martes, 10 de septiembre de 2013

Reflexiones sobre el Día de Extremadura

Ahora que los ecos del Día de Extremadura ya resuenan lejanos me apetece reflexionar sobre la jornada. Recuerdo aquellos Días de Extremadura multitudinarios, con 100.000 visitantes en Trujillo, estrellas de la música y discursos institucionales políticamente muy incorrectos que enardecían a masas ansiosas de reivindicar cualquier cosa. Pero todo aquello acabó en 1992 cuando Rodríguez Ibarra escuchó pitos y los abucheos le obligaron a improvisar su discurso. Algo se salió del guión. Al año siguiente se adujo que había que descentralizar la fiesta, ahorrar gastos y llevar la celebración a cada rincón de la comunidad. Con el tiempo siento que nos hemos dejado algo en el camino, que nos hemos vuelto tibios y que el orgullo de sentirse extremeño se ha diluido un poco. Creo que el Día de Extremadura no debe circunscribirse a la procesión de la Virgen de Guadalupe. La entrega de medallas en el teatro romano de Mérida el día anterior es un acto excesivamente encorsetado como para que cale en el ciudadano de a pie. A veces siento que es necesario dar un aldabonazo sobre el saberse extremeño, pegar un puñetazo en la mesa y gritar que estamos aquí. Es cierto que en tiempos pasados la jornada fue instrumentalizada políticamente, pero tampoco eso quiere decir que no nos podamos reivindicar nada ahora. Cuando veo manifestaciones como la Diada de Cataluña siento envidia y me gustaría que en Extremadura por encima de partidos políticos y creencias todos los ciudadanos se encuentren unidos en torno a un mismo proyecto regional. Refrán: Agosto seca las fuentes y septiembre se lleva los puentes.