martes, 12 de julio de 2022

No matarás

Hasta la pena de muerte ha sido calificada por el Papa Francisco de inadmisible

El principio de la inviolabilidad de la vida humana lleva varios días revoloteándome por la cabeza. El 25 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, la semana pasada, me ha traído recuerdos de aquel día. Yo estaba en esos momentos en la Sierra Norte de Sevilla, concretamente en la localidad de El Pedroso, cerca de Azuaga. Estaba en la piscina cuando se confirmaron los peores presagios y aquella tarde fue la primera y única vez que vi a mi padre participar en una manifestación. Todo fue excepcional entonces, cuando la izquierda abertzale vio cuestionados sus principios incluso desde dentro.

Nada justifica la ejecución sumarísima y unilateral de un ser humano. Ni los ideales políticos, ni el daño que nos haya infligido, ni una sentencia judicial. La semana pasada el atentado mortal en plena calle contra Shinzo Abe, carismático exprimer ministro de Japón también me ha llevado los demonios.

La doctrina moral católica se ha ido amoldando con el paso del tiempo y ha actualizado los tres supuestos excepcionales al no matarás: la legítima defensa, aún vigente; la guerra ‘justa’ (y estamos viendo que ninguna guerra lo es, en medio de un escenario mundial marcado por conflictos bélicos); y la pena de muerte, que el Papa Francisco ha calificado de inadmisible.

No puedo imaginar qué pasa por la cabeza del asesino cuando comete el crimen, ni cómo puede conciliar el sueño después. Lo cierto es que muchos asesinos callan tras cometer sus crímenes y solo cuando se ven acosados por la justicia los confiesan. Muchos no se arrepienten. Como es el caso del ‘multiasesino’ Charles Manson o de Mark Chapman, quien disparó con John Lennon, el músico que pedía siempre «Dar una oportunidad a la Paz». Lo hizo «por gloria personal», dijo en el juicio. Y es que la mente humana cuando baja a los infiernos es incomprensible a todas luces. 

martes, 5 de julio de 2022

Pepe Extremadura, adiós a un grande

«¡Hay qué ver cómo te pones cuando tomas Ciripolen!», decía el estribillo de una de sus canciones

La pérdida de un cantautor siempre es un hecho lamentable y mucho más cuando, como es el caso, fue un firme defensor del habla y la cultura extremeñas. Conocí a Pepe Extremadura (José Roncero) en mis primeros tiempos en el Periódico Extremadura. Entonces era un cantautor –nunca ‘cansautor’- que estaba en la cresta de la ola informativa y no era extraño verle en el bar La Giraldilla hablando con los redactores. El de Zarza la Mayor se había pasado media vida cantando en hoteles y Casas de Extremadura de Donostia poniendo música a los poemas de Gabriel y Galán, como recalcitrante defensor de lo extremeño. De padre portugués y madre extremeña, vivió la diáspora en primera persona y tenía unas facciones que le conferían un aspecto fiero. Nada más lejos de su carácter. Había cantado en aquellos momentos en los que hacerlo no era fácil pues había una férrea dictadura que trataba a los cantautores con desconfianza y mano dura. 

Pero poco después la foto de los cantautores se fue difuminando con la llegada de la democracia y fueron buscando nuevos mundos creativos alejados de la canción protesta. 

Pepe Extremadura estaba dotado de muy buena voz e instinto para los asuntos de actualidad. Recuerdo entonces sus temas ‘¡Cerrar Almaraz!’, el ‘Himno de Aldecentenera’ o la famosa canción del Ciripolen –presunto afrodisiaco extremeño procedente de la miel de las abejas- con su pegadizo estribillo: «¡Hay que ver cómo te pones cuando tomas Ciripolen!». Hincha del Athletic, sufrió una extraña agresión en 2008 por parte de tres desconocidos que le llevó al hospital con una clavícula rota. La Medalla de Extremadura en 2017 vino a reconocer merecidamente un trabajo ciclópeo por su tierra y sus gentes. No puedo decir que lo conociera a fondo, pero sí lo suficiente para saber era una excelente persona, un poco buscavidas, y un artista que no dejó de hacer canciones hasta el final de sus días.