martes, 26 de abril de 2011

Padres

Hace poco tiempo estaban ayudándote a andar, a montar en bicicleta, a que no dieras tumbos por la vida, a que no te perdieras por la calle. Y un día descubres que eres tú quien les tienes que guiar por el día a día. Los padres te marcaban la hora de volver a casa y con el tiempo les tienes que recordar que se tomen el sintrom, que no hagan locuras, que vuelvan pronto o que no se resfríen. Parece que fue ayer cuando te ayudaron a comprarte la casa, te orientaron sobre tu oficio o sobre qué querías hacer con tu vida. Ahora tú les aconsejas y les regañas porque se olvidaron de renovar el carné de identidad. Los padres se van haciendo pequeños y frágiles con el paso del tiempo, a medida que ven acercarse la hora de entregar el equipo. Incluso, diría que se vuelven infantiles y se enfrascan en querer seguir haciendo lo mismo que hace unos años, cuando todavía sus cuerpos respondían a sus deseos.

Los recuerdos para ellos son como oasis donde se sienten seguros. Por eso se ponen el jersey tanta ilusión les hizo que les regalaran, aunque ahora se caiga a pedazos y sea un trasunto de su existencia. Se aferran ciegamente a todo lo que les recuerda aquellos momentos en los que eran ellos quienes marcaban los tiempos.

A veces mi padre se pone cabezota y no hace caso a sus hijos. Esta Semana Santa ha salido de nazareno pese a su edad y a nuestra negativa. Ahora es él el cabeza loca que enferma por su inconsciencia y los demás quienes tenemos que arroparle amorosamente en su cama cada día. Refrán: Un buen padre vale por cien maestros.