martes, 29 de octubre de 2019

Albalá, la esencia ganadera

Cuando hablamos de ferias ganaderas extremeñas siempre se nos vienen a la cabeza las grandes citas de la Feria Internacional Ganadera de Zafra (FIG) y la Agrogadera de Trujillo. Sin duda esos certámenes son referentes de excelencia y fechas marcadas en rojo para los profesionales del campo, pero me gustaría reivindicar hoy el papel de las pequeñas ferias rurales, con cifras menos espectaculares pero igualmente exitosas, como la que el pasado fin de semana tuvo lugar en Albalá.

Con solo quince años de trayectoria y una gran tradición, me ha sorprendido gratamente ver las naves llenas de buen ganado y ambiente exclusivamente vaquero. Era la primera vez que iba, pero creo se ha hecho un gran trabajo. Porque eso es lo que está acabando por ejemplo con Zafra, que la fiesta y la política están ocultando lo más importante: los animales. Hace ya años que la FIG se ha convertido en espectáculo para público no especializado y ha dejado arrinconado el ganado. Sí, un millón de personas visita Zafra, pero, ¿cuántas van a hacer tratos o a comprar un semental?

Las subastas tradicionales han acabado como algo pintoresco y casi romántico. Lo cierto es que el papeleo para llevar un ejemplar a una feria es tan grande que muchos ganaderos desisten. El número de ganaderías participantes se está reduciendo y da la impresión de que son siempre los mismos los que compiten entre sí, más por una cuestión de costumbre atávica que por mejorar la raza.

Las instalaciones de Albalá, aunque mejorables, están bien equipadas. Falta un rodeo para los concursos morfológicos. Pero la variedad de ganaderías y la calidad no tenían nada que envidiar a otras ferias. Eso sí, la muestra comercial es mínima y la jornada técnica escasa. Pero al final, lo que importa es que los profesionales, los ganaderos, estén contentos, pues son los protagonistas, y a muchos eso se les olvida. Refrán: Beba mi ganado en el Tajo, aunque lama guijarros.

martes, 22 de octubre de 2019

Las ‘zapatillas de Jesús’

La delgada línea que separa la obra de arte de la horterada es cada vez más fina. Hace escasas fechas saltaba a los teletipos la última locura del mundo del diseño de zapatillas, las ‘Jesus Shoes’. En un mundo cada vez menos creyente, menos espiritual y más incrédulo, los diseñadores de zapatillas esgrimen como argumento de ventas algo tan surrealista como la fe en Jesucristo, figura que ha quedado arrinconada, especialmente entre la juventud, que ya no tiene más referentes que los personajes que pululan y copulan por Gran Hermano VIP.
    Sin embargo, las zapatillas de Jesús se llaman así porque tienen agua bendita del río Jordán en sus suelas. Además, entre sus cordones asoma un crucifijo dorado. También lucen unas plantillas rojas, un sello de inspiración vaticana. En el costado del calzado se hace referencia a la escena bíblica de Cristo caminando sobre las aguas. También hay una gota de sangre en la lengüeta. Han sido diseñadas por un estudio de Nueva York y puestas a la venta por miles de dólares.
   Pues han durado menos que un caramelo en la puerta de un colegio: minutos. Y no solo eso, sino que el comprador las ha revendido a su vez por 3.621 euros. El estudio MSCHF, con sede en Brooklyn, compró un par de zapatillas deportivas del modelo Nike Air Max 97 a precio de mercado, es decir, 160 dólares, y las tuneó. Et voilà! Revalorizó el producto a precios astronómicos. ¿Quién puede desear unas deportivas así? ¿Un marchante de arte? ¿Un deportista ultracatólico? ¿Un macarra del Bronx? Me parece una banalización mercantil, que conecta directamente con todo el tramado actual de ‘influencers’. Es lo absurdo de esta cultura de la colaboración, que deriva hacia el mal gusto, al considerar a Jesucristo como figura para reforzar los valores de una firma.
   La escena bíblica echando a los mercaderes del templo, convertido en «cueva de ladrones» viene que ni pintada. Me gustaría que todos los que comercializan con un material tan sensible se dieran cuenta de que están revendiendo su alma al diablo. Refrán: Más vale un pan con Dios que dos con el Diablo.

martes, 15 de octubre de 2019

El 'Veroño'

Ha nacido una nueva estación climatológica: el ‘veroño’. Fruto quizá del cambio climático, tiene su origen en una distorsión cognitiva. Nuestros recuerdos de la infancia en septiembre y octubre están repletos de lluvia, de abrigos, de nubes amenazantes que descargan su ira en el campo. Ahora ya no sucede eso.

¿Cuándo morirá este verano? El otoño parece que no quiere llegar y los ‘veranillos del membrillo’ se multiplican. Lleno de contradicciones, el ‘veroño’ prolonga las temperaturas del estío mezclándolas con la caída de las hojas. La lluvia es un anhelo generalizado y las noches invitan a recorrer la ciudad antigua, con solo una manga, con las estrellas de fondo como testigos mudos de la hazaña. Y las estimaciones de los meteorólogos indican que hay ‘veroño’ para rato.

