martes, 10 de abril de 2018

Las manos blancas de Dios

El hombre propone y Dios (o la naturaleza) dispone. La floración del cerezo en el Valle del Jerte ha comenzado tímidamente cuando se esperaba que ya este fin de semana estuviera en todo su esplendor. Fallaron los cálculos.

En la clausura en los fastos oficiales del Cerezo en Flor no había en esa zona apenas unos pocos árboles mostrando su blanco manto en las terrazas que el hombre araña a un paisaje agreste. Cosas de esta primavera que no llega, como dice Pau Donés en su canción.

Cuando uno arriba al Valle del Jerte estos días sin flores tiene sensación de jet lag, de que es preso de una cierta disritmia circadiana. Esperaba extasiarme con Dios vivo derramando sus manos luminosas por ambas laderas del Valle del Jerte. Desgraciadamente solo había una finca con los cerezos florecidos cerca de Valdastillas y aún no al cien por cien. Los grupos de turistas paraban sus vehículos en el arcén para hacerse la foto de rigor ante el cultivo totémico de la zona.

Subí hacía Valdastillas donde la naturaleza se expresaba también con fuerza. No sólo por la lluvia que caía en mi cabeza, sino también por el agua que brotaba de la Garganta del Caozo, que recogía las nieves y precipitaciones de este invierno infinito. Hermoso camino de castaños, fresnos, alisios y robles para llegar a un espacio donde el espíritu del bosque te habla al oído con las músicas del agua. Hasta llegar a la pasarela de hierro, donde todo el mundo se hacía fotos, había que completar un camino escarpado. Allí el agua te mojaba la cara. Era la bendición y el suave beso de Dios ante el hombre que solo puede contemplar los inmensos dones naturales que derramó con sus blancas manos sobre esta tierra única.