martes, 14 de marzo de 2017

El misterio de los calcetines


Desde que vivo en pareja me sucede un misterio que, a pesar del paso de los años, sigo sin resolver: Me desaparecen mis calcetines. Podría parecer un asunto sin importancia, pero no, nada más lejos de la realidad. Cada vez que voy a tender la ropa el número merma, me encuentro calcetines sin su pareja, e incluso algunos cuyo color y forma recuerdo perfectamente y que, sin embargo, no están ahí, donde deberían. Por contra los calcetines de mi pareja están todos, ordenados, uniformados, no falta ni uno. ¿Por qué?

Podríamos pensar que se trata de un caso aislado, de una anécdota achacable a mi proverbial despiste. Eso creía yo. Los domingos por la tarde me siento en el salón de la casa con la montaña de calcetines, tratando de encontrarles su pareja. Miro en el cubo de la ropa, por si se hubieran quedado allí. Indago en el de la basura por si los hubiera tirado junto con los desperdicios de la cena. No. Con el tiempo el número de pares completos se diluye mientras crece el de los solitarios. Creía que este misterio sólo de sucedía a mí. Este fin de semana comentándolo con otras parejas me he dado cuenta de que la incógnita se agigantaba. Todas las mujeres de mis amigos se quejaban de que desaparecían los calcetines de sus chicos, también sin motivo alguno. Ellos se aprestaban a explicar que tampoco entendían el motivo de ese sindios. Ello me lleva a reflexionar sobre la brecha entre hombres y mujeres, todavía enorme en todos los sentidos...

Nuestra falta de celo nos lleva a los hombres a despreocuparnos por las cosas de la casa, que encasquetamos a ellas, diligentes y eficaces. Nosotros estamos desorientados ante la colada y las tareas domésticas, perdidos ante una montaña de ropa por clasificar. Mientras, seguiré buscando parejas de esta prenda, los domingos, como un ritual que sólo es un homenaje a mi morrocotudo desastre vital masculino. Refrán: Los calcetines solo generan tomates.