martes, 5 de junio de 2018

Crucifijos

Sin biblias ni crucifijos. Así ha sido la toma de posesión de Pedro Sánchez, nuevo presidente del Gobierno, abriendo una nueva etapa desde el minuto uno. Este país teóricamente aconfesional, como se refleja en su Constitución de 1978, ha tenido, sin embargo, mucha reticencia a abandonar estas liturgias.

Antes de la Reforma Política, Adolfo Suarez se arrodilló ante el rey y la Biblia, colocando estos valores por encima incluso del propio Gobierno, fuera de la ley. Todos los presidentes del Gobierno han jurado o prometido sus cargos ante el texto sagrado y el crucifijo. A pesar de que la relación con la Iglesia es la de un Estado laico. Pero eso solo es en la teoría, puro papel mojado.

De facto, el peso de la religión católica es innegable en el devenir de la sociedad española, hecho alejado de lo que debe ser una realidad plural, en la que conviven muchas formas de entender la relación con lo trascendente. Además, el papel de la Iglesia en la educación, con conflictos eternos sobre quién da las clases de religión y cuántas horas, está siempre en el epicentro del debate. Eso sin hablar de regalías, exenciones fiscales y concordatos con la Santa Sede.

El crucifijo está presente en mi vida. Me santiguo por la mañana antes de salir de casa y a la hora de dormir. El sufrimiento de Cristo en la cruz tiene para mí, como para muchos, un hondo significado de entrega a los demás. Sin embargo, a estas alturas del siglo XXI, no creo que sea un elemento que se deba imponer ni aparecer en los rituales de asunción de poder. La religión, creo, debe mantenerse en la esfera de lo privado y personal, habiendo de mostrarse respeto tanto por quienes practican cualquier credo como para los que no.

Y por último, la tutela del crucifijo y la Biblia no ha sido nunca garantía de nada. Casi todos los políticos nos han acabado, finalmente, decepcionando por mucho juramento sacro que hicieran. Refrán: Con la cruz en el pecho, pero el diablo en los hechos.