martes, 24 de abril de 2007

EL TRISTE FINAL DEL ALCAHUETE OSWALDO

Oswaldo era un gran torcedor de puros de la isla de Cuba. Pero eso era lo único bueno que podía decirse de él. Tan acostumbrado estaba a sobrevivir que acabó por importarle muy poco los demás. En su cuadra controlaba a todos los vecinos. Su oído se había agudizado para las escuchar conversaciones ajenas. Las pequeñas miserias de cada día eran archivadas en su cerebro para contarlas al comisario político de turno. Oswaldo había hecho de la delación su forma de vida, porque a cambio de toda esa información malvivía un poco mejor que los demás.

En la fábrica era conocido como Oswaldo manos mágicas . Torcía muy bien los puros. Incluso se dijo que el propio Fidel Castro pedía que Oswaldo fuera quien hiciera sus habanos. No era el mejor, pero era el favorito. Sus alcahueteos le habían transformado en un personaje.

--Iván se ha llevado un par de puros a casa para venderlos en el mercado negro. Pepe se ha liado con la jefa de comedor y el camarada Rubén se fue antes de la hora...

---Muy bien, Oswaldo, tú llegarás lejos..., le dijo el comisario político de la fábrica.

Muchos años después Oswaldo se quedó dormido en su apartamento. Tenía televisión en color y no llegaba a pasar hambre. En el sueño se le aparecieron Iván, Pepe y Rubén. Eran sus espectros. Habían muerto de hambruna hacía unos años. Brindaban con ron festejando que su amistad seguía viva para siempre. Oswaldo lo tenía mucho peor: estaba muerto pero se encontraba desconsoladamente vivo y solo. Refrán: No seas alcahuete. No sabes dónde te metes.

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