martes, 11 de septiembre de 2018

Una romería mejor que una diada


Las romerías tienen para mí un gran encanto, mucho más que las diadas y demás zarandajas de moda. Ahora que los ecos del día de Extremadura se apagan y hoy amenaza con que resuenen otros con mucha fuerza, quisiera reivindicar nuestra forma de rendir homenaje a nuestra tierra, pues las ‘jiras’ tienen mucho de telúrico e identitario. La verdad es que donde esté una romería como las celebradas este sábado coincidiendo con el Día de Extremadura, con su Virgen en el campo, sus caballistas y amazonas, y su comida en el táper, que se quiten los calçots y los castellets. Bien de más.

De entrada, en una romería extremeña no hay que apuntarse para llenar tramos. A la romería se presentan los devotos de la Virgen, los del pueblo, los del pueblo de al lado, los emigrantes, los cuñados… y no te tienen que pasar lista. Eso es lo bueno, que tanto devotos de la Virgen como no creyentes van al campo a celebrar la fiesta en hermandad. No son fiestas excluyentes. No falta quien le de su pan al grupo de al lado porque le haga falta, ni su plato de oreja o jeta con tomate. Se comparte.

Me gustan las romerías porque nos juntamos en el pueblo personas procedentes de toda España. La Extremadura en la diáspora saca músculo estos días y los emigrantes rememoran los viejos tiempos, aquellos en los que el agua corriente era un milagro. En las romerías extremeñas se ven banderas de Extremadura, incluso hay quienes las venden para llevarlas como pulseras, pero no es tema de discusión. Mientras haya buen vino de pitarra, lomo y jamón todo discurre en ambiente de sana camaradería. Nada de lazos amarillos de la discordia que si se quitan o se ponen.

La verdad es que en el terruño tenemos carencias pero cuando se trata de pasarlo bien aparcamos las disputas que haya. Como mucho reivindicamos un tren digno. Pero curiosamente a los que se les hace más caso son a los que más ruido generan y se portan peor, como los niños pequeños. Refrán: Y la gente por el prado no dejará de bailar, mientras suene una gaita o haya sidra en el lagar (Víctor Manuel).