martes, 21 de diciembre de 2021

La herida invisible

 La herida invisible

Las cifras de depresión son intolerables en una sociedad que invisibiliza el problema

La trágica desaparición de la actriz Verónica Forqué ha puesto sobre la mesa un tema tabú en la sociedad española: las enfermedades mentales. Las Navidades son una época en la que este tipo de patologías pueden ser más dolorosas para quienes las padecen, y especialmente para quienes están solos en estos días de fraternidad. 

El próximo viernes será la noche del encuentro con los seres queridos, aunque este año con el virus de la duda como comensal inesperado gracias a la variante ómicron. En medio de un escenario de gasto y de alegría externa son muchos los españoles que viven con una herida interior. Los datos son abrumadores: Diez personas se suicidan al día y otras 200 lo intentan. El consumo de ansiolíticos está disparado. La pandemia se ha convertido en un acelerador de los trastornos, con el 6,7 % de la población del país tocada por la ansiedad, exactamente la misma cifra de personas con depresión. 

¿Son tolerables estas cifras en una sociedad moderna? No. Estamos escondiendo el problema, invisibilizándolo, pero no por ello deja de estar ahí. Por eso creo que muchas veces debemos esforzarnos en comprender a aquellos que sufren angustia, tristeza o amargura vital. No vale de nada decirles eso de «anímate, hombre». Incluso creo que este clima de exaltación de la alegría no debe sentarles nada de bien a los enfermos mentales por una mera cuestión de contraste entre su alma rasgada y el bullicio y el clima, a veces muy fingido, de concordia universal. 

El regalo perfecto en estos días para un enfermo mental es que reciban nuestra comprensión y compañía, que hablemos con ellos con libertad de su patología. Es la mejor forma de celebrar la gran noticia del Amor de Jesucristo con los hombres. Más allá de una gran cena, de un presente para un familiar está el mensaje del niño que se hace Dios y nace en un humilde belén para todos los seres humanos sin excepción y especial para los que sufren

martes, 14 de diciembre de 2021

La entereza de la voz de Pablo Milanés

 La entereza de la voz de Pablo Milanés

Acudir a un recital de Pablo Milanés es hacer un ejercicio de nostalgia y desencanto a la vez

La voz de Pablo Milanés (78 años) tiene un registro parecido al de esos viejos contrabajos que con el tiempo ganan en matices sonoros. A esa privilegiada voz hay que sumarle una entereza artística y personal a prueba de bombas. 

Solo así puede explicarse que consiguiera levantar al público de sus asientos el viernes pasado en el Gran Teatro de Cáceres a pesar de un catarro soberano que debería haberle hecho guardar cama. Pero el concierto más aplazado del año no podía demorarse más y el adalid de la Nova Trova cubana sabe que con el público tiene un compromiso forjado desde hace décadas. No puede ni sabe defraudar.

Y Milanés es también un hombre arrojado si analizamos su compromiso político. Es uno de los pocos que -desde dentro- se atreve a señalar las carencias democráticas y materiales que se viven en la perla del Caribe. Acudir a un concierto suyo es hacer a partes iguales un ejercicio de nostalgia y desencanto. 

Recuerdo un recital de Milanés en Almendralejo hace ya cerca de tres décadas. Entonces le acompañaba una gran banda que hacía bailar a todos con sus montunos. Hoy su puesta en escena se ha adelgazado. Eso sí, le acompañan dos gigantes como Miguel Núñez (piano) y Caridad Varona (violonchelo), que ya por sí solos hacen grande el show. Trufó el recital con composiciones recientes que demuestran que no ha perdido un ápice de talento. Mantiene las canciones ‘de siempre’ y ha suprimido las de compromiso político. Solo deja espacio para la nostalgia y el amor. Ni rastro de aquellos barbudos que bajaron de Sierra Maestra. 

Milanés es la sobriedad hecha artista en escena. No regala ni un bis a sus seguidores, ávidos de que nos mienta y nos diga que el sueño de los días de gloria en Cuba fue verdad. Pero la realidad es muy tozuda. «No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió» (Joaquín Sabina

Almudena ¿la cola o el cometa?

