedirles a todos aparcar un tiempo los achuchones y restregones tan propios de nuestra cultura. Hay miles de personas que han fallecido, les debemos un homenaje. Volver a los contagios sería como faltarles el respeto a ellos y a todos los sanitarios que se han dejado la piel. Asumámoslo: nada va a ser como antes. De nosotros depende poder volver a la vida antes del 13 de marzo.

martes, 30 de junio de 2020

El gancho del boxeador con mascarilla

En torno al ciudadano el espectáculo es actualmente desolador. A pesar de lo mucho que se quiere suavizar la realidad, todo sobre lo que se asentaba nuestra vida se ha derrumbado como un castillo de naipes. Nuestro sistema de salud, que creíamos una maravilla, no era tal. Los profesionales, que se han jugado la vida, han sido desamparados entre aplausos y vítores, a veces hipócritas. El ciudadano español está cada vez más cerca de las colas del hambre, que creíamos que eran cosa del pasado. Los famosos ertes se han prorrogado. Y digo yo que si lo han hecho es que no se ha vuelto a ninguna normalidad y se tiene miedo a otro nuevo terremoto sanitario.

Y lo peor es que, salvo alguna rara avis, la gran mayoría de la clase política nos ha mentido, o tenemos la sospecha de que lo ha hecho, a uno y otro lado del arco parlamentario. Los problemas pequeños, sobre los que antes nunca reparábamos, ahora nos pueden costar la vida.

La realidad ha sido como un gancho de boxeador que nos ha dejado noqueados y con una mascarilla en la cara. Algunos privilegiados ya se han tomado una cerveza en una terraza y creen que todo fue una pesadilla puntual, pero la mascarilla sigue sobre nuestra faz. Por algo será. ¿No creen?

Desde el Gobierno y los medios de comunicación adeptos se esfuerzan en que nos olvidemos y reactivemos la economía. Muy bien. Pero no hay que olvidar que un ser invisible ha puesto en jaque a todo el planeta Tierra, algo que no debería haber pasado. No hay que dejarse anestesiar. El sistema, que creíamos que nos protegía, ha fracasado por completo. Y no hay que tomárselo a broma, porque el anciano de la residencia, abandonado a su suerte, lo podemos ser todos más tarde o más temprano. Y no podemos repetir los errores de estos meses. La nueva normalidad no es normal y la anterior al 13 de marzo, tampoco lo era. Refrán: Tantas veces fue el burro al molino que se olvidó el camino.

martes, 23 de junio de 2020

‘Isla del Rey’, novela ejemplar

Quisiera, ahora que estamos saliendo del confinamiento, comentarles una de las pocas cosas buenas que ha traído consigo: tiempo para la lectura. A mis manos llegó en enero un libro que me ha sorprendido en estos días por la sutileza con la que aborda un tema espinoso. Escribir en los tiempos que corren es una locura, pero escribir literatura juvenil es digno de elogio. Isla del Rey (Editorial Premium) se llama esta novela de Remedios Solano, periodista gaditana y profesora de español en Alemania. La acción se sitúa en el río Rin. Como eje de la narración se encuentra una misteriosa isla, la Isla del Rey, que acaba convirtiéndose en un personaje más de la historia. Como Gustave Flaubert, la autora se ha documentado a fondo sobre todas las circunstancias que rodean la acción, que transcurre en un club de remo. Ella misma se ha convertido en una experta en este deporte para contar el devenir de unos adolescentes bien dibujados, creíbles, con sus anhelos, sus defectos y su particular búsqueda de la identidad.

El entorno es idílico, pero encierra un cruel misterio que se desgrana en cada página. A esa escuela de remo veraniega llega la embelesante Masha, enigmático personaje central sobre el que pivotan otros adolescentes y adultos que se ven envueltos en un episodio que desvela un pasado de abusos y malos tratos. Destaco del texto su pulso narrativo y su valentía por hablar a los adolescentes de temas complejos. La selección del lenguaje es muy acertada y desvela un profundo conocimiento del entorno y del mundo náutico. Es una pena que en estos días de encierro una gran parte (no toda) de los adolescentes se haya sumergido en las pantallas de sus móviles y tabletas. Existe literatura expresamente escrita para ellos que les habla como adultos de asuntos importantes, sobre los que no conviene correr ningún tupido velo ni utilizar eufemismos. Lo dicho. Leer es un placer asequible y al alcance de todos. Libros como éste te recuerdan que no todo está perdido y te hacen desconectar de estos días terribles que vivimos. Refrán: Libros y años hacen al hombre sabio.

martes, 16 de junio de 2020

Cuestión de tiempo

Las palabras ya no lo curan todo. Quizás antes, cuando era joven y la muerte rondaba lejos, calmaban el dolor y la pena de las ausencias. Ahora, en medio de este absurdo baile de muertos, no. Se van amigos, conocidos, parientes... y su partida deja en el alma un poso extraño, de despedida inconclusa, de amargores macerados con el paso de los años. No me consuela nada que no sea el reencuentro y las sonoras risas de aquellos que se fueron. La vida es una fiesta y nos han invitado a ella, pero ahora las luces indican que el baile se acaba.

Y otra vez mi corazón vaga desconsolado parloteando por casas deshabitadas, abriendo las ventanas de habitaciones ventiladas. Aún tendrá que resucitar mi voz y templarse la guitarra. Será cuestión de tiempo. Porque mi soledad se ha quedado huérfana, en medio de una primavera extraña en blanco y negro. Y cuando pasen los años y vuelva a leer estas palabras, aún habrá una brasa encendida en mis labios, ese último hálito con el que pronunciaré el nombre de quien me amó verdaderamente. Si me piden cuentas, llegado el momento, podré ofrecer el tesoro de esas tardes de verano en la que mi piel se fundió con otra. Vivir valió la pena solo por tantos besos infinitos, por esos espejos en los que nos miramos cada día sin sentir vergüenza. Estos días todo se va aligerando. No podemos comprar, el viento, el sol, la lluvia, la alegría, la dignidad o el trabajo que costó sacar adelante esta tierra. Será cuestión de tiempo el entenderlo. Ese tiempo que a veces perdemos en pos de inmensas tonterías.