Los grillos siguen cantando en la ciudad a pesar de estar ya a mediados de octubre. Si os dais un paseo nocturno por los barrios de Nuevo Cáceres o Casa Plata los oiréis. Son los últimos resistentes, gracias al ‘veroño’.

Recuerdo que cuando empecé a ir a la Feria de Zafra, eso era sinónimo de lluvias, de grandes aguaceros que contentaban a los ganaderos. Ahora, se desarrolla siempre en un ‘miniverano’, malo para los profesionales y bueno para los feriantes del mercadillo y para los fiesteros nocturnos.

Este pasado fin de semana la ciudad monumental cacereña era un ir y venir de turistas. Las terrazas estaban llenas y se respiraba esa alegría que solo pueden inyectar el sol y la luz. Cánovas era un ‘sindios’ de hojarasca caída de los árboles y calor, en una especie de eterno retorno, un bucle que nos impedía salir de allí, siempre saludando a diestra y siniestra a las mismas personas.

Y es que el ‘veroño’ ha venido para quedarse. Llegará el invierno y no habrá otoño. He tirado toda mi ropa de ‘entretiempo’, ya no existe. Hemos arruinado el planeta y acabado con las estaciones. Estamos a un paso de que la Tierra sea solo un infierno. Refrán: En octubre, caída de hojas y lumbre.

martes, 8 de octubre de 2019

Lapsus, confusión y promesas

Por un instante, el presidente en funciones levantó su cabeza de la lectura del discurso que le habían escrito. Llegó el momento, de la anécdota, de improvisar. Y mira por dónde, hablando de la China, confunde el ibérico de bellota, único en el mundo, con el jamón serrano, de cerdo blanco. Pero no voy a hacer leña del árbol caído.

El problema del estruendo montado ha sido el auditorio, el escenario donde se produce el lapsus y ante quién: los principales profesionales del ibérico en la Feria Internacional Ganadera de Zafra. A ellos no se les podía engañar como al chino de la historia. Parece mentira que después de tanta reunión de la Norma de Calidad del Ibérico, después de tanto sello de ‘Raza 100% autóctona’ todavía haya quien no sepa lo que es el jamón ibérico. Pero lo imperdonable es que el que está en la inopia es el presidente del Gobierno, aunque esté en funciones.

Hay errores y errores. Por ejemplo, en el poema Se equivocó la paloma de Rafael Alberti, la paloma confunde el mar con el cielo. Eso es comprensible. Lo que no es entendible es que confunda la noche con la mañana. Pues con el jamón sucede lo mismo, el ibérico es una cosa y el serrano otra, diametralmente opuesta. Negro frente a blanco. Pedro Sánchez se salió de la linde marcada del texto de sus asesores y nos dejó ojipláticos con su metedura de pata. Aún así, creo que uno de los derechos fundamentales del ser humano debe ser el derecho a equivocarse. Pero no dejo de preguntarme si hay que fiarse de quien va a una feria como quien acude a un caladero de votos y si se puede confiar en sus promesas. Por cierto, que el año pasado una pareja prometió casarse si su toro ganaba el concurso morfológico de charolés. Este año ambos ya lucían su anillo de casados. Y es que hay para quienes una promesa de palabra tiene el mismo valor que un contrato ante notario. Espero que los políticos sigan su ejemplo. Refrán: Cuando el pobre come jamón, uno de los dos está malo.

martes, 1 de octubre de 2019

Unamuno y Milán Astray, lucha de gigantes

La exhibición de la última película de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra vuelve a traer a la mesa del debate el enfrentamiento entre Unamuno y Milán Astray, entre el filósofo y el militar fundador de la Legión.

Fue la contraposición de dos ideologías y de dos personalidades históricas muy marcadas, con una estética muy definida: el viejo profesor de barba cana frente al sublevado fascista con parche en el ojo y «cara de malo», como diría Sabina. Lo cierto es que aquella confrontación no fue una simple «bronca de café» y hay que tomarla como contraposición histórica de dos ideologías documentada el 12 de octubre en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.

Siempre se ha dicho que el catedrático les dijo a los sublevados la frase «Venceréis, pero no convenceréis». Al parecer, los hispanistas franceses Jean Claude y Colette Rabaté creen que más ajustada a la realidad, según un documento del pensador fechado ese día, es «vencer no es convencer», frase que aparece reiteradamente en su abundante epistolario.

Aquel combate dialéctico por la razón y la paz parece que dejó a Unamuno tocado, consciente de que su pluma y sus conocimientos eran inútiles para poder parar una barbarie que cambió el destino del país. Curiosamente, el mayor intelectual del primer tercio del siglo XX estaba desencantado con la Segunda República, y en unos primeros momentos se sintió próximo a los rebeldes, pero el curso que fueron tomando los acontecimientos le llevó a cambiar de opinión, afirmando que un bando era tan cruel como el otro.

Lo cierto es que la película de Amenábar, con las licencias lógicas de una ficción cinematográfica, es una excelente oportunidad de revisar un hecho histórico que curiosamente tiene muchas conexiones con la situación actual Unamuno ya hablaba del problema catalán y el vasco. Refrán: Ceder es a veces la mejor manera de vencer.