El bochorno que todos los años nos suele acompañar a la participación de España en el famoso festival de la canción de Eurovisión ha comenzado antes de la cita en Turín. No es baladí la cuestión. Lo que se pone en tela de juicio es el ‘miajón’ de la democracia y la participación de la ciudadanía en una televisión que, por cierto, pagamos entre todos. No soy experto, sí un entusiasta de la música como motor de cambio de las cosas, y el Benidorm Fest destila un tufillo a tongo macerado a fuego lento que tira de espaldas.
No sé quiénes han sido las cabezas pensantes que han calculado que las
tragaderas de los españoles son infinitas. Han cometido errores básicos
de comunicación. Es normal que una organización o un gobierno tengan un
candidato preferido. Lo habitual es dejar claro que se está con él y si
se quiere revestir su elección con la pátina del apoyo popular,
perfecto. Pero si los planes no salen como esperas hay que aceptar el
resultado. Las redes sociales han cambiado para bien o para mal la
presión que legítimamente ejerce la opinión pública. Ya no vale convocar
una votación y si no me gusta lo que sale posicionarme en contra. Sobre
el Benidorm Fest planean sombras de muchas dudas y eso nunca debe
suceder cuando se trata de un ente público. Es lícito querer darle una
vuelta de tuerca a la participación de España en Eurovisión, pero no
todo vale. Hay que explicar muy bien el peso del jurado ‘profesional’ y
por qué sus miembros están ahí. No debe haber ninguna conexión ni
tangencial con ninguno de los participantes. Lo cierto es que Chanel
(que contaba detrás con una potente productora y asesores) era la
favorita del ente público. Lo mejor hubiera sido elegirla directamente y
no revestirla de una democracia ultracocinada como las encuestas de
Tezanos. RTVE se ha autogenerado un problema. Dicen que una mancha de
mora con otra se quita. Creo que ni aunque Chanel gane Eurovisión se van
a poder despojar del olor a podredumbre generado. Seguiremos
lamentándonos un año más.