lunes, 11 de mayo de 2009

Niños, más santos inocentes que nunca

Los procesos de separación y divorcio son en muchas ocasiones una pequeña guerra. Y ya sabemos en este tipo de contiendas la verdad suele ser la primera y gran víctima. No voy a entrar en consideraciones morales, pero sí quiero señalar que los hijos se han convertido en la auténtica arma arrojadiza de los cónyuges, empleados como mercadería procesal por uno y otro bando sin reparar en su dolor.

Soy consciente de que cuando algo no funciona hay que disolverlo de la manera más civilizada posible. Cada uno por su lado y santas pascuas. El problema es que los afectados piden a los letrados (y estos cumplen la voluntad del cliente) un ensañamiento con la otra parte que nada tiene que ver con el hecho de la separación y que supera con creces los límites éticos. Y lo que más duele en ese momento tan sensible no es solo el dinero, sino los lazos afectivos.

Custodias, regímenes de visitas, vacaciones... todo se emplea para molestar al que compartió con nosotros mesa, mantel, hipoteca, cama y llantos al dormir. Y los niños están ahí, mudos testigos de la guerra de los padres, tratando de asimilar el odio que destila a veces el comportamiento humano cuando se deshumaniza. Hace poco la denuncia de una conocida actriz a su marido en pleno proceso de divorcio como medida de fuerza para acceder a sus pretensiones económicas ha puesto en los medios de comunicación una realidad diaria en los juzgados. ¿Cómo podremos hacernos responsables de unos hijos si anteponemos nuestra vanidad y orgullo a su felicidad? Algo falla si somos tan egoístas. Refrán: Si os vais a divorciar no os vayáis a lastimar.