miércoles, 9 de septiembre de 2020

Los ‘influencers’ son los padres

En medio de este crecimiento exponencial de los contagios por covid-19, el epidemiólogo Fernando Simón pide ayuda a los influencers. La ocurrencia es un acto de desesperación ante una situación incontrolable, pero encierra un mensaje que se me antoja muy peligroso: la educación de los jóvenes ya ha dejado de ser definitivamente territorio de los progenitores para convertirse en un espacio propio de adictos al like sin más garantías que el cuestionado algoritmo de YouTube.

Quizá el hecho de que mi madre fuera maestra nacional hace que recuerde claramente la educación que me dio y las explicaciones de asuntos clave en eso que se llamaba urbanidad. Mis padres me educaron. La formación y los conocimientos vinieron después por la escuela, el instituto y la universidad, pero el saber desenvolverme en el mundo con corrección y respeto a los demás correspondió a ellos. Y recuerdo perfectamente cuando mi madre me habló de la importancia de lavarse las manos o de ser educado en la mesa. Mis padres fueron los mejores influencers que pude tener, pues me explicaron estas cosas sin más interés que el cariño y mi porvenir. En cambio, un influencer de internet está ahí porque quiere venderte algo en la mayoría de los casos o necesita del respaldo de un público muy numeroso para monetizar sus intervenciones. Detrás de ellos hay grandes operaciones de marketing y sospecho que sus mensajes, lejos de ser inocentes, tienen siempre una vertiente crematística más o menos oculta. Y eso no quita para que haya excelentes prescriptores, muy bien documentados, pero que no pueden equipararse nunca a la formación universitaria, ni a los consejos independientes que pueden dar los padres.

Sí, los verdaderos influencers son los padres, pero nos hemos olvidado del papel que juegan en la sociedad. Si Fernando Simón hubiera pedido ayuda a todos los padres de España seguro que hubiera tenido más éxito. Desgraciadamente hemos abandonado la educación, los cimientos de la existencia, a un puñado adolescentes con las hormonas revolucionadas que no hilvanan más de tres frases incoherentes en el mejor de los casos, o quieren venderte ropa o cremas faciales. La frase: Quien poco piensa mucho yerra. (Leonardo Da Vinci).