miércoles, 13 de diciembre de 2023

Camaradería con un pitarra

En un mundo en el que las técnicas de marketing están a la orden del día, en el que todo está pensado y medido para vender, se agradecen gestos de camaradería y hermandad. Es lo que nos pasó el pasado viernes en las Jornadas Gastronómicas del Cerdo Ibérico en Montánchez. Con el pueblo a reventar, en el que no se podía dar un paso ni en la carpa ni en los soportales del ayuntamiento, estábamos degustando ese guiso caliente de cerdo, que supo a gloria en el llamado Puente de La Pura. En medio de esa delectación se nos había acabado el diminuto vasito de vino al que dan derecho los tiques. Bajo la estoa habilitada para la degustación, estábamos demasiado lejos para volver a la carpa a canjear los vales. En esto que nos oyeron unos comensales locales. «¿Os habéis quedado sin vino? Probad el de la zona». Y nos escanciaron a todos y cada uno de los que formábamos el grupo una ronda de vino pitarrero, pero exquisito. 


Afortunadamente, todavía quedan quienes están pendientes del otro, de los forasteros, de los invitados que llegan a un pueblo. Ese gesto de camaradería dice mucho del espíritu local. Nada de considerar al externo como extraño o intruso. Todo lo contrario, se trata de agasajarlo para que regrese en la próxima ocasión con más ganas de invertir y de pasarlo bien. Así es como se hacen grandes las fiestas. Por cierto, que hacía años que no iba a Montánchez a las Jornadas del Cerdo Ibérico y había ambientazo. La lluvia dio un respiro ese día y las colas para comprar tiques eran kilométricas, los expositores de las distintas marcas comerciales hicieron negocio y en la calle la charanga animó un día en el que gracias a la concordia de los montanchegos no hubo forasteros ni turistas. Es lo que tiene el cerdo ibérico como animal totémico de la sociedad extremeña. Tiene un poder de pegamento vital indiscutible. Y es que donde esté un buen jamón ibérico elaborado con mimo, en su punto de sal y bien cortado, que se quiten todos los demás placeres terrenales. Después está ese Castillo de Montánchez, cuya ascensión es una ruta recomendable y que merece una visita en cualquier momento del año. Montánchez tiene un encanto señorial que trasciende lo anecdótico para conferir al pueblo un aire noble, un recuerdo de tiempos pasados que enciende la imaginación del visitante y lo transporta a otras épocas. Bien por ese trago de vino, pequeño pero grande a la vez, que demuestra que el espíritu de concordia, el de la auténtica fraternidad humana, aún no se ha perdido para siempre en el algoritmo de Google.