 Almudena ¿la cola o el cometa?

Los periódicos se llenan estos días de homenajes a la escritora Almudena Grandes. Chamberí se puebla de flores amarillas, internet de citas y poemas en su honor, mientras nuestro corazón de lector sabe que no volverá a conmoverse con textos nuevos. Decía María Teresa León que ella era la cola del cometa Rafael Alberti, en un ejercicio de modestia. Es absurdo comparar las obras literarias de Almudena Grandes y su marido, Luis García Montero. Los dos son estrellas en cada una de sus especialidades. Personalmente, me quedo con Montero, porque la poesía es el género que más me gusta, pero es simplemente eso, cuestión de preferencias.

La glosa de los aciertos literarios de Almudena Grandes es fácil de hacer, pero me gustaría detenerme en otros logros. Conocí tanto a Almudena como a Luis en unos cursos de verano de la Universidad Complutense, en un ejercicio de nostalgia de mis terminados estudios de periodismo. Aquel curso abordaba los misterios de la escritura de novelas, poemas y canciones. Mientras otros renombrados y laureados ponentes se dedicaban al cortejo de la becaria, ellos se desvivían con una amabilidad suprema con los alumnos, a los que atendían a cada requerimiento por nimio que fuera. Recuerdo la lección magistral de Almudena Grandes en la que nos explicó cómo escribe sus novelas, los cuadernos que usaba para el eje sincrónico y diacrónico, los trucos para dibujar la historia y los personajes… Cuando llegaba la noche, mientras otros literatos se esmeraban en satisfacer sus deseos lúbricos con las estudiantes, se reunían Almudena Grandes, Luis García Montero y el poeta Ángel González para hablar de literatura en el hotel del Escorial, junto a una copa vino, aunque quizás fueran más de una porque acababan cantando. Creo que Almudena Grandes y Luis García Montero son dos supernovas, no solo por su dimensión literaria, sino también humana y de compromiso social. Tenemos en este país una deuda impagable con ellos.

martes, 7 de diciembre de 2021

Los primos exttremeños de J.J. Benítez

 Los primos extremeños de J.J.

Acaba de publicar el periodista J.J. Benítez el libro Mis primos. Ningún trabajo del escritor navarro me deja indiferente. Aunque esté en desacuerdo con sus propuestas, la lectura de sus investigaciones siempre me hace pensar y eso es de agradecer. En este caso vuelve al tema de los ovnis, asunto que ha marcado toda su carrera. A lo largo de más de 700 páginas analiza vestigios de los no identificados. Ha entablado con los extraterrestres tal nivel de complicidad que los llama cariñosamente ‘mis primos’, porque, además, entre sus teorías está que de alguna manera procedemos de quienes nos visitaron en tiempos pretéritos. El trabajo no deja de ser una selección de sus cuadernos de campo.

Extremadura aflora en las páginas de Mis primos. De hecho, apenas empezar, se detiene en las pinturas rupestres de Solanas de Cabañas, pedanía de Cabañas del Castillo. Allí, en los vestigios de antiguos pobladores distingue signos de visitantes del espacio. No menos interesante es el caso de Logrosán (1976) en el que María Sanromán Bazaga la emprende a escobazos con un melón luminoso que se le apareció «lo que dura en rezarse un credo». Se trataba de un foo figther, ya pasada la segunda guerra mundial. También ese mismo año, en Llerena, la carretera N-432 se llenó con una misteriosa luz alargada. 

Pero mi preferido es el muy conocido caso de Torrejoncillo, llamado «el fuego que bajó del cielo». En 1980, una especie de tornado de fuego llenó de pavor a la familia Salgado. Fallecen varios animales domésticos en lo que parecía un auténtico ataque con napalm de la guerra de Vietnam. Todo ello documentado hasta la extenuación. Para pensar, sobre todo ahora que el Pentágono ha creado un equipo de investigación de ovnis, aunque ellos lo llaman Grupo de Gestión e Identificación de Objetos Aerotransportados. La frase: ¡Hay gente pa tó! (Rafael El Gallo).