Antes de que yo naciera se proyectó en las pantallas de todo
el mundo la película 2001: Una odisea del espacio. Entonces pasó sin pena ni
gloria por los cines, pero poco a poco el público y la crítica fue desvelando
los crípticos mensajes de la obra maestra de Stanley Kubrick. Actualmente,
cuando se cumple medio siglo de su proyección, el significado de la película se
agiganta y se revela aún más profético.
Recuerdo que como la película duraba dos horas y media se
hacía un descanso para que se pudieran cambiar los rollos y se proyectaban unas
diapositivas en la pantalla que ponían eso de ‘selecta nevería’ o ‘visite
nuestro bar’.
Debo reconocer que la primera vez que vi 2001: Una odisea
del espacio aún era demasiado pequeño para comprender muchos de sus mensajes,
pero sí entendí que aquello era Cine con mayúsculas, una obra de arte: Las
naves espaciales volando al ritmo del vals, los silencios en los confines del
universo, la inteligencia artificial de los robots, el monolito de marras que
aparece cada vez que el hombre da un salto evolutivo... Todo era fascinante.
La película contiene la mayor elipsis narrativa de la
historia del cine, jamás superada hasta la fecha. El mono primigenio aprende a
manejar los huesos como herramienta y en pleno éxtasis por su descubrimiento lo
lanza hacia el cielo... Mientras rueda acaba transformado en una nave espacial.
Kubrick fue un visionario. De hecho, se documentó hasta la
extenuación con expertos de la Nasa para que su obra fuera lo más realista
posible. Y ese es otro de los aciertos de la película: Es de un realismo
sorprendente. Tanto es así que se ha extendido el bulo de que el hombre no
llegó a la Luna y todo lo que vimos fue rodado por el propio Kubrick por
encargo de la Nasa.
Solo espero que el cineasta no acierte con las predicciones
de su última película Eyes Wide Shut, donde el satanismo y las sociedades
secretas dominan nuestra sociedad. Refrán: Algunas personas sueñan con hacer
grandes cosas, mientras otras están despiertas y las hacen. Anónimo.