martes, 25 de enero de 2022

Una Fitur distinta a todas

Los ecos de la Feria Internacional del Turismo (Fitur) ya resuenan lejanos, pero me gustaría reflexionar sobre lo novedoso de esta última entrega, sin duda distinta a todas. En primer lugar porque la anterior Fitur se celebró en mayo del año pasado, con lo que ha habido menos tiempo entre ediciones. Otro dato singular es que no recuerdo una inauguración en el estand de Extremadura con la visita de dos ministros de la talla de Reyes Maroto y Miquel Iceta, la presencia de algún secretario general y la participación del presidente extremeño en varias ruedas de prensa, cuando lo normal es que circunscriba solo al Día de Extremadura.

Tampoco ha sido normal el acceso a Ifema. Dos filas. Una para los que tengan el Pasaporte Europeo Covid y otra para los que acceden con pruebas PCR. El resultado es un cuello de botella, al que hay que sumar los lógicos controles de rayos X por la presencia de los Reyes de España. Se tardaron horas en acceder a los pabellones. Si de por sí hacerlo es un caos en una Fitur ‘normal’ este año ha sido de locura. Otro tema es que a los periodistas se les obliga a entrar a las diez de la mañana. La mayoría tienen que montar equipos de radio, vídeo o conectar por internet con sus periódicos. He visto a algunos compañeros haciendo conexiones en directo entrando por la puerta, sin todavía llegar a su set de retransmisión. Más novedades: 53 presentaciones profesionales en el estand extremeño. Creo que la cifra es récord. El pabellón por vez primera era abierto al cien por cien y eso le ha proporcionado un gran dinamismo. Muy bien.

Lo cierto es que me quito el sombrero ante los profesionales –de la información y del turismo- que tienen que trabajar como ‘piojos en costura’ y en condiciones muy adversas esos días. Todo sea porque a Extremadura se la conozca mejor. El objetivo merece la pena. 

martes, 18 de enero de 2022

Jaime Ostos, bailarín en Zafra

En la película Esencia de mujer hay una escena memorable que ha quedado para los anales del cine. Al Pacino es un veterano de guerra ciego que está a las puertas del suicidio. En un arrebato de melancolía de sus años mozos se pone a bailar el tango de Gardel Por una cabeza. A pesar de su ceguera, la compenetración con la jovencísima bailarina deja boquiabiertos a los presentes en el salón de baile. Algo así me sucedió con Jaime Ostos muchas veces en el Hotel Huerta Honda de Zafra. 

No voy a entrar en méritos taurinos, porque ni me corresponden ni estoy capacitado para ellos. Lo que sé es que Jaime Ostos, fallecido a los 90 años hace escasas fechas, era un experto bailarín que impresionaba a todos cuando con su mujer, la doctora Grajal, se arrancaba a mover el esqueleto. El maestro de Écija entraba en una suerte de trance. Sus músculos se tensaban. Sus manos se alzaban al aire con gracia, a la vez que las piernas iniciaban coreografías imposibles. Lo que más me sorprendía era su mirada, felina, acechante y sin perder un segundo a su pareja de baile. Aquello no era un baile, aquello era una mezcla de seducción y toreo del bueno. Muy pocos pueden presumir de saber bailar tangos. La pareja Ostos-Grajal era un binomio rítmico único en ese aspecto. 

Pero Jaime Ostos, según relata el maestro Antonio Burgos, era un hombre con un pundonor ciclópeo. Vivió de cerca la época de las ‘mordidas’ de los periodistas adeptos y adictos al régimen de Franco. Se creían intocables, pero Ostos, acostumbrado a cornadas de todo tipo, tuvo el valor de brindarle un toro al escribiente ‘sobrecogedor’: «Tengo el gusto de brindarle la muerte de este toro al trincón más grande y más sinvergüenza que hubo jamás en la crítica taurina. Si quiere usted dinero de los toreros, póngase el vestido, juéguese la vida delante de toro y deje de robarnos». Sin duda, era un valiente. De otro planeta. Del planeta Toros.

martes, 11 de enero de 2022

Fragilidad y esperanza humana


Si una cosa es cierta en el ser humano es su fragilidad. Lo contó el gran pintor napolitano Salvatore Rosa (1615–1673) en un cuadro culmen del barroco. Este discípulo de Ribera se vio afectado por una peste que asoló Nápoles, ciudad que rivalizaba con París por ser entonces capital del mundo. 

La pandemia de entonces acabó con su hijo, su hermano y una hermana. El profundo dolor le llevó a representar una imagen dantesca: La muerte-canina obliga a escribir a un recién nacido la dura frase «La concepción es un pecado, el nacimiento es dolor, la vida es trabajo, la muerte una necesidad». 

Sin embargo, ante la aplastante realidad que estamos viviendo no quiero caer en el derrotismo de Salvatore Rosa. El hombre es frágil, pero también crisol de muchas virtudes que muchos se empeñan en ocultar por oscuros intereses. La pandemia pone negro sobre blanco nuestro lado más solidario. No puedo dejar de acordarme de los profesionales de la sanidad de primera línea y mal remunerados que juegan el físico en los cribados masivos y en los centros de salud, a veces en condiciones laborales que dejan mucho que desear. Tampoco puedo olvidarme de los amigos y vecinos que se ofrecen a asistir a los infectados dejándoles víveres en los ascensores, haciéndoles la compra o simplemente animándolos en su convalecencia. 

Cuando se está enfermo la realidad cobra su verdadera dimensión. Lo que creíamos grandes problemas empequeñecen. La vanidad se deshace como un azucarillo. Lo que antes era una gran ofensa se trasforma en una bagatela y solo importa el amor en cualquiera de sus acepciones posibles. Lo malo es que pasará la pandemia y volveremos a nuestras miserias cotidianas. ¿O no? De nosotros depende subir nuestro nivel de conciencia planetaria a un estadio superior.