martes, 29 de marzo de 2022

'Motomami', trampantojo musical

 ‘Motomami’, trampantojo musical

Hace unos días visité Romangordo, el pueblo de los trampantojos, de los guiños y los engaños visuales al espectador. Allí, frente a la residencia de ancianos hay una estatua de Rosario Cordero, presidenta de la Diputación de Cáceres, ante la que, confieso, sentí una profunda emoción. Y en Romangordo no solo hay murales realistas que conducen al equívoco. Recomiendo una visita a la Casa del Tío Cáscoles, hoy ecomuseo, en la que se encuentran perfectamente conservadas las estancias de una casa tradicional, aunque con una curiosa disposición que nos retrotrae al tiempo de nuestros abuelos. También hay un centro de interpretación muy singular, la Casa de los Aromas, perfecta para entender la flora y llena de propuestas para experimentar. Recomiendo encarecidamente la visita a ese pequeño milagro rural que es Romangordo.

Mi reflexión sobre los trampantojos se extiende más allá, al terreno musical. Hace pocos días ha visto la luz un esperado disco de la cantante Rosalía, Motomami, que ha despertado en mí sentimientos encontrados. Aplaudo la audacia de este trabajo, fruto de la investigación, y las múltiples referencias de la artista en su composición: desde la bulería al reguetón, pasando por géneros inclasificables. Pero el disco es una especie de carrera contrarreloj que pasa por distintos puertos como una gran montaña rusa de texturas, para mi gusto excesivamente autorreferenciales. Me preocupa su abuso del spanglish, imagino que consecuencia de su día a día en Miami. A veces eso hace ininteligibles sus letras. Motomami es un trampantojo musical que no deja indiferente, pero al que no hay que reverenciar obligatoriamente. Pensar de él que es una «mierda» es tan lícito como alabarlo. El ataque en redes sociales a Ramón García por expresar su opinión sobre el disco es desmesurado. Creo que con Motomami sucede lo del cuento de El traje nuevo del emperador. Nadie quiere destacar sus carencias para no parecer fuera de onda.

martes, 8 de marzo de 2022

Otra vez el campo inginado

Una pandemia y varias ediciones virtuales después volvieron los pasillos de Agroexpo a llenarse por fin de profesionales del campo. Y también, como en la última edición de 2019 se suceden las manifestaciones, los pitidos, los petardos y las protestas. Nada nuevo bajo el sol. Afortunadamente, no se han repetido las imágenes de violencia de aquella vez, con los manifestantes rompiendo las verjas de Feval en una batalla campal inédita hasta entonces en la historia del recinto.

Otra vez el campo. No es de extrañar: costes de producción que superan los ingresos, sequía, precios de los insumos desorbitados, incertidumbre por la nueva PAC… Desde que llegué a Extremadura periódicamente el agro ha estado en pie de guerra, de forma cíclica, como las estaciones, de forma que apenas recuerdo una campaña sin problemas. 

El campo parece que siempre está en crisis e indignado y la mayoría de las veces con razón. Siempre tengo la impresión que desde las altas esferas se utiliza la ‘estrategia del avestruz’, al más puro estilo Rajoy, de esperar a que llueva, o de difuminar los problemas con otros. Lo cierto es que los profesionales de la agricultura en la inauguración de Agroexpo demostraron que se puede reivindicar sin un ápice de violencia. Eso sí, también se puso negro sobre blanco la falta de unidad, pues no estaban todas las organizaciones agrarias al unísono. Quizá lo único reprochable es que creo que yerran el tiro dando la matraca en uno de los más importantes escaparates del sector primario del país, ahuyentando de la inauguración a autoridades y profesionales que prefirieron ir el segundo día de feria. El horizonte que se abre ahora es más incierto aún con un conflicto bélico a cuatro horas en avión que tendrá consecuencias en los mercados. Parece que los cuatro jinetes del apocalipsis van a pasar uno detrás del otro: la Guerra, el Hambre, la Peste y la Muerte. 

martes, 1 de marzo de 2022

Seguimos tocando el fondo

Seguimos tocando el fondo

Mientras que Paco Ibáñez (87 años) cantaba en el Gran Teatro de Cáceres aquello de «Estamos tocando el fondo», último verso de La poesía es un arma cargada de futuro (Gabriel Celaya) caían las bombas sobre Ucrania. Ya me pasó lo mismo, en Madrid, cuando la Guerra del Golfo y se acompañaba de Rafael Alberti como recitador. 

Pasan los años, las décadas, sigue el cantor, y no aprendemos de la poesía ni de los avisos que los dictadores nos envían, por más que los periodistas alertemos. ¿Se acuerda alguien de Anna Politkovskaya periodista que fue asesinada cuando investigaba torturas en Chechenia? ¿Alguien ha reparado en Aleksandr Válterovich Litvinenko, oficial fugitivo del servicio secreto ruso, que se especializó en la investigación del crimen organizado y asesinado con Polonio? Y así una larga lista de ciudadanos silenciados con las más abyectas estratagemas.

¿Quieren saber quiénes son los héroes de esta guerra? Pues los miles de rusos que han sido encarcelados estos días por manifestarse contra el sátrapa del Kremlin de Moscú y los escasos periodistas que desde medios independientes se juegan el cuello literalmente en cada artículo. No se engañen, esta guerra no es de Rusia con Ucrania. Es la guerra de Putin y sus veleidades de antiguos imperios. No está loco. Tiene un plan para recobrar esplendores pasados y quiere pasar a la historia. Lo está consiguiendo como solo se consiguen estas cosas: con una dictadura en la que él decide quién puede ser millonario y quién no, sin libertades públicas, con toda la prensa subyugada y con un aparato de propaganda sucia en las redes sociales.

Veo las imágenes de los ciudadanos aterrorizados, los niños ateridos en el metro y vuelvo a ver el rostro de las guerras de los Balcanes. La única diferencia es que el mundo está ahora hiperconectado. La locura es la misma y nos ponemos de perfil. Seguimos tocando el fondo como decía el poeta.