martes, 10 de noviembre de 2020

Estado de Cabreo

Ni de alarma, ni de excepción, ni de alerta. Lo que sentimos muchos ciudadanos es un Estado de Cabreo que comenzó en marzo y que todavía no se nos ha quitado de la cabeza, como un mal dolor. Creo que no soy el único que, desde que vio la primera ola, ya avisó de que la segunda se nos venía encima irremediablemente en medio de este ‘sindios’ que se ha convertido nuestra realidad cotidiana. Y lo peor es que esta sensación de ingobernabilidad se extiende por toda la geografía española con la patata caliente de la gestión de la pandemia en manos de 17 directores de orquesta que no saben por dónde meter mano a la cuestión.

Sí, cabreo. Esa es la palabra. Indignación adobada por el dolor de las pérdidas de seres queridos o de amigos o conocidos. Desengáñense: no habrá nadie cuando todo esto acabe que no haya sufrido la mordida del virus en algún miembro de su familia más o menos cercano. Y lo peor es que el Estado de Cabreo se agiganta ante los palos de ciego y las incalificables actitudes de pillaje que se han producido a raíz del descontento general. Nada justifica ponerse un pasamontañas e ir a asaltar el Decathlón de Logroño. Porque están robando no a los capitalistas, sino a otros pobres de solemnidad. Algunos lectores me argumentan que no sólo España está mal y que la anomia se extiende por Europa y el mundo entero. No es consuelo. La sólida democracia norteamericana se ha convertido estos días en una payasada propia de la Italia berlusconiana. Perderle el respeto a la ‘sacra’ urna es una osadía solo propia de locos o visionarios. Vienen malos tiempos, no digo para la lírica, que nunca lo fueron, sino para la cordura más elemental. O llega pronto un remedio para el covid-19 o me temo que del Estado de Cabreo vamos a evolucionar hacia estados alterados en los que el comportamiento irracional de las masas abrirá la puerta a territorio ignoto. Peligro.