martes, 19 de febrero de 2019

Nico Jiménez, el showman del ibérico

La desaparición de Nico Jiménez el pasado sábado ha causado una conmoción en la hostelería y el turismo de Extremadura. Se ha ido alguien que supo hacer del corte de jamón un espectáculo. Quizá por eso los puristas de este arte a veces lo denostaban. Pero, muy por encima de esto nos deja alguien muy joven, que se enfrentaba cada día al reto de darle a los productos extremeños la dimensión y el reconocimiento que merecen.
Nico, de hecho, era tratado como un auténtico maestro cuando enseñaba este noble arte de lonchear jamón en países asiáticos, donde fue embajador de las delicias de nuestra dehesa.
Entre otros muchos premios, Nico tenía el Cuchillo de Oro o la Medalla de Oro a la Mejor Trayectoria Profesional, así como varios récords Guinnes por la loncha de jamón más larga del mundo. Entre todos ellos, tenía especial cariño al que le entregó El Periódico Extremadura a la Promoción de Extremadura en el año 2015.
Pero lo más interesante es que Nico había hecho de sí mismo una marca publicitaria con la que viajaba por todo el mundo para enseñar cómo se corta un jamón ibérico y, por ende, cómo se disfruta de él en plenitud. Fue de los primeros en iniciar una conquista que se me antoja clave en la apertura de nuevos mercados.
Las redes sociales se convertían el sábado en un hervidero de condolencias, porque, además, Nico Jiménez, era un personaje muy querido allá donde iba y un profesional hostelero apreciado en Mérida, con dos establecimientos abiertos.
Le recuerdo en el Salón del Jamón de Jerez y en una Feria Ibérica de la Alimentación en Don Benito, donde nos contaba sus sueños, sus ganas de hacer cosas... Es una pena que tan joven se nos haya ido alguien que puso los focos sobre lo más nuestro y que tuvo que explicar en los aeropuertos de medio mundo que los cuchillos que llevaba eran para dar clases de cocina. Se nos ha ido un grande. Hacen falta más valientes como Nico Jiménez. Refrán: Buen amor y buena muerte, no hay mejor suerte.

martes, 12 de febrero de 2019

Salvador Távora lanza su último ‘quejío’

Salvador Távora se nos ha ido y la palabra ‘honradez’ para definir su trayectoria se queda chica. El teatro está huérfano de uno de sus más fecundos creadores. Pero no podemos olvidar que el corazón del director de La Cuadra ha pasado sus últimos años angustiado por las deudas contraídas por su pasión por el teatro... ¡Qué ironía! Insuficiencia cardíaca para un corazón en el que cabía toda Andalucía y su honda queja.

Su silla de enea verde, desde donde dirigía, está más sola que nunca, allí, en ese teatro que levantó en 2007 en El Cerro del Águila, en la antigua Hytasa, donde trabajó como soldador, y que ha acabado enterrándolo. Porque Távora, de sonoro apellido como una castañuela, era un obrero. También fue torero y cantaor. Quizá por eso su teatro está al margen de todos los tópicos que han lastrado Andalucía y han hecho de ella la caricatura que ha permitido a los señoritos y a los políticos vivir como viven de ella, a golpe de topicazo.

Me río yo de la cuarta pared y del método stanislavski. Távora metía en el escenario un caballo y aquello te dejaba totalmente boquiabierto. Y encima tenía sentido. Lidiaba un toro en medio de Carmen y se quedaba tan pancho. Comprendía la alta carga teatral que lleva implícita el toreo. Por cierto, que la Generalitat de Cataluña prohibió que se representara en su territorio en dos ocasiones. Sí, esos que van ahora de ultratolerantes. Távora era la queja flamenca hecha compromiso social. Golpeaba las conciencias con la fuerza de un puñetazo, pero solo empleaba imágenes y palabras. Se ha ido un insustituible. Ahora, los que le negaron la ayuda cuando se arruinó con su teatro saldrán en la foto de pésames y condolencias. ¡Qué vergüenza!

Hacen falta muchos Távoras para que llegue el cambio que todos estamos deseando. Él ha lanzado su último ‘quejío’. En nosotros está hacer de su obra una reivindicación eterna. Refrán: A la aceituna y al gitano no los busques en verano.

martes, 5 de febrero de 2019

Medio siglo de un concierto mítico

El pasado 30 de enero se cumplió el primer medio siglo del concierto de despedida de The Beatles en la azotea del número 3 de Savile Row, sede de Apple Corps.

Yo aún no había nacido pero me gustaría haber sido uno de los transeúntes que alzaban su mirada maravillados por el canto del cisne de la banda musical más icónica de todos los tiempos. La escena ha sido imitada hasta la saciedad, convirtiéndose en un icono de la música moderna.

Todo era naufragio por entonces en la banda. Mientras Lennon estaba fascinado a la vez por Yoko Ono y las drogas, Paul McCartney trataba de llevar el timón de una nave a la deriva con su mítico bajo Höfner. Ringo Star movía sus baquetas como insólito espectador de una debacle humana, mientras George Harrison veía que su talento estaba reconocido más fuera del grupo que dentro de él y era ninguneado por el binomio de amor-odio Lennon-McCartney.

El tema Get Back! quería ser una vuelta a lo esencial, al rock sin adornos de los orígenes de la banda. Fue el primero que se interpretó. No había mucho ensayo previo. Hasta Lennon tuvo que ser asistido por personal de los estudios para leer la letra. Algunos temas se interpretaron varias veces y como no se sabían los versos hay versiones distintas en cada toma.

Y en medio de esa improvisación el teclista Billy Preston interpreta uno de los solos de piano eléctrico más recordados de la historia. El concierto era un reto en todos los sentidos. Primero técnico, pues además de ser grabado en cine, tenía que subirse toda la ingeniería de los estudios a un tejado. El siguiente de los retos era musical: cuatro músicos que se clavaban cuchillos al bajar de los escenarios tenían que tocar acordados. Y, por último, el reto de la seguridad pública, ya que la policía acabó con 40 minutos gloriosos desenchufando los amplificadores del grupo. ¿El resultado? El mejor concierto de la historia. Refrán: A la ira y el enfado, darles vado.