martes, 9 de julio de 2019

Orgullo

Detrás de la carroza, detrás de los plumeros, detrás de los zapatos imposibles hay algo mucho más serio y trascendente de lo que nos quieren hacer ver. Durante décadas muchos ciudadanos tuvieron que irse de sus ciudades y pueblos por ser personas transexuales, gais o lesbianas. Para muchos intransigentes eran ‘reglones torcidos de Dios’ que había que enderezar con palo largo y mano dura. Sin embargo, ellos resistieron, se manifestaron y fueron encarcelados por vivir acorde con su pensamiento, algo que incluso hoy en día es raro y digno de quitarse el sombrero. Fueron activistas en una época gris, más gris que ahora que solo hay nubarrones, aunque amenazantes. Y eso les llevó a la cárcel, al desprecio, al abandono, a la muerte social y en ocasiones al suicidio. Algunos nombres como Jordi Petit, Carla Antonelli, Federico Armenteros o Kim Joaquina son los abanderados de esta lucha histórica. Las pasaron canutas para salir del armario como aspirantes perennes a ser uno mismo. Y darse a conocer les costó en ocasiones el repudio familiar por considerarlos depravados.

Tras la muerte del dictador Franco las organizaciones de gais y lesbianas se legalizaron en los años ochenta, pero aquella alegría duró muy poco. Llegó el sida, el ‘virus rosa’ que llenó de pánico el colectivo y no solo eso, los señaló como apestados, como enfermos de algo contagioso e invisible.

Hoy la realidad ha cambiado. Se ha legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo, al menos en España. Ahora hay un enaltecimiento del colectivo LGTBIQ+, lo que se llama ‘orgullo’ y que se celebró la semana pasada. Sin duda es merecido, pero creo que con tanto rimmel, con tanta plataforma, serpentina y pandereta se está ahogando intencionadamente la trascendencia de su gran gesta y banalizando una conquista social que está cambiando el devenir de los siglos. El Orgullo es mucho más que una simple y colorida fiesta. Refrán: Confesión con vergüenza, cerca está de la inocencia.H