martes, 28 de abril de 2020

El balcón indiscreto

Esa pareja que veo todos los días frente a mí a la hora del aplauso ¿Quienes serán? Son un matrimonio joven, con dos hijos, lleno quizá de esperanzas y sueños que han saltado por los aires en apenas un mes. En mi mente elucubro sobre cuáles serán sus aficiones o sus trabajos, si son funcionarios, si les gusta el reguetón o la salsa, si leen a los clásicos o si pasan el día frente al televisor.

Visten chándal y ropa deportiva, salvo el pasado 23 de abril, que salieron al balcón como si fueran a participar en el desfile de San Jorge. Carnaval para mitigar el miedo y la soledad que sentimos todos, escondidos en nuestras casas, esperando un milagro que parece que tarda en llegar. Ella lloró ayer sobre su hombro. Quizá ellos me miren y también se pregunten por la vida de quien les observa desde la ventana de enfrente, y se cuestionen sobre mi vida.


La tarde empieza a despedirse por las cornisas de los edificios de Nuevo Cáceres, en medio de un extraño rumor a primavera que no llega y olores extraños entre los árboles del barrio.

En otros balcones unos aplauden y otros golpean sus cacerolas en señal de protesta. Algunos hacen vida en ellos. Se les ve jugando al ping-pong, haciendo deporte en 3 metros cuadrados o empalmando un cigarrillo tras otro en una ceremonia de la confusión y la perplejidad.

Vuelvo a mirar a la pareja y me pregunto si de haber coincidido alguna vez seríamos amigos, habríamos quedado en el bar de la esquina algún viernes para hablar de cosas intrascendentes y vuelto a nuestras casas entre carcajadas. Podríamos ser grandes cómplices, pero no. La peste con la que hemos comenzado este siglo lo ha truncado todo.

¿Qué pensarán ellos de este tipo anodino y bajito, con una hipoteca sobre sus espaldas, colon irritable y pelo rizado y canoso que les mira? No lo sé.

La noche abre sus brazos y llena cada rincón de oscuridad. La música ha cesado. Los balcones se cierran. Ya no queda nada. Solo olor a insecticida y sirenas de ambulancias.

martes, 21 de abril de 2020

150 miradas a Cáceres

Este jueves iba a ser para mí un día muy especial. Iba a presentar mi último libro, 150 miradas a Cáceres. Llevo preparando este acontecimiento hace mucho tiempo y nada me hubiera gustado más que hacerlo a lo grande, en Cánovas, en la Feria del Libro de Cáceres, este 23 de abril.

Sin embargo, el dichoso covid-19 y sus rigores lo harán imposible. No nos engañemos, a los periodistas nos gusta el contacto con el público y los lectores, algo que los finos llaman feedback. Todos tenemos un corazoncito y nos priva el reconocimiento, lo que en su justa medida es sano, pero que, en desmesura, se llama vanidad. La profesión tiene muchos amargores y pocas alegrías, por eso anhelo esos momentos de ligero relumbrón como el que estaba preparado para esta semana tan especial para la literatura.

Ya que no podré hacerlo personalmente, quisiera reconocer la ayuda de la escritora Pilar Galán, que me orientó, Eugenio Fuentes, prologuista y maestro narrativo, Paqui López Calvache, profesora y correctora, y Tomás González, autor de las fotografías de las cubiertas. 150 miradas a Cáceres es una selección de los artículos de esta Zona Zero de los últimos 13 años. En ellos se dibuja un aguafuerte de la vida en esta ciudad, pero muy lejano de esa ‘ciudad feliz’ que a algunos gusta tanto. Abundan los homenajes y la crítica, pero sin el uso del lanzallamas en el que algunos se sienten cómodos. Yo no. 150 miradas a Cáceres es un libro amable, cuyo objetivo es pintar una sonrisa en el lector. Para que eso sea posible, aunque los ejemplares en papel duerman el sueño de los justos en la Institución Cultural El Brocense, la Diputación de Cáceres va a colgar el contenido accesible para todos online. Si logro que el confinamiento le sea más leve a un solo lector ya me doy por satisfecho. Soy un escritor de otro tiempo y adoro el papel. El salto a lo virtual lo he hecho sin anestesia. El tú a tú con el lector tendrá que esperar. Refrán: ¡He venido a hablar de mi libro! (Paco Umbral).

