martes, 6 de abril de 2021

Posología literaria

Todos los libros deberían indicar, al igual que las medicinas, cuáles son las mejores circunstancias para leerlos. Si para que un ibuprofeno te haga efecto y no haga daño es bueno que se administre después de comer, es lógico que algo similar suceda con la buena literatura. Me he dado cuenta con El huerto de Emerson de Luis Landero. No soy crítico literario y ni tan osado como para pretender valorar su trabajo. Pero sí creo que este libro, altamente recomendable, debería leerse cerca de una fogata o chimenea, rodeado de parientes lejanos y a razón de 3 capítulos por día. Yo lo he disfrutado subido en la solana del pueblo, que no es lo mismo que la lumbre, aunque este lacerante sol pascual ha hecho las veces de hogar. En ese patio, maté en una ocasión un deslabón, esa culebra ciega de la que habla Landero. No es un mito: existen. En la terraza me he identificado con el alburquerqueño cuando afirma que nunca se ha sentido más con un oficio que cuando era guitarrista. En ese gineceo doméstico me he preguntado en silencio sobre el género literario de El huerto de Emerson. ¿Autobiografía? ¿Ensayo? ¿Cuento? Quizá sea todo eso y nada, porque también es metaliteratura. En sus páginas se disecciona la especial relación del autor con distintos autores y libros. Y eso es lo que me ha dado la idea sobre la posología literaria. ¿La metamorfosis? Pues debe leerse en la oficina, 20 páginas al día. ¿Platero y yo? Frente a una dehesa, 5 capítulos día. ¿Un cuaderno de viajes? Subido a un tren, lo que dure el trayecto. La recomendación debería estar en la solapa o la vitola y estar escrita en letras rojas. De lo contrario, el lector corre el riesgo de indigestión literaria. En un mundo en el que los adolescentes hacen gala de solo leer el twitter, esta posología literaria podría hacer incluso que ganáramos algún lector. Y eso es una gran victoria. La frase: Cuanto más se lee, menos se imita. (Jules Renard). 

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