martes, 22 de enero de 2013

Vida en pareja

Desde que vivo en pareja me paso los sábados emparejando calcetines. No es que en esa acción se resuman las ventajas de la convivencia, pero cuando me preguntan por ello es lo primero que se me viene a la cabeza. También han entrado en mi vida las fiestas populares del pueblo de mi señora: san Blas, san Antón, y la Virgen de Altagracia eran hasta hace poco entelequias para mí y ahora son fechas en el calendario ineludibles, sin mencionar por supuesto san Roque y sus toros veraniegos. Además, ahora me disfrazo en carnavales y me visto de época en la feria del pueblo. ¿Será eso el matrimonio?




En mi ya lejana existencia de soltero mi casa era un santuario del caos en el que había altares al desorden por cualquier lado. Desde que vivo en pareja he aprendido a usar los posavasos, a poner el aspirador los domingos y a mejorar la técnica de la micción, para evitar esas gotitas que siempre se nos escapan a los hombres fuera de la taza.



--¿Es que no miras nunca cuando orinas, Juanjo ? ¡Y baja la tapa siempre, por favor!



Yo me encojo de hombros y trato de explicar, de excusarme con ojitos de cordero a punto de entrar en el matadero, pero es imposible hacer entender esa necesidad atávica y viril de marcar el territorio, aunque sea solo en el cuarto de baño.



Eso sí, ahora hay siempre un apoyo en el dolor y la enfermedad, alguien que se preocupa por tí, que te expresa siempre su amor y con quien los momentos buenos son el doble de buenos y los malos, simplemente regulares. Ahora me voy corriendo a emparejar calcetines, pero que nadie se entere de que ahí está parte del secreto de la felicidad. Refrán: Más vale un mal marido que buen querido.