martes, 13 de septiembre de 2022

Manolo Sanlúcar, el filósofo

Su dedicación profesional a la guitarra y a aprender era de 24 horas al día y solo en esa entrega encontró la felicidad


La reciente desaparición de Manolo Sanlúcar (Manuel Muñoz Alcón) deja huérfanos a todos los que amamos con pasión la guitarra. En sus memorias este artista sanluqueño afirma: «De lo que pesa la guitarra, pesa muchísimo más un azadón del diez», refiriéndose a su condición de verdadero obrero de la composición. En el libro El alma compartida aseguraba haber tenido una vida casi perfecta, dedicándose por entero a este instrumento que a tantos nos cautiva y que tocamos a diario. Para Manolo Sanlúcar la dedicación profesional era de 24 horas al día y solo en esa entrega generosa encontró la felicidad.


No solo de flamenco vive el hombre. En julio de 2013 el Ballet Nacional de España abrió el Festival de Mérida con la reposición de Medea, con música de Manolo Sanlúcar, que también fue el autor de la sintonía de Canal Plus. Y no solo fue un guitarrista, pues su figura trasciende además como un verdadero filósofo. En la película documental Manolo Sanlúcar, el legado, se profundiza sobre éste y otros aspectos que dibujan al guitarrista como una persona consecuente con su arte y trabajador incansable, con un estilo de vida monacal y de consagración al instrumento. Efectivamente, Dios le dio un don maravilloso, pero supo aprovecharlo al máximo. Manolo Sanlúcar era una persona cultísima que se esforzó por equiparar al flamenco a cualquier otra disciplina científica. No lo entendió solo desde el ‘pellizco’ o los ‘sonidos negros’ lorquianos, sino que estudió tanto que llegó a publicar –autofinanciada- una enciclopedia sobre la guitarra flamenca. Fue docente y no ejerció el magisterio desde la autoridad, sino que trabajaba con sus alumnos en su propia casa en una suerte de ósmosis creativa en el que el aprendiz descubría y potenciaba un camino musical propio. Solo los verdaderamente grandes son así. Además, Paco de Lucía, la otra gran guitarra universal, fue su amigo. Lejos de los habituales celos del artisteo español, fue el padrino de su hijo. Se va un grande, pero queda la música, como decía Aute.