martes, 21 de septiembre de 2021

Corazones anestesiados

A veces me parece que nos han anestesiado el corazón. O somos nosotros mismos quienes en un ejercicio de autoconvencimiento adormecemos nuestros sentimientos más humanos y primitivos. Fabulamos con una realidad adaptada para evitar problemas, conflictos internos, como si nada fuera con nosotros.

Esta indolencia se ha extendido por toda la sociedad y confieso que no soy una excepción. Es lo que está sucediendo a estas alturas de la pandemia. El verano ha relajado las costumbres. Se ha bajado la guardia en los encuentros sociales. En ocasiones nos comportamos como si el virus hubiera desaparecido. Sé que hay hambre de reunión, de compartir y recuperar lo perdido. Lo entiendo, pero es peligroso.

Pero no nos engañemos: cada día mueren en nuestro país cerca de un centenar de personas a causa del covid. Esa cifra no es moco de pavo. Y en estas estadísticas no se incluyen los daños colaterales de la merma en la atención a los pacientes de otras patologías y que desgraciadamente también fallecen. Cien familias sumidas en el dolor cada jornada. También nuestra mente nos miente cuando, al ver las estadísticas, nos fijamos exclusivamente en la edad de los fallecidos. Nos refugiamos en que «eran personas mayores o con enfermedades crónicas, o no estaban vacunados». Y suspiramos con alivio. ¿Es que las vidas de nuestros abuelos o de los enfermos valen menos que las de los jóvenes?

Las cifras están ahí, pero son eso para nosotros, solo números sin más valor que una estadística. Nos hemos vuelto como de corcho ante tanta muerte y nos hemos convencido de que no pasa nada. Pues sí que pasa. Y ese dolor pasará factura a la sociedad tarde o temprano. Habrá una generación ‘tocada’ en el alma cuando sus corazones despierten definitivamente. Refrán: La mentira es una escalera, por donde llega a rico quien pobre era.