martes, 29 de diciembre de 2020

La vida es un trampantojo

En esta Navidad de ausencias y síndrome de la silla vacía del que muy pocos han podido escapar, las fiestas tienen ese sabor mineral que no borra el dulzor del mazapán y el turrón.

Con la que tenemos encima, con este mirarnos sin tocarnos, el conjugar la ilusión con la añoranza de los que se han ido es un juego de malabares. Ellos estaban aquí, llenando el espacio con sus palabras, con sus obras y también con sus defectos y miserias. Ahora la Navidad, nos pone cara a cara frente a la pérdida con su ausencia. Están ahí sus pertenencias, su espíritu, pero ellos no, aunque parezca que van a entrar por la puerta de un momento a otro. La vida se convierte es un gran trampantojo, una ilusión óptica por momentos, en la que, cuando cambiamos de ángulo, nos devuelve a un inmenso dolor y conflicto emocional.

Son muchos los extremeños que la semana pasada lucharon en sus casas contra este espejismo hiriente. No conozco año con más pérdidas personales, de familiares y gente cercana, por una u otra causa. El remate fue el día de Nochebuena, cuando me enteré del fallecimiento de Rosario Cordero, presidenta de la Diputación de Cáceres.

Tras tantas entrevistas, aunque no a fondo, pude conocer a la persona que hay tras el personaje público. Al margen de colores políticos, Cordero simboliza la larga lucha del municipalismo extremeño desde la llegada de la democracia y representa esa forma de hacer las cosas en las que el ciudadano estaba el primero. Su pueblo, Romangordo, está ornamentado con trampantojos, trasunto de esa gran ilusión óptica que es la vida y homenaje de los que se fueron. Con sus virtudes y defectos, Charo simboliza la desaparición de muchos extremeños este año, que lucharon hasta el final como decía Ché Guevara: «¡Hasta la victoria, siempre!»

martes, 22 de diciembre de 2020

Fuentes: el caminante impenitente

En literatura, como en periodismo, el autor puede transitar por las adormecedoras autopistas del algoritmo de Google y el testimonio de oídas, o bien dar un volantazo por las incómodas y tortuosas carreteras secundarias y los caminos rurales. Y todos sabemos que la segunda opción es la más honesta con la profesión de narrador.

Es lo que sucede a Eugenio Fuentes en su último trabajo Rutas, Dones, Heridas (Editora Regional) donde el autor montehermoseño bucea en el adn de Extremadura una década después de la primera entrega de Tierras de Fuentes, donde hablaba de Tierras, Frutos y Rostros. A la espera de nuevas aventuras de Ricardo Cupido, este libro se convierte en un excelente aperitivo, a la par que un buen discurso sobre nuestra identidad y las distintas extremaduras que hay en Extremadura.

Y Fuentes se ha calzado las botas y subido a la bicicleta por la dehesa en su periplo recopilatorio de artículos donde, lejos de convertirse en inquisidor con hachón encendido en su mano dispuesto a quemar vivo al hereje, lo hace desde un prisma amable e irónico.

Anécdotas como la de Felipe González e Ibarra por la A-66 o paseos por el megalistismo extremeño y sus piedras en equilibrio inestable, son algunas de sus rutas. Los dones constituyen un homenaje a amigos y experiencias como la del bodegón de Felipe Checa o el hierro de Miguel Sansón. El autor nos pasea por el estudio de Javier Remedios y la magia de la creación artística.

No tiene pudor al hablar de las heridas de nuestra tierra: el desierto demográfico, el drama de los tabaqueros o la seca. Finaliza el libro con una curiosa anécdota sobre el independentismo que personifica en la barretina jacobina y el gorro de Montehermoso, su pueblo. ¡Ojalá fuera Fuentes corresponsal del New York Times! Refrán: A Castilla el suelo. A Extremadura el vuelo. 

martes, 15 de diciembre de 2020

Cierre perimetral del corazón

Hasta que no llegó la pandemia yo creía que el Estado de Alarma y el toque de queda era algo que solo pasaba en las películas de Arnorld Schwarzenegger. Pero vivimos en un presente que nunca imaginamos. Bueno, digo que «vivimos», pero a una parte de la población se la traen al pairo todas las restricciones que pretenden frenar esta sangría de muertes. Esta situación -que se da en todos los grupos sociales- es especialmente flagrante en algunos jóvenes, aunque no todos. Fiestas ilegales, reuniones clandestinas, encuentros de alto riesgo… Yo también he sido joven y me he creído inmortal. Ahora siento una gran preocupación por los nacidos entre 1985 y 1994, atrapados por dos grandes crisis, la económica que comenzó con la caída de Lehman Brothers y la actual, la sanitaria, pero también con efectos devastadores.

