martes, 4 de mayo de 2010

El corredor de fondo

Miró hacia atrás y no vio a nadie. Hacía ya una hora que atravesaba aquel arenal sin toparse con ningún compañero de prueba. Había hecho calor toda la tarde. Y ahora por sus piernas subía ya el relente de la noche. Estaba destemplado, sudoroso y solo. Más solo que nunca. Recordó en esos momentos las palabras de su entrenador: "No te pares por nada. ¡Tú, adelante!". Y bebió el último trago de su bebida isotónica. Tiró la botella de plástico al suelo y escuchó cómo rodaba por el pedregal. Pero ni siquiera volvió la mirada.
Reconfortado por el líquido subió un poco la velocidad de su carrera y hasta llegó a delirar, imaginando que iba el primero. El sudor se le había metido en la ingle: cada vez que sus pantorrillas chocaban con ella experimentaba un escozor agudo. Cada paso era un suplicio. Sus pezones sangraban por el roce con la camiseta. La carrera estaba resultando un viacrucis, un auténtico tormento.
Ya no sabía por qué corría, ni el nombre de su entrenador, ni el de su esponsor, ni si la carrera era el maratón o la marcha. Sólo que tenía que seguir corriendo, sintiendo cómo las piedras le taladraban las plantas de los pies. Sus ojos miraban un punto fijo en el horizonte mientras las luces del día se apagaban. Unas marcas de pintura azul le guiaban los pasos. Y él sólo pensaba en seguir sin perder el ritmo, buscando dentro de su cuerpo las pocas fuerzas que le quedaban. Entonces vio la meta y ni siquiera se alegró. Estaban ya desmontando el podium de los ganadores. Habían llegado todos hace horas. Era el último. Pasó por la meta y su cuerpo se desplomó ante las estrellas de la madrugada insomne. Refrán: El que nace para maceta del corredor no pasa