martes, 9 de enero de 2024

Elegía al último mantecado

Están ahí, incólumes, como supervivientes de una odisea. Han soportado los envites de niños, abuelos, cuñados, visitas imprevistas, y amigos que solo vuelven por Navidad al gorroneo ritual y habitual. En la mesa del salón de todos los hogares extremeños se ha ido reponiendo cada día una apetitosa bandeja con mantecados, bombones, roscos de vino (denostados injustamente), frutas escarchadas y turrón en todos sus formatos y presentaciones imaginables. El domingo pasado fue su último día de gloria. Ahora en la mente de todos están presentes los remordimientos por los excesos de estos días de fiesta y encuentros, en los que la ‘bandejina’ de dulces ha sido el frontispicio con el que se recordaba que eran jornadas de fraternidad y agasajos. Diariamente, las abuelas y los cabezas de familia se ocuparon con fruición de que estuviera llena, que fuera un trasunto de copiosidad real o fingida. Lo importante es que presidiera la estancia.

Ese interés por instalar un cuerno de la abundancia en el salón de casa bien puede tener su origen en otras Navidades, las de nuestros abuelos, en las que no había apenas unas peladillas incomestibles, turrón del duro y los roscones estaban más secos que la mojama. Tenían unas frutas escarchadas rojas y verdes que daban grima y estaban espolvoreados con unas harinas resecas que tiraban para atrás. Ahora, en el mundo globalizado, los conservantes y las manos de los maestros obradores han conseguido que ese último trozo de roscón, esos bombones o ese mantecado aguante impertérrito en el ángulo oscuro de la mesa del salón, diciendo «¡Cómeme!». Entonces en tu cabeza se activa un falso sentimiento de aversión hacia ese héroe de la resistencia navideña, justificándote a ti mismo de no comerlo en aras a esas supercherías del colesterol y la línea. A veces, si te descuidas, el mantecado aguanta hasta principios de febrero. Y si te lo comes está igual de bueno que el primigenio del 24 de diciembre, y te traerá recuerdos de cuando los Reyes Magos no traían lo que pedías, pero no importaba, y todo era armonía y misterio. Ahora los Reyes Magos nos inundan la casa con ordenadores, videojuegos y otras zarandajas de la realidad virtual y la inteligencia artificial, pero nunca se podrán igualar al sabor de ese mantecado último y postrero, que sabe a gloria, a recuerdos de esos tiempos que nos parecen mejores por culpa de este polvorón final con aromas a vida eterna.

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