miércoles, 17 de noviembre de 2021

La soledad del corredor sin fondo

Es tiempo de reencuentros. Hay muchas ganas de recuperar el tiempo perdido y de que los corazones latan al unísono. Volvemos a los cines, a los teatros, a las exposiciones y también a las competiciones deportivas. El caso es hacer algo con gente a tu lado y volver a experimentar ese calor primigenio común y exclusivo de los seres humanos. No soy practicante de deporte. Sin embargo, la vuelta a esta pretendida normalidad me impelía a agitarme, a interactuar, a moverme al compás informe de la masa. La Carrera Solidaria de Kini Carrasco que se celebró este pasado domingo en Cáceres fue la perfecta excusa para prepararme físicamente con un objetivo: completarla con el mayor decoro posible. Aunque cierto es que todo vale si el fin es que los niños que están en oncología pasen jugando ese trance hospitalario.



Nunca había participado en una competición deportiva y es una sensación diferente a todas las vividas con anterioridad. Además, lo hice con mis expertos compañeros de El Periódico Extremadura, lo que hizo más llevadero el envite y me ayudaron en la prueba. Es muy estimulante ver tu ciudad corriendo, con las calles sin tráfico, junto a cientos de personas haciendo lo mismo que tú, en una mañana luminosa, calentada por el sol del invierno. Tengo que reconocer que, como no soy nada deportista, me costó hacer el recorrido. Cuando las fuerzas mermaban había siempre algún ciudadano que me animaba y algunos me reconocían y hasta gritaban mi nombre.
Cuando llegué a Cánovas, mientras los cacereños jaleaban a los deportistas y sonaba la batucada, lejos de sentirme un corredor sin fondo como el que soy, me llené de una extraña alegría, porque lo que hacía tenía sentido no solo para mí, sino para los demás, y para unos niños que al final de todo sonreirán en un momento en el que realmente lo necesitan.

martes, 9 de noviembre de 2021

El gran apagón mental

En todas las conversaciones se está colando el asunto del gran apagón. Desde la teoría de la conspiración ha saltado este rumor, que pretende convertirse en noticia a golpe de click y del boca a boca. Como ya sucediera con el papel higiénico durante los momentos más duros de la pandemia, en las grandes superficies –y Cáceres no es una excepción- se están agotando todos los elementos del kit de supervivencia básico. Infiernillos, velas, linternas e incluso placas fotovoltaicas pequeñas se están agotando y son objeto de deseo. El gran apagón no deja de ser algo propio del ámbito de la especulación que se ha colado en los medios de comunicación, saltándose a la torera cualquier código periodístico mínimo de control de calidad. Los medios, en especial los audiovisuales, deberíamos hacer examen de conciencia, porque estamos dando visos de veracidad a un mero rumor infundado.

Me alegro, porque algunas empresas están haciendo caja a cuentas del gran apagón, pero eso no quita para que haga una lectura algo más profunda. Efectivamente, creo que el gran apagón se ha producido ya. Es un apagón mental, en nuestra sesera. Con la vacuna no nos han inyectado un microchip, sino algo todavía peor: miedo. Como una pandemia de estas características era improbable, el hecho de que haya sucedido nos lleva a pensar que otra catástrofe puede ocurrir en cualquier momento. Y ahí entran los ‘conspiranoicos’ inyectándonos miedos a mansalva. Con pavor en el cuerpo no se puede pensar. Quieren que no lo hagamos. De hecho, barajan quitar la filosofía de la enseñanza media. Eso equivale prácticamente a tratarnos como borregos y a manejarnos a su antojo. No nos quieren despiertos ni críticos. Tener en casa velas, linternas y comida por si falla la electricidad es simplemente muestra de sentido común y es normal tenerlas a mano. De ahí a la que se ha formado hay un abismo que a muchos les interesa que crucemos… muertos de miedo. Refrán: La verdad, permanece, la mentira, perece.

martes, 2 de noviembre de 2021

El calamar y su doble juego

El Colegio Nazaret de Cáceres no recomienda los disfraces relacionados con la serie El Juego del Calamar y se abre un profundo debate en la sociedad. De entrada, celebrar Halloween me parece una soberana horterada. Prefiero mil veces a don Juan Tenorio, con su convidado de piedra y su verbo florido, al ‘truco o trato’ estadounidense que propone elegir entre una dualidad banal y trasnochada. Donde esté un buen ‘calbote’ de castañas con los amigos que se quiten las liturgias yanquis. 

Una vez sentadas las bases sobre lo que pienso de esta fiesta importada quisiera analizar esta recomendación realizada por los docentes. Me parece fantástica. Deberíamos escuchar a los profesores y su magisterio. Yo iría más allá: recomendaría por lo general no vestirse de mamarracho. Es una falta de respeto a los difuntos y un sindios. No he visto El Juego del Calamar. No me gusta la violencia. ¿Han visto ustedes Anillos de Oro o Segunda Enseñanza, escritas por Ana Diosdado? Eso son series: amor, intriga y lección moral. Sí, moral. No sé por qué le tenemos repelús a esa palabra. Lección de vida. A lo mejor me tildan de retrógrado, pero los rombos que la televisión pública ponía cuando emitía cualquier película eran muy útiles. Para millennials: Era una calificación orientativa que se colocaba al comienzo de la serie. Yo no vi en su momento Hombre rico, hombre pobre, ni Dallas. Tenían dos rombos. Ahora esas series comparadas con cualquiera de la actualidad serían aptas hasta para los niños de pecho.

Hemos hecho las cosas muy mal. Los infantes están a un golpe de ratón de toda la maldad humana, que se proyecta a diario en las pantallas o pulula por internet. Con la personalidad sin moldear se les puede hacer mucho daño. El Juego del Calamar solo es un ejemplo más de violencia gratuita. No discuto sus valores audiovisuales, pero creo que los docentes del Colegio Nazaret han estado acertados y comedidos. La responsabilidad es de los adultos, claro está. Ni las tabletas ni las series educan, eso es cuestión exclusiva de los progenitores.