En La Isla del doctor Moreau (1896), obra maestra de H.G.
Wells, se abordan los peligros de jugar con la genética y de las delgadas
distancias que separan los animales de los seres humanos.
En la época en la que se escribió este libro en la mesa del
debate estaba la vivisección de los animales, práctica que ahora se nos antoja
una locura, pero que entonces era común para el estudio de las especies. Por
entonces, algunos científicos se creían tocados por la divinidad y hacían
auténticas salvajadas para alterar la personalidad y el carácter de sus
‘víctimas’, por muy animales que sean. Por cierto, que el doctor Moreau acaba
siendo asesinado por sus bestias a pesar de haberlas ‘humanizado’. El instinto
animal se acabó imponiendo en el texto de ciencia ficción.
Me viene a la cabeza esta novela por el triste fallecimiento
de Koko, la única gorila que se comunicaba con los humanos a través del
lenguaje de signos, en su refugio de las montañas de Santa Cruz, en California
(EEUU). La propia Fundación Gorila ha publicado un comunicado de condolencias
en el que recuerda que Koko quedará en la memoria de todos como ejemplo de
comunicación y empatía entre especies.
Desde muy pequeña Koko se comunicó con los hombres con el
lenguaje de signos, concretamente con la investigadora Francine ‘Penny’
Patterson y la experta en lenguaje de señas June Monroe. La imagen de Koko
mirándose al espejo en la portada del National Geografic en 1978 dio la vuelta
al mundo. Y repitió primera página cuando pidió –por signos- un gato como regalo
de cumpleaños.
No sé qué pasaría si pudiéramos entender lo que nos dicen
los animales. Los toros que estos días han participado en los Sanjuanes ¿qué
nos dirían? ¿Y los de San Fermín? ¿Quiénes demuestran un comportamiento más
animal, más de manada, en ocasiones? Lo dejo ahí. Espero que pronto muchos más
animales hablen como Koko. Refrán: A mono viejo no se le hace monisqueta.