viernes, 14 de marzo de 2014

Los cotillas y el 'Far West' cotidiano

Desde hace unos meses me asalta una duda. ¿El o la cotilla nace o se hace? ¿Tenemos todos un poco de cotillas? ¿Ser cotilla es una enfermedad o una virtud? ¿Hasta dónde ser cotilla es un pecado venial? No me había percatado de ello pero hace poco aparqué el coche en uno de los más conocidos barrios residenciales de esta ciudad y aquello me pareció una escena del más típico Far West . Sólo faltaba la música de Ennio Morricone de fondo . Al fin y al cabo una manzana no deja de ser un micromundo. Un vecino en un parque observaba todos mis movimientos. Pasé al lado de él y me radiografió con la mirada. En un portal una señora con un niño de pecho en un brazo, en el otro el carro de la compra y un cigarrillo en los labios me hizo lo mismo con sus ojos. Aquellas miradas me decían sin palabras: "¿qué haces tú aquí?". Tenía que hacer una entrevista en un bloque cercano y no le dí más importancia. Cuando bajé del edificio seguían allí, como dos espantapájaros sombríos. Volvieron a mirarme de arriba a abajo y casi me pareció oírles decir: "Nunca debiste cruzar la frontera del R-66". Azorado, decidí aligerar la marcha hacia mi coche. Lo veía lejano y solo, llamándome como una tabla de salvación en medio de aquel espacio que se me revelaba hostil y extraño. De pronto vi cómo se ponían los dos de pie. No había duda: se dirigían hacia mí. Mi corazón se puso a mil revoluciones. El hombre se llevó la mano a su chaqueta. Yo ya corría. Sacó una cartera. Era la mía. "¡Se te ha caído!", me gritó. Sonreí. Les dí las gracias a los dos y me juré que nunca más en mi vida iba a prejuzgar a nadie. Refrán: Caras vemos, corazones no sabemos.