martes, 20 de marzo de 2018

¿Quién puede matar a un niño?

Cuando los conocidos sucesos del pasado domingo se iban desencadenando me vino a la cabeza la película ¿Quién puede matar a un niño? (1975) de Chicho Ibáñez Serrador. El filme comienza con serie de fotografías de adultos maltratando a niños y una pareja británica que las contempla con perplejidad. Ella está embarazada. Van a pasar sus vacaciones a una isla del Mediterráneo. Una vez allí, los dos turistas descubren que no vive ningún adulto, que en el hotel nadie les espera y todo está plagado de unos misteriosos niños. Al final un pescador, el último adulto superviviente, les cuenta en pleno shock que han sido los pequeños los responsables de la matanza de todos los habitantes de la isla y que nadie pudo hacer nada porque a los niños no se les puede hacer nunca daño.

Al margen de esta boutade del maestro del terror, llevo dándole vueltas a las motivaciones que llevan a cualquier ser humano a matar a otro, y menos a matar a un ser indefenso, que sólo puede inspirar ternura o buenos sentimientos. También pienso en los padres de ese niño asesinado, de ese pequeño pez devorado por otro pez más grande y que sólo pensaba en sí mismo. Otro aspecto que me molesta son los tuits de apoyo de los políticos. Todos se apuntan a la condolencia, pero yo quiero menos pésames y que se pongan a trabajar en leyes que disuadan o pongan coto a estos comportamientos criminales. Menos tuits y más trabajar.

Finalmente, me quito el sombrero ante los profesionales que cubrían el caso y que, aun sabiendo de las sospechas sobre quién era la presunta asesina, dejaron hacer su trabajo a los cuerpos de seguridad del Estado, que finalmente pudieron desenmascararla. Había en el asunto un tufo extraño, una sospecha de caja llena de gusanos que solo podía abrirse desde dentro. Esperemos que estos días el asunto no se convierta en El Gran Carnaval de Billy Wilder. Refrán: Todas las personas mayores han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan). Antoine de Saint Exupery.

Radiografía de un instante almodovariano

La machacona, 1995. Pedro Almodóvar visita Cáceres, el territorio de su adolescencia, el espacio donde el cine pasó de pasión a vocación, viendo dos películas cada fin de semana como explicó el pasado sábado cuando recogía el Premio de Honor del Festival Solidario de Cine. Al fondo, un escenario underground: un cartel de la exposición ‘Obras de arte para gente arruinada’, una caja de cervezas Coronita, y un calendario de Kabaret Group. Es un camerino improvisado y se distinguen unas zapatillas de baile colgadas, junto a bolsas de plástico. Junto a él, se enciende un cigarro su acompañante, con un ademán algo desafiante. Al fondo, en el espejo, se ven reflejados los autores de la instantánea en blanco y negro, el fotógrafo Javier Caldera y el periodista José Ramón Valdivia. Se han enterado de que el cineasta está esa madrugada en Cáceres y han ido en busca de una exclusiva. Aún no es un director de fama internacional, pero ya ha rodado La ley del deseo o Átame. Después vendría Todo sobre mi madre y el reconocimiento planetario del realizador con raíces extremeñas.
Esta es una de las muchas imágenes para la historia que se conservan como un tesoro en el archivo de El Periódico Extremadura, que este año cumple 95 de trayectoria. Fruto de una gran inquietud periodística, es testimonio fehaciente de una época, la de los últimos coletazos de lo que se llamó ‘la movida’. Los profesionales de El Periódico Extremadura estaban ahí, como lo están todos los días para que no se escape nada de la realidad que nos rodea y llevársela a los lectores.
Todos hemos cambiado. Todos hemos crecido. Almodóvar luce ahora su abundante pelambrera totalmente canosa. En sus gestos y su discurso el paso de los años se adivina. El festival al que asistía hace un cuarto de siglo ya no es cultura callejera de fanzine sino un gran acontecimiento. Hemos mejorado en muchas cosas, pero aún nos queda a todos mucho por hacer en esto de la cultura. Refrán: Si dejas que pase el tiempo sin hacer nada, pronto te darás cuenta de que solo vas a vivir una única vez.