Tengo sed, a la vez, de llanto y de ternura. Porque las palabras, como antes, ya no me curan de este dolor profundo que es la vida. Siento como si, de golpe, ya fuera viejo, en medio de tanta desmesura, de tanta mentira cocinada y de tanto odio sembrado entre seres humanos. Será cuestión de tiempo, pero ahora mismo no puedo sino hablar por los pasillos, sintiendo las ausencias, sin saber muy bien qué hacer con tanta nada entre las manos. Será, como todo, cuestión de siglos enteros poder comprenderlo.

martes, 9 de junio de 2020

Visita al santuario

El pasado viernes decidí subir a visitar a la Virgen de la Montaña. No soy persona de devociones folclóricas, ni me gustan especialmente romerías y procesiones. Pienso que en muchos casos muestran una religión de cara a la galería. Cuando se acaban los fastos seguimos arrastrando nuestras debilidades humanas. Sin embargo, soy creyente, y recordé que en estos meses la patrona de Cáceres debería haber bajado a la ciudad. Sentí que, ahora que se puede, debía rezarle un Ave María en persona, allí en la Montaña.

En el santuario nada más entrar me encontré con Juan Carlos Fernández Rincón, mayordomo de la cofradía, quien también es cabeza visible del Banco de Alimentos de Cáceres. Alimento para el alma y el cuerpo. Esas dos cosas se necesitan más que nunca ahora y es muy significativo que una persona reúna esas dos vocaciones.

Creo que cuando alguien le reza a una Virgen, en realidad, se está dirigiendo a todas las advocaciones marianas del mundo. Me sobrecogí, otra vez, ante el retablo churrigueresco y me llamó la atención, de nuevo, el reló de pared que hay a la izquierda. Los fieles estaban separados uno a uno en cada banco. No fui original en mi petición. Le rogué a la patrona que pare este reguero de dolor, enfermedad y muerte a nuestro alrededor. No solo hay muertes por el covid-19, también hay muchas enfermedades que no se han tratado o que han empeorado en el confinamiento, especialmente en nuestros mayores. Le pedí que parara la sangría económica que ya está llevando a muchos ciudadanos a comedores sociales. Le pedí que la nueva normalidad no sea el disparate que me imagino: una oportunidad para que los poderosos sometan al ser humano aún más en aras de un distanciamiento social que está deshumanizándonos. Le pedí que esta locura pase lo más pronto posible. No soy de liturgias ni manifestaciones públicas de fe, pero lo supliqué en silencio con todas mis fuerzas. Refrán: Para la Virgen de agosto, recoge la cosecha y prepara el mosto.

martes, 26 de mayo de 2020

Nuevo vocabulario del covid-19

Desde que empezó esto del confinamiento se ha visto alterada toda mi existencia. Ahora cada vez que mi pareja ve un mueble color cereza me echo a temblar, porque se le antoja pintarlo de blanco. Es el ‘bricovid’. Ya no nos queda mesita o aparador al que darle una manita de pintura a la tiza. Y el confinamiento no solo ha alterado mi rutina, sino también mi vocabulario, que se ha enriquecido con palabras inventadas. Por ejemplo: ‘balcoñazo’. La utilizo para designar a aquellos que todavía en Fase 2 siguen jugando al bingo durante horas interminables y pinchando el Resistiré desde sus terrazas para animar el barrio. Tienen buena voluntad, pero acaban siendo cansinos. Otra palabra nueva: ‘Infodemia’. Con ella puede nombrarse a la sobredosis televisiva de datos falsos sobre el coronavirus. Que la hay a patadas.

No me resisto a compartir otra nueva aportación al diccionario: ‘balconazi’. Dícese del energúmeno que se pasa las horas en el balcón afeando con un micro a los paseantes las infracciones que, según él, han cometido. Los hay de cuidado, ojo. También añadiría otro vocablo: ‘bizchocho’. Aplicable a esos miles de bizcochos que he hecho mal estos días y que me quedaron duros como la pata Perico. ¿Y qué me dicen del ‘confitamiento’? Tras varios meses anquilosado, he salido a hacer deporte con unas lorzas confitadas de espanto. En plena Fase 2, veo muchos ‘mascorrillos’ o reuniones de viandantes con mascarillas, eso sí, a metro y medio cada uno.

En estos tiempos en los que veo más televisión, me he dado cuenta de que hay mucho ‘covidiota’ entre los jefes de estado. Término aplicable a Trump, a Bolsonaro y, en general, a todos los que se saltan las normas de confinamiento sin base científica. Lo malo de todo esto es que se están cociendo muchos ‘covidivorcios’, aplicables a parejas obligadas a estar juntas esta cuarentena y que se han dado cuenta de que no se soportan más. Refrán: Hasta el 40 de mayo, no visites al yayo.

martes, 19 de mayo de 2020

El pellizco de Alejo y Sebastián

Cuando un médico enferma o fallece, no sé si a ustedes les pasará, uno siente como un pellizco emocional. Es como si en la batalla que sabemos perdida contra la muerte hubiera desaparecido una línea defensiva. Si, además, el facultativo es una persona conocida o cercana este retortijón de sentimientos es más fuerte. Algo así me pasó la semana pasada, y con emociones encontradas de alegría y desazón.

El miércoles las redes sociales difundieron el vídeo de la salida de la UCI de un paciente. A mí, lo reconozco, no me gustan mucho esos vídeos, pero en esta ocasión el aplaudido era el doctor Alejo Leal, a quien he tenido la suerte de entrevistar alguna vez.

