martes, 21 de abril de 2009

El nazareno

Aquel nazareno del Cristo del Amparo llevaba todo el año pensando en la salida de la cofradía. Todos los segundos miércoles de cada mes iba a la ermita, hiciera el tiempo que hiciera. Tenía muchas ganas de salir esa madrugada porque otros años la lluvia y las enfermedades se lo habían impedido. Ahora, a pesar de la crisis, las cosas iban algo mejor. Bueno, su padre siempre había estaba pachucho desde que se quedó viudo. Andaba delicado del estómago. El lunes ya le habían dicho que iba mal. Había vomitado y llevaba unos días sin comer. El habló con los médicos y después se puso a planchar en silencio la capa de la túnica morada --con cuidado en la parte de la cruz de Santiago-- el antifaz negro y el cíngulo blanco, que era un incordio.

--Oye, que tu padre está peor, le dijeron al otro lado del teléfono. Entonces ya empezó a preocuparse y se quedó sin decir nada, ausente, en su mundo, aislado por el dolor.

El nazareno no dijo nada a su mujer y la noche de la salida de la procesión se fue a la clínica San Francisco, a cuidar de su padre. Sobrepasado por la fiebre, le dijo: "Tengo sed". Y él, en silencio, le dio de beber. A la mañana siguiente, después de una noche horrible en el hospital, el padre se despertó sin fiebre. Cuando llegó a casa, su mujer le preguntó por qué había salido de nazareno. "¿Cómo?", dijo él. Ella aseguraba haberlo visto entre los cofrades. Era alguien con la túnica, la capa y el escudo, tal y como los había planchado. Las ropas no estaban en casa. Habían aparecido en la iglesia de San Mateo, en la sacristía. Y es que aquella noche, en el hospital, él fue el mejor nazareno del Cristo del Amparo. Refrán: Salir en una cofradía no es sólo cosa de un día