martes, 16 de febrero de 2021

Espejismos del febrerillo loco

Sin duda estamos en tiempos de espejismos. El fin de semana de este Carnaval sin comparsas, sin chirigotas, sin desfile, sin Pero-palo, sin nada que llevarse a estos ojos ávidos de devorar colorido, ha sido un ensueño envuelto en brumas. Se levanta el confinamiento perimetral y el sol del invierno anima a los ciudadanos a salir a las calles. Eso sí, con mascarilla, distancia social y litros de gel hidroalcohólico entre las manos.

En mi paseo dominical por los soberbios alcázares del Mercadona de Casa Plata he visto a los fanáticos del deporte en bicicleta, en patines, o a pierna desnuda recorrer las anchas avenidas en dirección al ferial. En el campo, bajo ese calorcillo que solo lo proporciona el astro-rey de febrero, pastan las ovejas y un jinete cabalga un percherón como trasunto de una primavera que se intuye y no llega. Frente a los columpios clausurados se arremolinaban los niños, que jugaban ajenos a este torbellino de dolor en el que vivimos insertos.

Y este espejismo tiene también sus ilusiones acústicas. Urracas, mirlos, abubillas, jilgueros y cogutas inician los rituales de un apareamiento que pronto llegará inexorable, como ese verdor que inunda la tierra gracias a regatos improvisados y llena los campos de flores amarillas como las manos de Dios. A veces pienso si habrá otros planetas tan hermosos como éste, con tanta naturaleza, con tanta vida asomándose en cada resquicio. Pero, me temo que todo ha sido producto de una ilusión, un trampantojo elaborado por nuestro cerebro. Durante unos minutos creí volver a la normalidad, o a lo que pensábamos que era normal.

Cuando llego a casa, me quito la mascarilla con un quebranto interior que nos esforzamos en anestesiar. Me lavo las manos y veo cómo la vida se escapa por el sumidero. Refrán: Febrero febrerín, el más corto y el más ruin.

martes, 9 de febrero de 2021

Agustín Reina, hombre de campo

Se ha ido con la misma discreción y sencillez con la que vivió. El empresario, ganadero y hombre de campo Agustín Reina Villarroel (77) falleció la semana pasada y esta luctuosa noticia ha pasado desapercibida para todos los medios de comunicación, sumergidos en la vorágine del covid y sus consecuencias. Creo que es de justicia rendir homenaje a este señor del agro regional que me enseñó poco a poco las virtudes de la raza vacuna charolesa.

Reina fue tesorero y presidente de la Asociación de Criadores de Ganado Vacuno Charolés de España (1984-2010). También fue un buen presidente de Asaja, asociación a la que dedicó su esfuerzo y dedicación durante años sin esperar relumbrón o recompensas. Ganó las elecciones al campo en Extremadura y remozó su sede social cuando estaba en la calle doctor Marañón. Menudo y redondo, buen observador, Agustín Reina era una persona encantadora, luchadora incansable, siempre dispuesto a todo, con espíritu conciliador y con una sonrisa permanente. De hecho, su más cercano colaborador en la asociación, Diego Guerrero, le seguía tratando de «presidente» décadas después de que abandonara el cargo. La última fotografía que tenemos de él en nuestro archivo data de 2013.

Agustín Reina fue un hombre generoso que perdió su tiempo y su dinero en pro del agro regional, asistiendo a reuniones por toda España. Su explotación ganadera se encuentra entre Brozas y Alcántara. Allí estaba siempre, con sus trabajadores, feliz subido al tractor y ayudando al que lo necesitaba. Pasaba todo el tiempo a pie de campo y no abandonaba la finca salvo para estar con su mujer, hijos y nietos. Aunque pueda parecer un tópico, casi hagiográfico, Agustín Reina era un gran amigo de sus amigos y deja una familia desolada. Y al campo extremeño más huérfano que nunca de gente auténtica y sencilla como él

martes, 2 de febrero de 2021

Sueño un país

Sueño un país en el que nadie se salte la cola por respeto a los demás. En el que, si hay una situación de emergencia, los altos cargos militares sean nuestro escudo y no reciban primero las vacunas destinadas a los ancianos que deben defender. Sueño un país sin lameculos y pelotas que cuando tienen acceso a un medicamento no se lo ofrezcan primero a sus jefes esperando que este gesto les sirva para perpetuarse en sus trabajos bien remunerados sin esfuerzo. Sueño un país sin correveidiles con cargo político que, en vez de servir a la sociedad, solo piensen en servirse a ellos mismos y a los suyos. Sueño un país en el que no haya 700 altos cargos vacunados irregularmente y solo dimita una decena de ellos. Sueño con un país en el que un gerente de hospital tenga las entendederas mínimas para comprender que si vacunas a un mensajero, al cura y a los sindicalistas antes que al propio personal que está en primera línea está mal, muy mal. Sueño un país en el que el nivel del gobierno y partidos de oposición pueda superar un test mínimo de competencia. Sueño con una universidad que forme en el futuro a nuestros jóvenes y no sea una fábrica de venta de títulos on-line a los más pudientes y que estos créditos nunca se regalen a detentadores del poder. Sueño con un país en el que la educación y el diálogo presidan el día a día, y en el que la corrupción (ni grande ni pequeña) no sea la moneda de cambio. Sueño un país en el que el jefe del Estado no haya dedicado toda su vida a amasar dádivas, tarjetas opacas y billetes irregulares que contar con delectación. Sueño un país cuya bandera una a todos y no sea motivo constante de disputa. Sueño un país en el que quienes detentan una responsabilidad pública la tengan por sus méritos y no por las palmadas en la espalda que dan. Sueño un país, en definitiva que no se parece en nada a éste. La frase: “Qué buen vasallo si hubiera un buen señor” (Cantar del Mío Cid, verso 20)