martes, 14 de diciembre de 2021

La entereza de la voz de Pablo Milanés

 La entereza de la voz de Pablo Milanés

Acudir a un recital de Pablo Milanés es hacer un ejercicio de nostalgia y desencanto a la vez

La voz de Pablo Milanés (78 años) tiene un registro parecido al de esos viejos contrabajos que con el tiempo ganan en matices sonoros. A esa privilegiada voz hay que sumarle una entereza artística y personal a prueba de bombas. 

Solo así puede explicarse que consiguiera levantar al público de sus asientos el viernes pasado en el Gran Teatro de Cáceres a pesar de un catarro soberano que debería haberle hecho guardar cama. Pero el concierto más aplazado del año no podía demorarse más y el adalid de la Nova Trova cubana sabe que con el público tiene un compromiso forjado desde hace décadas. No puede ni sabe defraudar.

Y Milanés es también un hombre arrojado si analizamos su compromiso político. Es uno de los pocos que -desde dentro- se atreve a señalar las carencias democráticas y materiales que se viven en la perla del Caribe. Acudir a un concierto suyo es hacer a partes iguales un ejercicio de nostalgia y desencanto. 

Recuerdo un recital de Milanés en Almendralejo hace ya cerca de tres décadas. Entonces le acompañaba una gran banda que hacía bailar a todos con sus montunos. Hoy su puesta en escena se ha adelgazado. Eso sí, le acompañan dos gigantes como Miguel Núñez (piano) y Caridad Varona (violonchelo), que ya por sí solos hacen grande el show. Trufó el recital con composiciones recientes que demuestran que no ha perdido un ápice de talento. Mantiene las canciones ‘de siempre’ y ha suprimido las de compromiso político. Solo deja espacio para la nostalgia y el amor. Ni rastro de aquellos barbudos que bajaron de Sierra Maestra. 

Milanés es la sobriedad hecha artista en escena. No regala ni un bis a sus seguidores, ávidos de que nos mienta y nos diga que el sueño de los días de gloria en Cuba fue verdad. Pero la realidad es muy tozuda. «No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió» (Joaquín Sabina

Almudena ¿la cola o el cometa?

 Almudena ¿la cola o el cometa?

Los periódicos se llenan estos días de homenajes a la escritora Almudena Grandes. Chamberí se puebla de flores amarillas, internet de citas y poemas en su honor, mientras nuestro corazón de lector sabe que no volverá a conmoverse con textos nuevos. Decía María Teresa León que ella era la cola del cometa Rafael Alberti, en un ejercicio de modestia. Es absurdo comparar las obras literarias de Almudena Grandes y su marido, Luis García Montero. Los dos son estrellas en cada una de sus especialidades. Personalmente, me quedo con Montero, porque la poesía es el género que más me gusta, pero es simplemente eso, cuestión de preferencias.

La glosa de los aciertos literarios de Almudena Grandes es fácil de hacer, pero me gustaría detenerme en otros logros. Conocí tanto a Almudena como a Luis en unos cursos de verano de la Universidad Complutense, en un ejercicio de nostalgia de mis terminados estudios de periodismo. Aquel curso abordaba los misterios de la escritura de novelas, poemas y canciones. Mientras otros renombrados y laureados ponentes se dedicaban al cortejo de la becaria, ellos se desvivían con una amabilidad suprema con los alumnos, a los que atendían a cada requerimiento por nimio que fuera. Recuerdo la lección magistral de Almudena Grandes en la que nos explicó cómo escribe sus novelas, los cuadernos que usaba para el eje sincrónico y diacrónico, los trucos para dibujar la historia y los personajes… Cuando llegaba la noche, mientras otros literatos se esmeraban en satisfacer sus deseos lúbricos con las estudiantes, se reunían Almudena Grandes, Luis García Montero y el poeta Ángel González para hablar de literatura en el hotel del Escorial, junto a una copa vino, aunque quizás fueran más de una porque acababan cantando. Creo que Almudena Grandes y Luis García Montero son dos supernovas, no solo por su dimensión literaria, sino también humana y de compromiso social. Tenemos en este país una deuda impagable con ellos.