martes, 2 de marzo de 2021

Senderismo ilustrado

Los rigores de la pandemia nos han obligado a cambiar rutinas, aficiones y querencias. Es lo que llamo ‘senderismo ilustrado’, una necesidad, hasta hace un año desconocida, de coger los bastones nórdicos y comenzar a andar bajo cualquier pretexto. El chándal se ha convertido en nuestra segunda piel y las zapatillas de deporte en nuestro mejor contacto con la Tierra. Sí, ese planeta que hemos maltratado tanto hasta que se nos ha revuelto contra nosotros. Muchas veces pienso que si esta pandemia no es un mensaje que Gaia nos manda para recordarnos, como a César, que somos mortales y muy vulnerables. La soberbia del hombre había llegado a alturas insospechadas y, de momento, estamos de rodillas ante un virus mortal.

Este fin de semana he vuelto a recorrer una vez más la ruta del Almendro en Flor de Garrovillas. Ya apenas quedaban flores. Aún así eran muchos los grupos reducidos con los que te topabas. Yo no había practicado el senderismo nunca. Pero el hombre es un ser social y estas rutas son la única manera de contactar con seres humanos sin contagiarse. Además, aparte de la fatiga pandémica, estoy viendo cómo se abulta mi vientre. No se preocupen, no es un síntoma más del covid-19, sino de este sedentarismo forzoso. Durante esos paseos suelo acompañarme de personas mucho más formadas que yo, y planteamos debates candentes: límites de la libertad de expresión, monarquía o república, o si el programa de vacunas está respondiendo. Lo cierto es que el contraste de opiniones se desarrolla con educación, sin voces y sin las alharacas de un programa de Tele-5. El respeto impera entre los intervinientes. Creo que nuestros políticos, en vez de ir al parlamento, tendrían que dar un largo paseo para intercambiar pareceres. Y que no se parasen hasta que lograran un gran acuerdo. Seguro que el ‘senderismo ilustrado’ les sentaría estupendamente.