Como sé de su bonhomía, de su cercanía y de sus habilidades como galeno, verle salir de este duro envite me llena de una sincera alegría. No pertenezco a su círculo de amigos, pero sí sé que, por encima de sus competencias profesionales, Alejo Leal es una persona excepcional desde el punto de vista humano. Sabe de mi afición por la fotografía y, siendo él un maestro de este arte, me aconsejó más de una vez sobre tal o cuál objetivo, aunque fuera yo un simple amateur. Suele ser habitual verle por Garrovillas de Alconétar y en alguna ocasión me envió al email alguna foto que me hizo por San Blas o la Feria de San Mateo. Es un hombre que sabe reírse de sí mismo y así lo demuestra en sus redes sociales, donde tira de santoral y buen humor.

En el otro lado de la balanza está la desaparición de Sebastián Traba, médico de familia en el centro de salud de Nuevo Cáceres. No lo conocía, pero querer seguir trabajando a pesar de poder jubilarse y el homenaje que le han rendido sus pacientes y compañeros lo dice todo de su calidad humana. No entiendo cómo la preocupación actual de algunos ciudadanos es la apertura o no de los bares cuando tenemos tan cerca tragedias como éstas. No podemos bajar la guardia ni un momento. Se lo debemos a ellos, a todos los que están en primera línea jugándose el tipo por nuestra salud. Refrán: El médico y el confesor, cuanto más viejos, mejor.

martes, 12 de mayo de 2020

Alcaldes

El pasado domingo este diario publicó un suplemento especial llamado ‘En clave de futuro’. En él un nutrido número de alcaldes elegía EL PERIÓDICO EXTREMADURA para contar no sólo cómo están haciendo frente al covid-19 cada día, sino sus planes para cuando todo esto termine, que lo hará, si Dios quiere. Hay que agradecerles que en estos tiempos de tribulación nos hayan elegido como altavoz y depositado su confianza.

A lo largo de treinta años de ejercicio profesional he conocido y entrevistado a muchos alcaldes y, aunque con ciertas excepciones muy contadas, puedo decir que los ciudadanos pueden sentirse muy orgullosos de sus representantes en primera línea. Alcaldes que hacen la compra a los mayores, les llaman por teléfono, se preocupan de que sus vecinos tengan medicinas, buscan soluciones para la desinfección... Ese tipo de actividades superan con creces las responsabilidades de su cargo y ellos las realizan gustosos y conscientes de que son ellos también tan esenciales como policías o sanitarios.


La pandemia ha dejado al descubierto algunas de nuestras deficiencias, especialmente en el cuidado de los mayores, pero también nuestras virtudes, y una de ellas son nuestros representantes en primera línea de batalla. Porque, tengámoslo claro, el alcalde lo es las 24 horas del día. Es abordado por los vecinos hasta cuando va a tomarse el café. Ellos le hacen demandas y denuncian deficiencias in situ. Y así debe ser. De alcalde es difícil escaquearse. ¡Qué diferencia con nuestros políticos de las grandes cifras y números, de la política con mayúsculas! Su falta de contacto con la realidad les lleva en ocasiones al abismo o a la incomprensión de los ciudadanos (y votantes).

Una cosa parece clara: la pandemia se va a llevar por delante a la mayoría de la clase política actual. Esperemos que los ciudadanos distingan bien quiénes han estado con ellos full time y los que solo se acordaron de ellos a la hora de las urnas. Refrán: Cuando se mueve el alcalde, no se mueve en balde.

martes, 5 de mayo de 2020

Los peligros de la ‘nueva normalidad’

Hemos iniciado el camino a la ‘nueva normalidad’ a través de un galimatías de fases, normas y horarios que llamamos ‘desescalada’. Todos estos sustantivos de nuevo cuño me dan pavor porque sé que abren un camino hacia lo ignoto o al sometimiento. El virus ha interrumpido el vals de la vida en mitad de un compás sincopado. En la ‘nueva normalidad’ que se avecina ya no habrá conciertos y aglomeraciones en torno a la música. Se acabaron los viajes caprichosos a conocer este hermoso planeta y a nosotros mismos. Los bares, con aforos controlados, ya no serán un auditorio improvisado para escuchar teorías cuñadas.

La ‘nueva normalidad’ no pinta bien para el papel prensa y el rugir de rotativas. Lo mismo sucederá con la educación, que tiende a un sistema híbrido en el que la dependencia de las pantallas será total. El mundo vivirá en un permanente estado de ‘shock’ en el que los seres humanos estaremos controlados por salvoconductos que llevaremos en el móvil e incluso chips integrados en nuestras propias carnes. Las fronteras se van a controlar más y todo apunta a una bipolarización EEUU-China tecnológica y geoestratégica. ¿Y qué me dicen del sexo? El virus del miedo nos lleva a un escenario de tocarnos menos, desconfianza y besos programados con mascarilla y guantes.


Si algo tiene de positiva la ‘nueva normalidad’ que se avecina es que probablemente nuestros mayores sean más respetados y los lugares donde pasen sus últimos días no sean visto como un mero negocio. Y seguramente el trabajo de médicos y sanitarios será valorado como merece.También creo que nos encaminamos al trabajo colaborativo y al teletrabajo que, bien administrado, puede ser positivo. En definitiva, espero que la famosa desescalada no sea un descalabro hacia un mundo deshumanizado por completo. Refrán: Nosotros mismos somos nuestro peor enemigo. Nada puede destruir a la Humanidad, excepto la Humanidad misma (Teilhard de Chardin).


martes, 28 de abril de 2020

El balcón indiscreto

Esa pareja que veo todos los días frente a mí a la hora del aplauso ¿Quienes serán? Son un matrimonio joven, con dos hijos, lleno quizá de esperanzas y sueños que han saltado por los aires en apenas un mes. En mi mente elucubro sobre cuáles serán sus aficiones o sus trabajos, si son funcionarios, si les gusta el reguetón o la salsa, si leen a los clásicos o si pasan el día frente al televisor.

Visten chándal y ropa deportiva, salvo el pasado 23 de abril, que salieron al balcón como si fueran a participar en el desfile de San Jorge. Carnaval para mitigar el miedo y la soledad que sentimos todos, escondidos en nuestras casas, esperando un milagro que parece que tarda en llegar. Ella lloró ayer sobre su hombro. Quizá ellos me miren y también se pregunten por la vida de quien les observa desde la ventana de enfrente, y se cuestionen sobre mi vida.


