martes, 8 de enero de 2019

Como si no hubiera un mañana

Han pasado estos días festivos y nos encontramos ya en el nuevo año. Y en estos estertores finales de 2018 me he dado cuenta de lo irracional que nos hemos vuelto todos, especialmente con aquello relacionado con la comida y la adquisición de cosas, regalos y agasajos que van a parar a la papelera, olvidados en un rincón de un armario o ‘subregalados’ a otras personas, a veces con el mismo papel de envolver con el que nos lo dieron.

Durante estos días, a veces luminosos, a veces envueltos en la niebla, estamos agitados, convulsos, confundidos y erráticos. Vamos a los centros comerciales y supermercados como si no hubiera un mañana, como si se acabara el mundo el 26 de diciembre, el 1 de enero, o el pasado 6 de enero, tras la visita de los Reyes Magos. No me cuesta entender entonces la frustración de quienes pasadas estas fechas, vuelven a la rutina del tráfico, del atasco, de la prisa de los niños a la entrada del colegio, de los plazos que nos ahogan en las exigencias de los trabajos… He visto supermercados donde se agotaban alimentos, con estanterías vacías, con carros de la compra desbordantes que son un insulto en este mundo de desigualdades. ¿Nos hemos parado a pensar hacia dónde vamos? Algunos me dicen que este ‘chute’ de consumo a final de año es bueno para la economía. Me pregunto que para la economía de quién. Hay mucha hipocresía reinando en todas estas afirmaciones.

De todo esto, me quedo con la imagen clásica del Belén: una familia de refugiados, de exiliados, de perseguidos que no tienen nada. Un niño ha nacido en un pesebre porque le hemos negado la posada y se calienta con el aliento de las bestias que allí moran. Aún así, esa familia será ejemplo para mundo en los siguientes dos mil años. No tenían nada y lo tenían todo. No necesitaban más. Ojalá que en este año 2019 todos aprendamos a ser como esa familia. Refrán: Al hogar, como a la nave, le conviene la mar suave.