martes, 11 de febrero de 2020

El perdón caducado

Hace más de tres décadas discutí por un asunto sin importancia con un amigo. Él es una persona con un gran prestigio intelectual, que desea estar en el anonimato. Una frase estúpida y peor interpretada dio al traste con una amistad que parecía indestructible. Eran aquellos benditos tiempos en los que se escribían cartas. Desde entonces, con el paso de los años, esa herida invisible se ha ido agigantando y se convirtió en un abismo al que no quiero asomarme. Fue un cuento, ahora difuminado de mi mente, el que acabó con todo. Él se vio reflejado en el texto y creyó ver traicionada nuestra cordial relación. Pensó que era el protagonista y que yo había aireado sus trapos sucios para avergonzarle.

Como castigo construyó un muro de desdén que continúa in aeternum. Por un simple afán de reconocimiento literario -un texto de apenas unos folios que ganó un miserable premio en unos juegos florales de provincias- se destruyó una relación forjada a fuego. Es increíble que una acción aparentemente inocua como escribir un cuento pueda ocasionar una tragedia emocional y que una amistad verdadera se trunque por una nimiedad.

¿O no era tal? Una bagatela para mí se transformó en casus belli para otro ser humano. Desde entonces, en mis sueños, trato de acercarme a él, pedirle perdón, excusarme de mi comportamiento inapropiado… Al despertar, mi ego y mi vanidad son más fuertes que el deseo de pedirle disculpas o de viajar al país donde vive. Miro el teléfono, hago el ademán de buscar su número, pero desisto, con gran vergüenza y desazón.

Ahora, tras treinta años de ostracismo -tengo la cabeza ya muy cana- me gustaría decirle a mi amigo: «ven, vamos otra vez a cantar juntos, a tomarnos unas tapas en el bar de la esquina, a reír como entonces». Pero, con el alma rota, me doy cuenta de que ahora no es entonces, y de que el tiempo del perdón ha caducado. Es demasiado tarde para cualquier cosa. Y siento la guadaña de la muerte rozando con su afilado y frío acero mi gaznate. Refrán: Consejo es de sabios perdonar injurias y olvidar agravios.