La tarde empieza a despedirse por las cornisas de los edificios de Nuevo Cáceres, en medio de un extraño rumor a primavera que no llega y olores extraños entre los árboles del barrio.

En otros balcones unos aplauden y otros golpean sus cacerolas en señal de protesta. Algunos hacen vida en ellos. Se les ve jugando al ping-pong, haciendo deporte en 3 metros cuadrados o empalmando un cigarrillo tras otro en una ceremonia de la confusión y la perplejidad.

Vuelvo a mirar a la pareja y me pregunto si de haber coincidido alguna vez seríamos amigos, habríamos quedado en el bar de la esquina algún viernes para hablar de cosas intrascendentes y vuelto a nuestras casas entre carcajadas. Podríamos ser grandes cómplices, pero no. La peste con la que hemos comenzado este siglo lo ha truncado todo.

¿Qué pensarán ellos de este tipo anodino y bajito, con una hipoteca sobre sus espaldas, colon irritable y pelo rizado y canoso que les mira? No lo sé.

La noche abre sus brazos y llena cada rincón de oscuridad. La música ha cesado. Los balcones se cierran. Ya no queda nada. Solo olor a insecticida y sirenas de ambulancias.

martes, 21 de abril de 2020

150 miradas a Cáceres

Este jueves iba a ser para mí un día muy especial. Iba a presentar mi último libro, 150 miradas a Cáceres. Llevo preparando este acontecimiento hace mucho tiempo y nada me hubiera gustado más que hacerlo a lo grande, en Cánovas, en la Feria del Libro de Cáceres, este 23 de abril.

Sin embargo, el dichoso covid-19 y sus rigores lo harán imposible. No nos engañemos, a los periodistas nos gusta el contacto con el público y los lectores, algo que los finos llaman feedback. Todos tenemos un corazoncito y nos priva el reconocimiento, lo que en su justa medida es sano, pero que, en desmesura, se llama vanidad. La profesión tiene muchos amargores y pocas alegrías, por eso anhelo esos momentos de ligero relumbrón como el que estaba preparado para esta semana tan especial para la literatura.

Ya que no podré hacerlo personalmente, quisiera reconocer la ayuda de la escritora Pilar Galán, que me orientó, Eugenio Fuentes, prologuista y maestro narrativo, Paqui López Calvache, profesora y correctora, y Tomás González, autor de las fotografías de las cubiertas. 150 miradas a Cáceres es una selección de los artículos de esta Zona Zero de los últimos 13 años. En ellos se dibuja un aguafuerte de la vida en esta ciudad, pero muy lejano de esa ‘ciudad feliz’ que a algunos gusta tanto. Abundan los homenajes y la crítica, pero sin el uso del lanzallamas en el que algunos se sienten cómodos. Yo no. 150 miradas a Cáceres es un libro amable, cuyo objetivo es pintar una sonrisa en el lector. Para que eso sea posible, aunque los ejemplares en papel duerman el sueño de los justos en la Institución Cultural El Brocense, la Diputación de Cáceres va a colgar el contenido accesible para todos online. Si logro que el confinamiento le sea más leve a un solo lector ya me doy por satisfecho. Soy un escritor de otro tiempo y adoro el papel. El salto a lo virtual lo he hecho sin anestesia. El tú a tú con el lector tendrá que esperar. Refrán: ¡He venido a hablar de mi libro! (Paco Umbral).

martes, 14 de abril de 2020

El Cáceres de los abrazos rotos

Los balcones se han convertido, en estos tiempos de confinamiento, en algo muy diferente para lo que fueron pensados. El mío, desde que le puse un cierre metálico, se ha convertido en el territorio de mis dos gatos. Dalí y Gala otean desde allí el horizonte subidos a sus rascadores y podios, ajenos a la tragedia que se cierne a su alrededor. Mi balcón también hace la función de tendedero y, en muchas ocasiones, he saludado a los vecinos mientras oreo camisetas y pijamas. Pero ahora el balcón ha cobrado una nueva dimensión: en ellos conocemos que los demás no son ajenos a esta difícil situación y nos ponemos en su lugar. Nos recuerdan que no estamos solos en este trance.

Cuando salgo al balcón a las ocho al aplauso popular me fijo en los habitantes de los bloques que tengo en frente. No había reparado en ellos, pero ya sus caras me van pareciendo familiares. Los edificios semejan grandes colmenas en las que a la hora convenida se celebra una danza al ritmo de canciones que animan a la resistencia. Me siento cercano a los niños de un vecino que tengo delante y al que nunca he saludado. Estoy esperando a que todo esto acabe para interesarme por ellos. ¡Estamos tan cerca, pero a la vez tan lejos de nuestros semejantes!

Todo es una suerte de abrazos rotos, imposibles, que no acaban de llegar, aunque se deseen con mucha fuerza. Me acuerdo del cuadro de Juan Genovés titulado El abrazo, que se convirtió en símbolo de la Transición como representación de la reconciliación. Espero que esta cultura del balcón nos acerque a los demás, a los que están cerca, e incluso a los que están en las antípodas de nuestro pensamiento.

Creo que es el momento de construir un mundo nuevo donde la ideología no pese tanto y nos pongamos en el lugar y el sufrimiento de los otros, gracias a estas miradas desde nuestros balcones en las que hemos redescubierto a nuestros vecinos. Refrán: La señora Ostentación, echa la casa por el balón.

martes, 7 de abril de 2020

Héroes no, víctimas

Estos días los televisores se llenan de imágenes en las que los profesionales de la sanidad y los usuarios de las residencias de ancianos aparecen como héroes. Suelen ser vídeos en los que salen festejando un alta médica, pequeñas victorias clínicas o simplemente la vida diaria de nuestros mayores. Pero creo que no somos justos si solo mostramos ese momento a ritmo del ‘Resistiré’, un fragmento anecdótico que rellena minutos en los magacines y telediarios. La realidad, la horrible verdad, es que estamos mandando a los profesionales de la sanidad a luchar a una guerra sin protecciones, sin armas y en muchos casos, sin la formación necesaria en el caso de auxiliares contratadas apresuradamente.

