lunes, 21 de septiembre de 2009

¿Para quiénes escribimos cada día?

¿Para quién escribo? Me lo han preguntado mucho últimamente amigos, colegas y familiares. Sé que no escribo para el ejecutivo suficiente que hunde con gesto dinámico su llave en el coche de lujo. Ni tampoco para el prepotente avaricioso que se felicita a sí mismo por la inteligencia de sus acciones financieras. No lo hago para los hipócritas de palmada en la espalda y lengua afilada en cuanto desapareces. Ni para aquellos que se alzan sobre los demás hundiendo en el barro a sus congéneres. Ni para esa gente tan pobre que sólo tiene dinero en las entrañas.
Escribo, quizá, para aquellos que jamás me han leído nunca. En la confianza de que en algún momento una hoja de periódico llegue volando y se pose en el alfeizar de su ventana. Lo hago para quienes un día de aburrimiento el Google les mande a uno de mis artículos. Escribo para los que me ignoran consciente e inconscientemente. De uno en uno, o en legión. Escribo para todos aquellos cuerpos en los que mi palabra pueda posarse liviana como una pluma.
Y escribo también para todos aquellos que día a día mueren en la indiferencia de los demás. Para todos aquellos que sufren en silencio el desprecio de sus hermanos. Y para la mujer del pueblo que acude a la misa de nueve entre las brumas. Y para el jubilado del paseo de Cánovas al que le cae el sol a chorros y dormita en el banco. Escribo para lo que palpita en los corazones cuando se aman. Por todo eso escribo cada día. Refrán: Paráfrasis de Vicente Aleixandre con más o menos suerte, a los 25 años de su muerte.

Reflexiones en torno al Día de Extremadura

Es difícil reflexionar sobre el Día de Extremadura sin caer en la tentación de algún tópico sentimental sobre el terruño. Y me es personalmente muy complicado hacerlo puesto que no soy extremeño, aunque ahora cumpla casi dos décadas viviendo en esta tierra. Lo cierto es que la sociedad extremeña ha vivido una suerte de madurez, de auténtica mayoría de edad. Prueba de ello es esta próxima reforma del Estatuto de Autonomía fruto del consenso y de la suma de la inteligencia de personas en las antípodas ideológicas. Eso no quiere decir que no haya señoritos. No son los latifundistas de antaño, pero conservan los resabios autoritarios de épocas pasadas. También ha aparecido una nueva clase social al albur del poder político (de cualquier signo) que se sustenta agitando plumeros y tocando fanfarrias y trompetas a la llegada de los gerifaltes de turno, a los que ofrecen su hipersalivación. Nuevos problemas para nuevos tiempos, en una sociedad que sabe al menos lo que no quiere y que resiste el envite de la crisis con más arrestos que otras comunidades. Probablemente, porque aquí la crisis sea endémica. Extremadura es un pueblo que llora mientras canta, pero también un hervidero de gentes llenas de inquietud y con ganas de hacer cosas. Lo mejor de esta región son sus habitantes, por encima de leyes, estatutos y demás parafernalia. Me gustaría que un día la Medalla de Extremadura se la dieran al Pueblo extremeño. Aunque al ritmo que vamos cualquier día nos la habrán dado ya a todos. Refrán: Ay, Extremadura, campo de toros heridos que no cantan...