Somos la tierra de las plataformas. Y sé que soy
políticamente muy incorrecto poniendo la lupa sobre ellas. Pero lo cierto es
que cada vez que aflora un proyecto, de cualquier tipo, aparece un conjunto de
ciudadanos que se opone. Siempre hay algo que salvar, algo que se extingue,
algo que proteger… Gracias a las plataformas ciudadanas se evitan los desmanes
de los poderosos o de los políticos, y se preserva el medio ambiente. Pero
muchas veces me pregunto sobre la representatividad de ellas, de cuántas personas
están detrás y de qué intereses son los que realmente mueven a esos probos
ciudadanos en sus demandas.
No nos engañemos. Tras muchas de esas agrupaciones
ciudadanas suelen estar las intenciones más o menos veladas de los partidos
políticos y otros grupos de presión. Una plataforma puede estar formada por un
par de ciudadanos avezados en la relación con los medios de comunicación, que
en muchas ocasiones nos convertimos en altavoces involuntarios –o no-- de
intereses partidistas o particulares. Creo que es necesario un equilibrio al
respecto y ser muy cautos a la hora de dar bombo a unas o a otras. Si los
intereses de las plataformas triunfaran siempre no evolucionaríamos. Nos
habríamos quedado en la puerta de la cueva ancestral, viviendo felices, en un
medio ambiente perfectamente conservado y tapándonos con pieles… Uy, pieles no,
que hay que proteger la fauna… Bueno, pues con lino… Uy, no, lino no, que las
fábricas textiles contaminan… Pues con plástico, uf, no que el plástico es
canceroso… Y así hasta el infinito.
En conclusión, las plataformas son necesarias y cumplen una
función. Pero creo que no todas tienen el mismo peso y que si las tenemos
siempre en cuenta Extremadura se quedará excluida de cualquier tipo de progreso
económico, como la gran olvidada que es en la actualidad. Refrán: Sólo cabe
progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira
lejos. (Ortega y Gasset).