Un héroe es alguien que ante una situación adversa toma el camino más difícil en total libertad y a sabiendas de que tendrá que enfrentarse a ella en una lucha desigual. Pero nuestros profesionales de la salud no han elegido enfrentarse al covid-19 sin equipos de protección individual, sin mascarillas o sin conocimientos específicos sobre cómo desvestirse o calzarse al entrar en contacto con los infectados. La verdad es que los médicos, enfermeros y auxiliares son víctimas, desgraciadamente enviados al campo de batalla donde casi las 24 horas se tienen que enfrentar a un trabajo inagotable y tomar decisiones sobre la vida y la muerte de las personas. Los medios audiovisuales se quedan en la cursilería y la cancioncita, algo propio de sociedades infantilizadas. Lo que muestran no es representativo del tremendo trabajo que hacen todos. Lo están pasando mal y esto no es un carnaval. Tampoco dicen que en ocasiones se están tomando decisiones que rozan la eutanasia pasiva en cuanto a uso de respiradores y soportes vitales. Parece que la vida de quienes sobrepasan cierta edad valga menos que la de una persona joven. Y eso es una verdad vergonzante. Así que nada de héroes: sanitarios y mayores son las víctimas de la tragedia que estamos viviendo cada día. Refrán: La verdad es la primera víctima de una guerra.

martes, 31 de marzo de 2020

El mundo que viene, sin nuestros mayores

El mundo que viene, cuando la pandemia haya pasado, será probablemente muy distinto al de hace apenas un mes. Ojalá me equivoque, pero todo apunta a que será muy restrictivo en cuanto a la libre circulación de personas. Muchos de los derechos sociales, por los que nuestros abuelos y padres lucharon, se van a convertir en papel mojado.

El big data va a ser empleado a fondo y, de hecho, el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital que dirige Nadia Calviño, va a implementar el modelo de uso de datos móviles puesto en marcha recientemente por la Generalitat Valenciana para controlar los flujos humanos.

‘Control’ va a ser una palabra muy utilizada en los próximos años y ese control se justificará en aras de la salud pública. Y también quizá desaparezca el dinero físico porque se considere que éste es transmisor de enfermedades. El teléfono móvil se va a convertir, como lo es ya en China, en un salvoconducto que habrá que presentar para viajar o acceder a actos públicos.

Sobre todo, el mundo que viene va a tener una gran deuda con los mayores que se llevó la enfermedad. Sin su sabiduría, sin su experiencia de la vida estamos huérfanos. Un ejemplo de ellos es Julio Saavedra, garrovillano emblemático, que el covid-19 nos ha arrebatado antes de tiempo. Él era una figura muy ligada al folclore extremeño, un pensador libre, un amante de la fotografía, un conversador impenitente, escritor y mentor de jóvenes periodistas. No puedo decir que conversara habitualmente con él, pero sí que las veces que lo hice me pareció de esas personas que siempre tienen forjada opinión de todas las cosas y pueden orientarnos sobre muchos temas clave.

Sé que no es el primero y no será el último, pero simboliza la pérdida de aquellos que lucharon por conseguir la libertad y los derechos sociales que ahora tienen visos de perderse para siempre. Refrán: Abriga bien el pellejo, si quieres llegar a viejo.



martes, 24 de marzo de 2020

Gusanos de seda en primavera

El gusano de seda es la única especie que necesita de otra, el ser humano, para sobrevivir. Si no fuera por el hombre no sería capaz de acceder a la comida. Los huevos de aquellos gusanos de los que les hablaba el año pasado ya han nacido, al abrigo de esta primavera que no acaba de llegar para nadie, en un planeta Tierra que, en unos días, ha cambiado de repente y para siempre.

Ahora la especie pretendidamente superior que lo alimentaba está en jaque y por un organismo (algunos dudan de que sea una forma de vida) que ni si quiera se puede ver más que al microscopio electrónico de millones de aumentos.

Estamos hechos de fragilidad, por dentro y por fuera. Somos vulnerables, necesitamos de otros seres para vivir, empezando por las propias bacterias intestinales, sin contar con los que nos sirven de alimento. Pero hay otra fragilidad de la que no nos habíamos percatado: necesitamos el contacto diario con nuestros semejantes. Necesitamos hablar, besar, palpar, e incluso enfadarnos con los demás para sentirnos vivos.

De pronto, muchas cosas han empezado a tener sentido, solo porque nos faltan. Nunca pensé que limpiar el salón iba a ser un oasis, que iba a desear con todas mis fuerzas visitar a mis suegros, que la voz de mi padre y hermanos por el teléfono me iba a tranquilizar tanto. Nunca pensé que bajar a por el pan -de lo que me escaqueaba cuando podía- se convertiría en una gran excursión o que un vecino canturreando en el balcón iba a llenarme de tanta alegría.

Mientras dure esta cuarentena miraré los gusanos de seda, ajenos a todo este trajín a su alrededor, en el que las familias permanecen enjauladas, volviendo sus ojos a los libros, a la música, a la conversación perdida, vulnerables y frágiles, con un futuro incierto, más incierto que el de ellos que, como el virus, llegaron desde oriente. Refrán: La pera no espera, el gusano se le apodera.

martes, 10 de marzo de 2020

Conexión extremeña de Ernesto Cardenal

Ernesto Cardenal nos ha dicho adiós la semana pasada y parece que con él se va una forma de entender la vida, la religión y la existencia humana. El sacerdote impulsor de la Teología de la Liberación protagonizó una de las imágenes más icónicas de los años ochenta, cuando al arrodillarse ante Juan Pablo II para recibirle en el aeropuerto de Managua, recibía una reprimenda histórica -con dedo inquisitorial incluido- que marcaba su camino fuera del sacerdocio. Afortunadamente, el sacramento del perdón ha sido ejercido con sabiduría por el papa Francisco, quien hace menos de un año lo rehabilitaba, a sus 95, en el ejercicio del presbiterado. La monumental bronca de Juan Pablo II fue porque Cardenal formó parte del Gobierno sandinista como ministro de Cultura (1979-1987) tras colaborar con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza.

