martes, 5 de noviembre de 2019

Los últimos de la alhacena

Estaban ahí, agazapados en la alhacena, con ese silencio característico de las victorias trabajadas en la oscuridad. Aquellas cajas de turrón duro, de mantecados La Estepeña y de Nevaditos Reglero habían aguantado estoicamente un año en el armario de la cocina junto con un hueso de jamón rebañado hasta lo imposible y unas peladillas que habían perdido su característico fulgor blanco y su sabor edulcorado. Cuando he descubierto esta callada familia me he llenado de alegría. Primero por ellos, porque sobrevivieron a un año entero sin ser deglutidos y después por mí, por no haber sucumbido a su canto de sirenas, ese que cada noche me decía: «Cómeme… cómeme…». Son los héroes de 2019, los últimos dulces navideños que aún resisten incólumes en la alhacena.

Las fiestas se acercan y ahora me debato entre el indulto o la definitiva aniquilación de estas delicatesen. Y me pregunto: ¿Estarán buenas después de un año? Las fechas de caducidad me indican que sí, pero no creo que mantengan el sabor primigenio. La pata de jamón va directa a convertirse en caldos este invierno, pero… ¿Tendré dientes para partir el turrón duro? ¿Podrán mis ácidos gástricos con semejante pedrusco en mis entrañas? De momento, he cogido una bandeja plateada y he hecho un mix con los Nevaditos, los mantecados y las peladillas. Total, el papel está un poco arrugado, pero no creo que se note. Los he llevado al salón para agasajar a las visitas. Como quedaba aún algo de espumillón les he hecho un lecho perfecto y muy atractivo.

Los primeros amigos en desearnos parabienes para el 2020 se acercan. Pronto llegarán al salón de mi casa. Y yo tendré una embelesante bandeja de productos navideños lista para ellos. Con mucha suerte no notarán nada.

Y la llamada magia de la Navidad habrá hecho su efecto. Pero no le digan nada a nadie. Es un secreto entre ustedes, mis lectores, y yo. Refrán: A bebedor fino, después del dulce ofrécele vino.