martes, 14 de abril de 2020

El Cáceres de los abrazos rotos

Los balcones se han convertido, en estos tiempos de confinamiento, en algo muy diferente para lo que fueron pensados. El mío, desde que le puse un cierre metálico, se ha convertido en el territorio de mis dos gatos. Dalí y Gala otean desde allí el horizonte subidos a sus rascadores y podios, ajenos a la tragedia que se cierne a su alrededor. Mi balcón también hace la función de tendedero y, en muchas ocasiones, he saludado a los vecinos mientras oreo camisetas y pijamas. Pero ahora el balcón ha cobrado una nueva dimensión: en ellos conocemos que los demás no son ajenos a esta difícil situación y nos ponemos en su lugar. Nos recuerdan que no estamos solos en este trance.

Cuando salgo al balcón a las ocho al aplauso popular me fijo en los habitantes de los bloques que tengo en frente. No había reparado en ellos, pero ya sus caras me van pareciendo familiares. Los edificios semejan grandes colmenas en las que a la hora convenida se celebra una danza al ritmo de canciones que animan a la resistencia. Me siento cercano a los niños de un vecino que tengo delante y al que nunca he saludado. Estoy esperando a que todo esto acabe para interesarme por ellos. ¡Estamos tan cerca, pero a la vez tan lejos de nuestros semejantes!

Todo es una suerte de abrazos rotos, imposibles, que no acaban de llegar, aunque se deseen con mucha fuerza. Me acuerdo del cuadro de Juan Genovés titulado El abrazo, que se convirtió en símbolo de la Transición como representación de la reconciliación. Espero que esta cultura del balcón nos acerque a los demás, a los que están cerca, e incluso a los que están en las antípodas de nuestro pensamiento.

Creo que es el momento de construir un mundo nuevo donde la ideología no pese tanto y nos pongamos en el lugar y el sufrimiento de los otros, gracias a estas miradas desde nuestros balcones en las que hemos redescubierto a nuestros vecinos. Refrán: La señora Ostentación, echa la casa por el balón.

martes, 7 de abril de 2020

Héroes no, víctimas

Estos días los televisores se llenan de imágenes en las que los profesionales de la sanidad y los usuarios de las residencias de ancianos aparecen como héroes. Suelen ser vídeos en los que salen festejando un alta médica, pequeñas victorias clínicas o simplemente la vida diaria de nuestros mayores. Pero creo que no somos justos si solo mostramos ese momento a ritmo del ‘Resistiré’, un fragmento anecdótico que rellena minutos en los magacines y telediarios. La realidad, la horrible verdad, es que estamos mandando a los profesionales de la sanidad a luchar a una guerra sin protecciones, sin armas y en muchos casos, sin la formación necesaria en el caso de auxiliares contratadas apresuradamente.

Un héroe es alguien que ante una situación adversa toma el camino más difícil en total libertad y a sabiendas de que tendrá que enfrentarse a ella en una lucha desigual. Pero nuestros profesionales de la salud no han elegido enfrentarse al covid-19 sin equipos de protección individual, sin mascarillas o sin conocimientos específicos sobre cómo desvestirse o calzarse al entrar en contacto con los infectados. La verdad es que los médicos, enfermeros y auxiliares son víctimas, desgraciadamente enviados al campo de batalla donde casi las 24 horas se tienen que enfrentar a un trabajo inagotable y tomar decisiones sobre la vida y la muerte de las personas. Los medios audiovisuales se quedan en la cursilería y la cancioncita, algo propio de sociedades infantilizadas. Lo que muestran no es representativo del tremendo trabajo que hacen todos. Lo están pasando mal y esto no es un carnaval. Tampoco dicen que en ocasiones se están tomando decisiones que rozan la eutanasia pasiva en cuanto a uso de respiradores y soportes vitales. Parece que la vida de quienes sobrepasan cierta edad valga menos que la de una persona joven. Y eso es una verdad vergonzante. Así que nada de héroes: sanitarios y mayores son las víctimas de la tragedia que estamos viviendo cada día. Refrán: La verdad es la primera víctima de una guerra.