Y aunque no lo crean, existe una conexión de Ernesto Cardenal con Extremadura. Dos de sus profesores, que le marcaron en su devenir revolucionario, fueron los extremeños Tomás Calvo Buezas, natural de Tornavacas, y Enrique Sánchez de Valadés, de Don Benito, que le dieron clase en el Seminario Internacional de Vocaciones Tardías de la Ceja, de Medellín (Antioquia).

No han gustado a la Iglesia los sacerdotes que alzan la voz contra los poderosos, aunque en Latinoamérica la situación sociopolítica empujara a ello. Tampoco creo que le gusten los curas poetas como Cardenal, que en varias ocasiones estuvo propuesto al premio Nobel. Famoso es su poema epitafio a Marilyn Monroe en el que denunciaba a todos los que la llevaron a su suicidio. Fiel a sus ideales libertarios, en sus últimos años se dedicó a denunciar los desmanes de Daniel Ortega, a quien señaló como dictador. Cardenal merece un hueco en la historia de la Literatura. Al menos, el poeta de la Teología de la Liberación ha muerto reconciliado con la Iglesia. Refrán: Humano es el errar y divino el perdonar.

martes, 3 de marzo de 2020

Extremadura en ‘Un país para escucharlo’

Hace exactamente una semana que Ariel Rot en su periplo musical y emocional por España hizo parada y fonda en Extremadura. ‘Un país para escucharlo’, que quedará en los anales de la televisión de calidad, se emitía, como siempre, a un horario intempestivo, con los músicos extremeños como protagonistas. La televisión pública, ahora tocada y hundida por los canales de pago online, también tiene momentos de gloria como éste, aunque ya sabemos que son el canto del cisne de una forma de comunicar que piensa primero en la cultura y no en los réditos de la audiencia.

Con Nacho Campillo como cicerone, el conductor del programa muestra su talento acompañando a la guitarra con un virtuosismo inusitado a Susan Santos, Gecko Turner y Duende Josele. Lo que quedó claro es que en la región se hace música de calidad y que muchos de estos valientes son más apreciados fuera de nuestras fronteras que dentro. Gene cantando en la muralla pacense con la torre de Espantaperros al fondo y acompañado solo de un contrabajo es impagable. Porque no solo hubo acierto en los músicos elegidos –aunque también hubo ausencias notables- sino también en los escenarios en los que derrocharon arte. Pablo Guerrero, en el Museo Vostell, entonando su himno ‘A cantaros’, mientras apura el hilillo de voz que le queda junto a Luis Mendo, tiene tintes de epopeya. Acetre, frente al puente Ajuda, en medio de la dehesa rayana, roza lo mítico.

Aplaudo este programa que es un oasis en un panorama catódico dominado por las proezas sexuales de los protagonistas de los realitys shows y las tertulias de comadres donde se airean las adicciones del famoseo cañí. Mi aplauso para La 2 de RTVE. Hacen faltan más programas como éste. El esfuerzo de producirlos es titánico y el beneficio económico cero. El gran talento musical extremeño quedó palmario. Refrán: El que tenga oídos que oiga. (Mateo 13:9-15).

martes, 25 de febrero de 2020

Carnavales de campo y de ciudad

Hoy, los trajes, los confetis y las tramoyas del Carnaval llegan a su fin. Y mañana, Miércoles de Ceniza, el hombre recordará que viene del polvo y que acabará irremediablemente convertido en él. Memento homo. Tengo que reconocer que mantengo con la fiesta que hoy acaba una relación de amor-odio. Me gustan las mascaradas. Tener la oportunidad de ser por unos días lo que se anhela es una propuesta muy seductora. Todos representamos de alguna manera un papel en nuestro día a día y esa máscara a veces pesa demasiado. El intercambio de roles es una práctica más que recomendable. Ponerse en la piel del otro nos lleva a empatizar con él. Sin embargo, hay una parte de exceso en el Carnaval, que no me seduce, esa que tiene que ver con el ‘todo vale’ y el alcohol.

He visto una gran evolución en el Carnaval desde que llegué a Extremadura. En los años noventa Cáceres era una fiesta absoluta, como en casi todas las ciudades. Sin embargo, solo en aquellas en las que había una tradición previa el Carnaval volvió, tras la dictadura, para quedarse.

Ahora se hacen grandes esfuerzos por mantener la fiesta en algunas urbes, en las que el Carnaval ha quedado como una celebración pensada sobre todo para padres con niños pequeños. Navalmoral, Montánchez, Badajoz y otras ciudades, donde sí había un poso previo, continúan fuertes en la senda carnavalera. Caso aparte es el carnaval rural, que tiene su particular liturgia. Recuerdo un Sábado Gordo de Entruejo en Ladrillar donde la fiesta era un caos organizado y tenía ese sabor añejo que solo se encuentra en lo auténtico.

El domingo en Casar de Cáceres asistí a la Boda de los Bujacos, unos peleles locales hechos de bálago y ropas viejas con los que se traen bastante cachondeo. Lo que pasa es que las fiestas de los pueblos tienen códigos que solo entienden los que viven en los pueblos y es difícil conectar con una forma de mirar al mundo tan ligera de equipaje. El año que viene iré a la vaca de Torreorgaz. Larga vida al Carnaval. Refrán: Alegrías, antruejo, que mañana será ceniza

martes, 18 de febrero de 2020

Los Secretos, la cara B que es un éxito

Los Secretos han cantado como nadie a la cara B de la vida. Los milenials no lo saben, pero cuando los discos se hacían en vinilo, en la cara A había un tema por el que apostaba la discográfica y se pinchaba en las radios, y en la B otro quizá menos movido y atractivo. La vida tiene una cara B, de tristeza y oficina, de bocadillo envuelto en papel de plata y servicio de guardia a la que Los Secretos han sabido poner banda sonora con maestría. Incluso podría decirse que la trayectoria del grupo es también heredera de esa atmósfera looser que destilan sus canciones, con pérdidas irreparables en su formación y distintos temporales en su historia.

