lunes, 17 de agosto de 2009

Niños, bienvenidos al mundo

Siempre que se apaga una estrella se enciende una vela. Ahora que a mi alrededor no dejan de nacer niños, hijos de mis amigos, me paro a pensar sobre lo imbricadas que están la vida y la muerte y cómo bailan una vertiginosa danza a diario ante nosotros. Unos abandonan el mundo y esa metamorfosis para quedarnos desnudos, tan sólo en alma, es un esfuerzo tremendamente doloroso. Si hemos hecho bien los deberes estaremos acompañados de seres queridos en ese desvestirse del cuerpo que es nuestra despedida. De lo contrario estaremos rodeados, pero de buitres, en busca de una herencia. Suculenta o no, según los casos. Aquí se queda todo. Nuestros besos, nuestros amores y todo lo que hayamos sembrado. Todo el bien y todo el mal.
Cuando nace un niño la cosa es bien diferente. Los parabienes y la esperanza llenan las conversaciones. Niños esperados y deseados con fuerza son una luz encendida en las familias a pesar de sus trastadas, las malas notas o los disgustos que suelen dar.
Eso de que los niños traen un pan debajo del brazo es más discutible. Lo que sí es cierto es que disipan cualquier problema familiar, disuelven las rencillas y con su son
risa tonta hacen que hasta al más intransigente se le caiga la baba.
Y en ese vértigo, la vida. Los hospitales llenos de gentes que vienen y se van, los corazones llenos de esperanza por los nuevos hombres...Y repletos de dolor por los que se irremediablemente nos dejan. Hagamos de este mundo un espacio amable y habitable para las nuevas incorporaciones. Refrán: A tu hijo, buen nombre y oficio.

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