Está claro, nuestros hijos no van a vivir mejor que nosotros. Y esa es una gran losa para todos. La ‘generación intercrisis’ vive instalada en la desesperanza del no future. Pero ello no justifica en ningún momento que pongan en peligro sus vidas y las de los demás.

Entiendo el estrés pandémico. Estamos hartos. Lo que me da más pena es que quienes han tenido fallecimientos cercanos escondan su dolor bajo la mascarilla ante la chanza de algunos irresponsables. Es lo que yo llamo ‘cierre perimetral del corazón’. No les duelen los muertos, ni la enfermedad, ni el dolor ajeno, sumidos en un eterno egoísmo, en ese perpetuo carpe diem en el que hemos animado a vivir a la juventud. Cuando las aguas vuelvan a su cauce, unos estarán inmersos en el dolor de la muerte de seres queridos y otros, los no afectados, con un corazón cerrado, harán de su capa un sayo y volverán a las terrazas a tomar cervezas, si es que un día dejaron de hacerlo.

martes, 8 de diciembre de 2020

Belén, el milagro familiar anual

Las figuras del Belén, del Nacimiento de toda la vida, son, por derecho propio, parte del patrimonio sentimental de una familia. Hoy mismo he montado mi misterio en mi apartamento del populoso barrio de Nuevo Cáceres y quisiera reivindicar su alto valor educativo, especialmente en estos difíciles tiempos.

El Belén de mi familia en Sevilla está compuesto por piezas que han crecido a lo largo de generaciones.

Las hay adquiridas por mis abuelos, por mis padres cuando eran niños y por mis tíos, que ya no pueden contemplarlo. En la base de algunas se lee ‘25 pesetas’ escrito a tinta. Y ya se asoman alambres donde en tiempos hubo barro, en la pierna de algún pastor, hay herrumbre en la fragua, y algún camello, como en el gran poema de Gloria Fuertes, está cojo. Cuando lo contemplo veo el gran regalo de Reyes que los que ya no están nos hacen todos los años. Este 2020, con más sillas vacías en Nochebuena que nunca, el Belén hará el milagro de que los ausentes estén presentes. Sé que mi padre y hermanos lo contemplarán un año más y aunque yo no pueda estar allí con ellos por razones conocidas por todos, de alguna manera lo estaré en algunas de esas piezas.

Y también este Belén es un trasunto de lo que está sucediendo muy cerca, con los más humildes sufriendo, con el panadero pasándolo mal, con el ganadero asfixiado por la economía, con el albañil con la paleta reseca, con la pastora lavando en su río de papel de plata pensando en el futuro que se nos escapa como el agua.

¡Cuántos autónomos, empresarios y trabajadores pasando fatiguitas! Ese es el Belén que nos han montado a nuestro pesar . Todos a la espera de un milagro que esperemos venga en forma de vacuna. Así que cuando alguien denoste el Belén recuérdenle que está cometiendo un gravísimo error. Refrán: La Navidad, mejor en casa y cerca de la brasa.

martes, 1 de diciembre de 2020

Iniesta, otro grande que se va

Siento profundamente que esta columna se haya convertido de un tiempo a esta parte en una sección de necrológicas. El mismo día que nos dejaba el genio del fútbol Maradona también lo hacía un empresario extremeño que tuvo que regatear lo suyo para sacar adelante su holding de hoteles y sus dos ganaderías: José Luis Iniesta. Debo confesar que hacía muchos años que no hablaba con él y esta radiografía no la hago desde el conocimiento íntimo. Recibió el Premio Empresario del Año de este periódico en 2003. Por entonces preparaba la puesta en marcha del Casino de Badajoz. Supe así de su carácter afable, cordial, pero también percibí en él ese brillo en los ojos que caracteriza a los emprendedores de cualquier edad. Sobre todo, me acuerdo de él como parte habitual del paisaje del pabellón extremeño en Fitur.

Iniesta era sevillano (1942), circunstancialmente, pero –como yo- su corazón y sus afanes estaban en Extremadura desde tiempos pretéritos. Es curioso cómo en esta época de redes sociales el impacto de una pérdida se traduce en miles de mensajes de recuerdo y condolencia. En este caso, José Luis Iniesta era valorado no por sus cualidades como hombre de negocios, sino como amigo. En estos momentos aciagos en los que la camaradería se valora por encima de todo, que tus compañeros te califiquen de «amigo» es toda una proeza. También resaltan su amor por la tauromaquia, pasión que profesaba, pero que no imponía ni defendía con alharacas ni vehemencias descontroladas. Yo destacaría su tranquilidad por encima de todos los chaparrones que tuvo que aguantar. La pandemia se está llevando una generación de empresarios extremeños única y creo que insustituible. Vendrán otros, serán quizá mejores, pero nunca serán como José Luis Iniesta. Refrán: A la muerte ni temerla ni buscarla, hay que esperarla.