La actuación el pasado viernes, día de esa especie al borde de la extinción que son los enamorados, Los Secretos presentaban un nuevo trabajo que nada tiene que envidiar a aquellos discos de los ochenta. Quizá todo más medido y formal, pero con un sonido impecable, difícil de encontrar en las bandas de pop actuales, si es que existen. ¡Qué ir y venir de guitarras sobre el escenario! Las cambiaban en cada canción.

Ahora cantan a un paraíso al que quieren llegar por la puerta de atrás. El problema de ser una banda sólida y con tanta trayectoria es que los himnos pesan más que las canciones últimas y el auditorio las espera como si esas bocanadas de nostalgia ochentera dieran la vida. ¿Quién no se ha sentido alguna vez perdedor en el amor? Ellos han puesto letra y música a la derrota que todos hemos experimentado alguna vez. Y lo han hecho sin artificios, con virtuosismo a la guitarra, que derrocharon en el escenario de Cáceres. Además, el público les quiere. Lo demostró con creces bailando sus canciones, jaleándolos, y recordando la nacencia garrovillana de su teclista desde el anfiteatro. Si una cosa quedó clara es que Los Secretos tienen cuerda para rato, mientras sigamos escribiendo los nombres de nuestro desamor sobre vidrios mojados y buscando los paraísos perdidos de la adolescencia. Refrán: A hombre hablador e indiscreto no confíes tu secreto.

martes, 11 de febrero de 2020

El perdón caducado

Hace más de tres décadas discutí por un asunto sin importancia con un amigo. Él es una persona con un gran prestigio intelectual, que desea estar en el anonimato. Una frase estúpida y peor interpretada dio al traste con una amistad que parecía indestructible. Eran aquellos benditos tiempos en los que se escribían cartas. Desde entonces, con el paso de los años, esa herida invisible se ha ido agigantando y se convirtió en un abismo al que no quiero asomarme. Fue un cuento, ahora difuminado de mi mente, el que acabó con todo. Él se vio reflejado en el texto y creyó ver traicionada nuestra cordial relación. Pensó que era el protagonista y que yo había aireado sus trapos sucios para avergonzarle.

Como castigo construyó un muro de desdén que continúa in aeternum. Por un simple afán de reconocimiento literario -un texto de apenas unos folios que ganó un miserable premio en unos juegos florales de provincias- se destruyó una relación forjada a fuego. Es increíble que una acción aparentemente inocua como escribir un cuento pueda ocasionar una tragedia emocional y que una amistad verdadera se trunque por una nimiedad.

¿O no era tal? Una bagatela para mí se transformó en casus belli para otro ser humano. Desde entonces, en mis sueños, trato de acercarme a él, pedirle perdón, excusarme de mi comportamiento inapropiado… Al despertar, mi ego y mi vanidad son más fuertes que el deseo de pedirle disculpas o de viajar al país donde vive. Miro el teléfono, hago el ademán de buscar su número, pero desisto, con gran vergüenza y desazón.

Ahora, tras treinta años de ostracismo -tengo la cabeza ya muy cana- me gustaría decirle a mi amigo: «ven, vamos otra vez a cantar juntos, a tomarnos unas tapas en el bar de la esquina, a reír como entonces». Pero, con el alma rota, me doy cuenta de que ahora no es entonces, y de que el tiempo del perdón ha caducado. Es demasiado tarde para cualquier cosa. Y siento la guadaña de la muerte rozando con su afilado y frío acero mi gaznate. Refrán: Consejo es de sabios perdonar injurias y olvidar agravios.

martes, 4 de febrero de 2020

La trampa de las imágenes

La escena de los espejos de La Dama de Shanghai (Orson Welles, 1948) nos impide ver con claridad quién va a morir al final de la película. Algo parecido sucede en este mundo hiperconectado en el que las redes sociales son una especie de sumidero de informaciones y datos que llegan al receptor sin el filtro de los profesionales. Ahí reside el valor y el peligro de estas pseudonoticias de usar y tirar. La semana pasada fui testigo de la ‘toma’ de Feval por parte de agricultores que protestaban por la ruina que es el campo actualmente, al pairo de los aranceles de Trump y asfixiado por producciones bajo coste. Sin duda una protesta de sobra justificada.

Muchos ciudadanos se han escandalizado de la contundencia policial contra los que pedían simplemente vivir del campo con dignidad. En sus móviles veían el tuit de la carga y esgrimían esa afirmación cuñada de que «aquí se nos machaca y en Cataluña tratan a los ‘indepes’ con guante blanco», por ejemplo. Se han viralizado vídeos cortos en los que las fuerzas de seguridad se empleaban a fondo. Y ahí está la trampa. Internet no refleja las horas de provocación continua y de destrozos vandálicos de quienes acudieron a Feval solamente a montar el taco.

Un grupo de alborotadores estaba conjurado para liarla parda y se diferenciaba bien de quienes acudieron solamente a protestar, como es su derecho. No me gusta la violencia de la policía ni de nadie, pero no sería justo si no dijera que yo vi ganas de salir en el telediario a cualquier precio. Y seguro que pagó algún justo por pecador y se llevó un palo algún manifestante pacífico.

Creo que con respecto al campo hay mucha política del avestruz. Y mucho intermediario apoltronado en despachos. Hay que sentarse a dialogar para que nuestros agricultores tengan salarios dignos. En eso envidio mucho a los americanos, para los que los profesionales del campo son auténticos héroes. Para mí también lo son y no tienen nada que ver con la marginal kale borroka de la semana pasada. Refrán: La violencia es el último recurso del incompetente. (Isaac Asimov).

martes, 28 de enero de 2020

Insensibles al sufrimiento ajeno

En Otra mujer (1988), película de Woody Allen, una profesora de filosofía que está escribiendo un libro escucha por casualidad las sesiones de psicoterapia de una paciente en una consulta contigua a su lugar de trabajo. Poco a poco empieza a tomar conciencia de sus propios problemas y carencias emocionales a través de la ‘otra mujer’. Muchas veces pienso en esta película y veo a diario ejemplos, incluso en carne propia, de nuestra falta de empatía con los demás. «El infierno son los otros», decía Sarte, pero creo que en muchas ocasiones el verdadero problema está en nosotros, que no sabemos ponernos en el lugar de nuestros semejantes. ¿Cuántas tragedias están sucediendo en estos momentos muy cerca nuestra y nos ‘lavamos las manos’ como Pilatos? Hemos perdido el contacto con nuestros vecinos. Recuerdo en mi infancia lo importante que era llevarse bien con ellos y ayudarles. Esa inquietud se ha perdido entre las prisas de la mañana, la indiferencia y el egoísmo reinantes.

Hemos desterrado de nuestra vida el ponerse en el lugar de los demás. No sé si el culpable es el algoritmo de Google, pero creo que es mucho más enriquecedor pedir el azúcar y la sal al del piso de al lado que pedirlo por una aplicación de móvil. Nos estamos embruteciendo, cuando no insensibilizándonos ante la desgracia ajena. A lo mejor, los demás solo necesitan un buen consejo o ser escuchados para sentirse mejor. Pero no somos capaces –tan atrapados por nuestras pantallas digitales y nuestras suscripciones a televisiones de pago- de dedicarles cinco minutos de nuestro tiempo. Otro día podemos ser nosotros los que necesitemos saber que muy cerca hay quien que te puede echar una mano. Pero ya será tarde y estaremos sumidos en la desesperación de nuestros problemas, insensibles a los demás, ahogados en la amargura, sin saber que tras el tabique de la pared hay alguien que, como mínimo, puede darte el consuelo que necesitas. Refrán: Con ayuda de un vecino, mató mi padre un cochino

martes, 14 de enero de 2020

José Vicente Moreno, cerebro en la sombra

A veces, tras los éxitos en cualquier orden de la vida está el trabajo de alguien que realiza su labor en la sombra y no suele aparecer en la foto o los titulares. Es el caso de José Vicente Moreno Arenas, coordinador de proyectos de la Red Extremeña de Desarrollo Rural (Redex), que nos dejó por sorpresa la semana pasada. Desde hacía diecisiete años se ocupaba de que en el difícil mundo del desarrollo rural hubiese la coherencia necesaria para que no se superpusieran actividades y que ningún dinero público se esgrimiese en vano.

Yo contaba con verle en próximas fechas con motivo de la Feria Internacional del Turismo. Ahora saber que no está me llena de hondo pesar, porque era el contacto de Redex con los medios de comunicación y quien me avisaba de cuándo estaban listos todos los miembros de la red para hacer la habitual foto de familia. No soy amigo de panegíricos ni obituarios, pero José Vicente representa una forma de trabajar que me gusta, porque huye del relumbrón y se centra en el trabajo y la amabilidad. Su preocupación por los demás le llevó a ser socio fundador del Instituto Extremeño para la Responsabilidad Social. Le conocí cuando trabajaba en la Mancomunidad de Lacimurga y le había saludado recientemente paseando por Cáceres. Ahora lamento que mi prisa me llevara a no pararme un rato para charlar con él. La próxima Fitur ya no será la misma sin José Antonio, el muñidor de muchos logros en los pueblos extremeños, que se ha ido tan discretamente como vivió.

También nos ha dejado hace escasas fechas, pero en este caso tras una vida muy fecunda, el escritor, cronista, profesor y colaborador en tiempos pretéritos de El Periódico Extremadura, Francisco Croche de Acuña (91 años), en Zafra. Lo conocí junto a nuestro añorado corresponsal Antonio Osuna durante una feria ganadera y aprecié que era un verdadero pozo de generosidad y sabiduría infinitas. Otro crack discreto que nos deja. Refrán: La muerte es tan cierta como la hora incierta.

martes, 7 de enero de 2020

Ilusión, el día después

Hoy es el día del regreso a la realidad, del café caliente apurado deprisa, de llevar a los niños corriendo al colegio entre el tráfico y la bruma, del sentir de nuevo que faltan horas al reloj. Las fiestas navideñas, que en España se alargan hasta el infinito, han terminado. En muchas personas existe un sentimiento de alivio, porque hasta lo bueno cansa, y porque muchas veces en el interior del corazón hay heridas que se agigantan cuando afuera todo es alegría, aunque esta en muchos casos sea fingida o forzada.

A pesar de todo, me gustaría que la ilusión de los días pasados se conservara para siempre, que nos empeñemos en ser inocentes como niños, aunque la realidad nos golpee con la fuerza de un garrotazo. Recuerdo con emoción, los Días de Reyes de mi infancia y esos regalos que anhelaba y que llegaron, más tarde o más temprano.

Un ‘Autocross’ y un microscopio me hicieron en aquella época muy feliz y jugué con ellos hasta destrozarlos. Antes, los juguetes se cuidaban muchísimo y pasaban de unos hermanos a otros. Hoy todo es más tecnológico y pasajero, y me temo que muchos juguetes solo sirven para que los niños los contemplen, sin interactuar con ellos. A veces pienso que los niños de hoy -agasajados en demasía por padres que sufrieron muchas privaciones- se ven desbordados. Y tanto estímulo, tanto videojuego, de alguna manera los convierte en zombis.

Insisto en conservar la ilusión, a pesar de todo. Aunque el día a día esté lleno de angustias y amargores. Prefiero pensar que todo va a ir a mejor, que mañana nos irá bien, aunque incluso nuestros representantes discutan a cara de perro y con argumentos y modales rudos. Comenzamos nueva etapa. Espero, sinceramente, que el futuro que nos espera sea para crecer. Yo les he pedido a los Reyes Magos un tren digno para todos… Será cuestión de tener ilusión. Refrán: Cuando seas joven, de ilusiones. Cuando seas viejo, de recuerdos.